El camino del yogui y la tentación de la manzana

En nuestra sociedad basada en el consumo (y este tipo de sociedad no solo se expande en los países capitalistas, sino también, y con mayor virulencia todavía, en los países comunistas y en los emergentes) hay tres afirmaciones fundamentales que constituyen su esencia y que se graban en el inconscientes de sus habitantes. Para mí estas premisas son la condición esencial de su funcionamiento y la base filosófica y psicológica en que se apoya y se estructura. Estas creencias dogmáticas crecen en cada uno de nosotros a medida que consumimos y se incrustan en nuestro inconsciente implantadas por la publicidad.

Esta publicidad, cuyo exponente más sutil es la moda, que estimula nuestros deseos, azuza nuestros sueños y nos atosiga dulcemente, está en el metro, en el autobús o en el omnipresente aparato de televisión que está en todos los sitios, como un gran hermano. Se asoma en el paisaje, con carteles que parecen tener vida propia, en nuestros bolsillos donde se esconde Internet y las redes sociales, incrustada como un virus, en lo que llevamos puesto, nosotros mismos personas anuncio. También nos saluda en el glamur de las marcas, o en lo que conversamos y oímos cotidianamente entre nuestros amigos, conocidos o familiares.

Estas tres afirmaciones fundamentales que subyacen en nuestra sociedad y que se alojan en nuestro inconsciente son:
1.- Lo quiero todo
2.- Lo puedo conseguir todo
3.- Tengo derecho a todo
Tres afirmaciones que nos llevan en volandas a la felicidad inducida y al consumo. Veámoslas con un poco de detenimiento y después intentaremos encontrar la manera de superarlas con nuestra maravillosa herramienta del yoga, puesto que son dañinas y peligrosas para las personas y a la larga para la vida.

Lo quiero todo

Lo primero que surge en nosotros como consecuencia de la propaganda es que todo está a nuestro alcance y a todo podemos acceder. Desde el viaje más exótico, comida fabulosa y sofisticada, hasta un alojamiento de ensueño, ya sea por un día o para toda la vida.

Lo quiero todo, claro, es la consecuencia inmediata del convencimiento de que todo podemos obtenerlo: el placer constituido por las sensaciones más sofisticadas o glamurosas posesiones, viajes y aventuras con un peligro planificado, maneras de gastar dinero que nos produzcan sensación de poder, y la autocomplacencia consiguiente. Esta manera de vivir que lo quiere todo es una muestra de poder, una exhibición de capacidad adquisitiva, un colocón de autoestima por el consumo de experiencias que después propagamos por las redes sociales. Entonces, ¿cómo no desearlas, como no quererlas todas?

Así que lo quiero todo, experiencias, sofisticados y caros objetos cuyas marcas nos ayudan a definirnos como pertenecientes a este mundo que pretende sostenerse estimulando la codicia y luego el exhibicionismo. El éxito solo es éxito si los demás lo saben ¡Cómo no quererlo todo si tendemos a definirnos por lo que tenemos y por lo que hacemos! No hay felicidad sin éxito y no hay éxito sin publicidad, sin que lo sepan los demás.


Lo puedo conseguir todo

Quererlo todo sería un problema si no estuviéramos convencidos de que lo podemos conseguir, de que todo está a nuestro alcance. ¡Qué frustración ver lo que nos ofrece la vida, objetos, sensaciones, experiencias y éxito si no tuviéramos la posibilidad de obtenerlo! Por ello la sociedad de consumo intenta convencernos de que podemos conseguir todo lo que queramos. Lo importante es ese convencimiento. Está surgiendo en nuestro inconsciente colectivo el convencimiento de que somos omnipotentes. La clave está en desear con fuerza, tener un pensamiento positivo y no desanimarnos, porque todo es posible y lo podemos conseguir. La desgracia es una rareza que les pasa a otros, y que nosotros debemos descartar, no pensar en ella para centrarnos en lo importante: conseguir éxito y fortuna, ser felices.

Poder conseguirlo todo significa que la dicha y la desdicha están en nuestras manos y son únicamente consecuencia directa de nuestra actitud ante la vida, lo que resulta alienante, porque ignora la realidad y la complejidad de la vida.

