Quinto paso: Pratyahara

Pratyahara tiene que ver con la abstracción de los sentidos y su manejo consciente.


Un yogui, si quiere tener dominio sobre su vida y su mente no puede dejar que sus sentidos vaguen de un lado a otro en función de lo que se presenta ante ellos. Los sentidos sienten, tienen sensaciones, e inmediatamente actúa la mente juzgando agradable o desagradable la sensación en función de las necesidades de nuestro organismo. La actitud inmediata es acercarnos o alejarnos de esta sensación, si no físicamente, al menos emitiendo un juicio de bueno o malo.

Este vaivén constante produce insatisfacción, sufrimiento e ignoracia. Rechazamos lo que consideramos malo, nos apartamos, lo juzgamos y estigmatizamos, para así ayudarnos a sentirnos justos en nuestro rechazo; también agrandamos y nos acercarnos a lo que consideramos bueno, emitiendo inmediatamente un juicio de valor.

Es una carrera loca que desorienta y desequilibra. La moderna psicología insiste en que es necesario la aceptación radical de la realidad para superar la frustración y el sufrimiento inevitable; el yogui hace lo mismo de manera más ecuánime, más “oriental”: se queda quieto y toma el control de su mente.


¿De que se trata entonces? Se trata de encauzar los sentidos, embridarlos, no dejarlos salir de excursión por las buenas. Cada minuto tenemos multitud de estimulos sensitivos de los que ni siquiera somos conscientes. Nuestros sentidos andan por el mundo y toman datos, el cerebro procesa de forma automática o consciente, y el organismo reacciona en función de sus necesidades. Andamos errantes. El yogui necesita parar esta acción-reacción constante y manejarla. La mayoría de las veces el árbol no nos deja ver el bosque, la reacción a la multitud de sensaciones que tenemos a cada momento no nos permiten ver lo breves y fugaces que son, la poca entidad que tienen, lo engañoso y alienante que puede ser perseguir las placenteras y huir constantemente de las desagradables, o la compulsión a la repetición, como diría Freud, que tienen las agradables.

Entonces el yogui se sienta y encauza sus sentidos, practica pratyahara.

Este cauce tiene dos vertientes. Una es la voluntad de sentir: cuando oigo, oigo; cuando huelo, huelo; cuando palpo, palpo, cuando degusto, degusto.  Si lo vas a hacer --y tienes que hacerlo--, hazlo bien, con plena conciencia. Afinar la percepción de los sentidos para que sean más sensibles y trabajen mejor es una tarea del yogui.

La otra vertiente consiste en ser plenamente conscientes de lo que percibimos y poner los sentidos bajo el dominio de la voluntad. El yogui quiere percibir la realidad como es, más allá de la apariencia, sin proyecciones ni identificaciones engañosas, sin que el yo intervenga deformando lo que se presenta ante él . Esta interiorización, este mando sobre los sentidos, este ralentización de ellos para ser conscientes de lo percibido, este saber lo que se siente, este control, esta calma sensorial, y esta vuelta de los sentidos hacia dentro es pratyahara.

Un de los yoguis que más ha trabajado en el dominio de los sentidos es Satyananda, para quién el yoga es, sobre todo, dominio de la mente y fortalecimiento de la capacidad de ser consciente de las sensaciones. El ejercicio de Antar Mouna, es muy adecuado para conseguir este objetivo.

Patanjali en sus Yoga Sutras dice:

“El pratyāhāra de las sensaciones recibidas a través de los sentidos se asemeja a la auténtica naturaleza de la mente cuando se desconecta de sus objetos”. (YS II, 54)

“De esta forma, con pratyāhāra, se logra la suprema obediencia de los sentidos” (YS II, 55)


Pratyahara es también el afinamiento de los sentidos, la capacidad de oír, por ejemplo, más sutilmente. Oír con toda la atención, hasta donde pueda llegar el oído. Y puede llegar muy lejos si somos capaces de cultivarlo, de no distraernos, de prestar atención a lo que oímos. En esto se basa el pretendido poder de los yoguis para desarrollar sus sentidos. Con entrenamiento podemos oír la sangre corriendo por nuestras venas, o sentir el pelo rozando la frente, o como los alveolos se llenan de oxígeno con la inspiración.

Patryahara, el control de los sentidos, la conciencia de lo que sentimos, la austeridad sobre ellos y su educación debería estar de moda en este mundo en crisis. Y cada vez lo está más: se llama decrecimiento. No podemos seguir consumiendo sin mirar las consecuencias, no podemos seguir embotando los sentidos con placeres embrutecedores y compulsivos,  porque nos volveremos dependientes y al mismo tiempo estaremos saturados y aburridos.

Esta crisis del capitalismo que también es una crisis de conciencia puede ayudarnos a practicar pratyahara: necesitar cada vez menos, buscarnos una dirección más allá de la persecución extenuante y constante del placer, limpiar los sentidos para disfrutar más con menos, ser libres. Decía Sócrates que iba al mercado para disfrutar dándose cuenta de la cantidad de cosas que no necesitaba.

Pero si vamos al mercado a comprar seamos conscientes del poder que tenemos : sin nosotros las empresas no son nada, orientamos el mundo con nuestras elecciones.

La Asociación de Yoga Cuatro Caminos






En La Asociación de Yoga Cuatro Caminos practicamos hatha yoga las personas que vivimos en el entorno de esta plaza en Madrid, llena de vida, una de las más populares de la ciudad. Vienen también otras personas desde lejos, atraídas por la antigüedad del centro, unos 35 años, por la dedicación personalizada o por la naturalidad y la capacidad para adaptar el yoga a todo tipo de problemas.

Las personas con dificultades físicas debidas a la edad, a disfuncionalidades o a secuelas de enfermedades no podrán hacer algunas asanas, podrían resultar contraproducentes para sus dolencias. Por eso es importante que el profesor pueda recomendar las que son más convenientes para ellas. La atención mental y la concentración, que son las asanas del radja yoga, el yoga mental, compensan muchas veces con ventaja la falta de perfección postural en el asana físico.


Cuando llego, la amplia sala, la paz que se respira en ella, la luz tamizada, me facilitan parar y calmar la vorágine del día. Saludo a mis compañeras, alegres y tranquilas practicantes de yoga, que han hecho de su práctica un eje en torno al que ordenan su vida, se mantienen sanas y encaran sus dificultades.

Luego me quedo en silencio, me concentro en lo que estoy haciendo, siento declinar el día detrás de los ventanales, siento la relajación muscular producida por el estiramiento en las asanas, el silencio que va creciendo en mi interior, la respiración consciente que me hace más dueño de mí mismo, la conciencia del cuerpo en la relajación final.

Salgo y es de noche.

Algunos niños cubanos juegan en la calle sin tráfico bajo la luz amarillenta y lenta de las farolas. Miro hacia la desembocadura de la calle, hacía el gran río de Bravo Murillo, y ahí me dirijo, casi sin cabeza, los pensamientos en calma, los sentidos listos, limpios de la polución del día.

Me siento más agil, más delgado y más alto después de la sesión de yoga, como si me deslizara sin pasos, sin expectativas, sin la prevención que me asalta muchas veces ante el alboroto de esa calle muy viva por la agitación de la gente, tan distinta una de otra, que a esa hora se retira a sus casas.

Simplemente me deslizo y disfruto de la belleza del mundo.