Tengo derecho a todo

 Quererlo todo y estar convencidos de poderlo conseguir no sería suficiente si no nos sintiéramos tranquilos al consumir. Necesitamos estar convencidos de nuestro derecho moral a hacerlo. Cuando a más de media humanidad le faltan los medios necesarios para acceder a la salud, el bienestar y la educación, y convencidos en nuestro interior de que los recursos de la Tierra son finitos y no se pueden desperdiciar, es imprescindible una justificación para el consumo innecesario. Por tanto, la justificación para construir nuestra vida sobre la  base del consumo, un consumo que beneficia el inmovilismo, el poder constituido y las grandes corporaciones, es la convicción moral de que tenemos derecho a todo.

Tener derecho a todo es considerar que no existe responsabilidad personal cuando compramos, porque comprar lo que nos dé la gana es un derecho inalienable del individuo que nadie nos puede arrebatar. Y sin embargo comprar es un acto responsable, éticamente significativo, que tiene repercusiones sociales y constituye un aspecto más que nos define como personas.

Sin cargarnos más de la cuenta con el peso de la responsabilidad y sin caer en el dogmatismo, comprar nos interpela. Pregunta por nuestras prioridades y nuestro proyecto de vida: hacia donde queremos ir, cual es el nivel de consumo que queremos permitirnos, qué cosa comprar y en qué abstenernos, si debemos comprar o no comprar más que lo necesario, y donde está nuestra frontera de lo necesario. También nos interpela sobre a quién le damos poder con esa compra, qué estamos favoreciendo con ella.

El consumo y las posesiones excesivas nos distraen, nos entumecen, nos quitan libertad y nos infantilizan. Y quizá lo contrario del consumo sea la renuncia, un acto de la voluntad que acompaña el camino del yogui. Veamos tres aspectos esenciales del camino del yogui en relación con la renuncia:

1.- La libertad de la renuncia

La renuncia, dice la Real Academia de la Lengua, es “hacer dejación voluntaria, dimisión o apartamiento de algo que se tiene, o se puede tener.” Es, por tanto, la otra cara de la moneda de todo lo que acabamos de exponer. Es un maravilloso acto de libertad personal, de afirmación y confianza en uno mismo. Cuando nos podríamos cargar con tantas cosas inútiles, como un peso muerto que acompañaría nuestra vida, renunciar significa darnos libertad, disminuir los fardos que nos acompañan, despojarnos de lo innecesario, perder peso para caminar ligeros e intentar volar espiritualmente.


2.- La fuerza y la luminosidad de la renuncia

Renunciar al placer y al reconocimiento social, que es lo que buscamos en el fondo del consumo, es difícil. Para renunciar es necesario tener las cosas muy claras, definir lo que para nosotros es imprescindible, establecer aquellos pequeños lujos a los que normalmente renunciamos pero que alguna vez necesitamos, y dejar atrás aquellos otros que perjudican nuestro perfeccionamiento como personas. Es una labor de clarificación personal que transforma lo que parecía necesario en prescindible, un acto de purificación personal para limpiarnos de los efectos de lo que ya no necesitamos y, al fin, es un acto de la voluntad para no caer en la tentación, o caer las menos veces posibles, ante los chantajes y las “mordidas” que nos ofrece la vida del consumidor.

Necesitamos la fuerza y  la luminosidad del yogui o la yoguini para aprender a renunciar. Renunciar es un camino costoso pero también en un camino de doble sentido, porque la renuncia aumenta nuestra fuerza y nuestra luminosidad.

3.- La justicia y la solidaridad de la renuncia

Finalmente, la renuncia que practica el yogui o la yoguini es de justicia. No es justo que unos dilapiden lo que otros necesitan. Me refiero a los alimentos, a los medicamentos o a los conocimientos, pero también al derroche de materias primas esenciales en artículos de lujo o consumibles que nos sirven un momento y después pasan a engrosar los vertederos. Esas materias primas esenciales son finitas.

Se nos dice que si no consumimos el paro, la inactividad y la miseria se adueñarán de la humanidad, pero eso no es verdad. ¿Por qué tendríamos que pararnos? ¿Por qué no invertimos en el desarrollo de la parte de la humanidad más pobre? Que consuman ellos los productos esenciales que necesitan, nosotros se los podemos ofrecer y enseñar a cultivar. Podemos producir en su favor, para su desarrollo, y de paso desplegar una civilización interrelacionada y global, donde los problemas y las soluciones sean de todos.

El futuro solo puede ser uno: una humanidad con menos desigualdades, más estable y más austera, donde el consumo, el lujo y la autocomplacencia sean sustituidos por la alegría de una comunicación profunda entre nosotros y con la naturaleza, por el progreso espiritual, el despliegue de la propia creatividad, la promoción de una salud integral, y la investigación y el conocimiento del universo, incluyendo a Dios o a la idea de Dios.