El yoga integral de Sri Aurobindo y La Madre, que le ayudó a parir


Sri Aurobindo parece la antítesis de Gandhi. La otra cara de la moneda de la espiritualidad y la política de Gandhi.

Nacidos con dos años de diferencia, ambos eran buscadores espirituales, ambos lucharon por la independencia de la India y a ambos se les ofreció la Presidencia del Consejo Nacional Indio (el Partido del Congreso que lideró la independencia de la India y que sigue gobernando el país), que rechazaron. Ahí se acaban las concordancias.

Gandhi defendía la no violencia y la movilización del pueblo como elementos fundamentales para conseguir echar a los ingleses y Aurobindo creía en la lucha armada. Mientras Gandhi lideraba y vivía entre las impresionantes masas de la India y con ellos recorría a pie los caminos para reivindicar sus derechos, Sri Aurobindo dejó pronto la política y se encerró en una habitación para experimentar en sí mismo el yoga integral.

Gandhi creía que la tradición, los libros sagrados de diferentes religiones y los ascetas eran pilares fundamentales en el desarrollo de la espiritualidad de un ser humano, Aurobindo estaba convencido de que había que construir algo radicalmente nuevo a través de la propia experiencia y le atraía poco la experiencia ajena.


Sri Aurobindo solo mantenía contacto asiduo con La Madre, Mirra Alfassa, una mujer de mirada tímida y huidiza, divorciada dos veces, sin hijos, que fue, desde que le conoció, su compañera y la continuadora de su indagación interior. Como una verdadera madre ella le confortaba, le cuidaba, le adoraba, le traía los alimentos y hacía de puente entre los discípulos y el maestro. Sri Aurobindo solo los veía directamente una vez al año. Ella también gestionaba el Asrham donde Sri Aurobindo vivía en una habitación apartada escribiendo e intentando cambiar “la mente de sus células”.

Madre debía de ser una extraordinaria gestora, pues ella concibió y consiguió llevar a la práctica, con la ayuda de la UNESCO y del Gobierno de la India, la construcción de la ciudad más asombrosa que existe en el mundo: Auroville. Una ciudad en construcción que parece una constelación del espacio y también una célula, y que pretende ser un lugar de convivencia donde las personas puedan desarrollarse espiritualmente y crear el nuevo ser humano que ellos entendían que estaba a punto de nacer.
El yoga integral de Sri Aurobindo gira en torno a la transformación de la vida terrenal como resultado del cambio, incluso físico, del cuerpo y  de la mente, de las propias células. Él deseaba ver el Paraíso en la Tierra, decía: “Mi meta es conocer y también manifestar la divinidad en el mundo, haciendo descender con este fin un Poder todavía inmanifiesto: la Supermente.”

Feuerstein, el gran teórico del yoga, intentando explicar a este yogui de mirada ardiente, apasionada, y casi feroz, cuenta que la Supermente es una especie de Verdad-Conciencia que se halla tras la mente ordinaria: "El yoga integral es una cuestión de la acción sincronizada entre la aspiración personal “desde abajo” y la gracia divina “desde arriba”. Para que esto se produzca lo esencial es la entrega, sin que existan técnicas prescritas, ni mantras, ni posturas o ejercicios de respiración.

Sri Aurobindo, y después Mirra Afassa, La Madre, creían que la conciencia tiene distintos estados, como si fuera un interruptor que da luz u oscuridad, que puede fijar o iluminar distintas realidades. Para ello, para poder acceder a esa mirada distinta, hay que desmontar todo el entramado de pensamiento, emociones, prejuicios, percepciones sensitivas e ideas firmemente arraigadas desde siglos que tendrían su sede en la propia célula, para crear un ser humano nuevo, un ser humano que podría llegar a ser inmortal.

Parece que ninguno de los dos lo consiguió. Sri Aurobindo murió, para gran desconsuelo de Madre, a los 78 años. Ella misma armó un gran revuelo entre sus discípulos, cuando falleció a los 95 años, habiéndoles pedido que no la enterraran porque no estaría muerta, sino cataléptica, por un periodo de tiempo indeterminado pero pasajero.

Esperaron, apenados y ansiosos, pero cada día olía peor. Lo cuenta Satprem en un libro descatalogado: “La mente de las células : o la mutación deseada de la especie”, su discípulo más íntimo, a quién ella había confiado sus pensamientos grabados en cinta. Desolados, después de angustiosas y tristes discusiones entre sus discípulos, tres médicos del Ashram la declararon muerta.

¡Qué historia! ¿Eran Sri Aurobindo y Mirra Afassa dos seres iluminados, la vanguardia de la nueva humanidad, o dos psicóticos que tenían ideas delirantes? Desde luego, eran dos seres extraordinarios que vivieron con toda su verdad interior, con valor, intentando desarrollar su energía espiritual y la expresión más genuina de sí mismos.

¡Que curioso! En nuestros días, 70 años más tarde, Eckhart Tolle nos habla de la necesidad de conseguir una masa crítica suficiente de seres humanos espiritualmente despiertos para que pueda salvarse la humanidad que se encuentra en un momento clave de su historia. También eminentes científicos, médicos, físicos y psicólogos, investigan en la actualidad la sede de la conciencia, basándose en que las leyes de la física cuántica que atañen a la materia también pueden afectar a nuestras células, y en los datos obtenidos de aquellos cientos de miles de personas (según sostiene el investigador Pim van Lommel) que han tenido una experiencia cercana a la muerte en un estado de parada cardiorespiratoria y cerebral y han relatado su experiencia.

De todo esto podemos hablar más adelante.


Samsara : ¿Qué es mejor cumplir todos los deseos o conquistar solo uno?


Eso es lo que le pregunta Apo, su maestro, a Thasin, el protagonista de esta honda película que indaga sobre el deseo, el sexo, el sufrimiento, la espiritualidad y el propio destino.

No son pocas cosas, desde luego. En el contexto de la naturaleza árida del Himalaya, tenaz, de una belleza desnuda muy espiritual, se desarrolla esta historia llena de detalles y delicadas digresiones, como las imagenes de la estepa majestuosa y aparentemente yerma, o el viento omnipresente como si fuera el aliento de Dios.

Podemos verla en Internet gracias a Norma Noemi, aunque sus subtitulos en castellano no siempre son una buena traducción. Si os gusta, merece la pena adquirirla y disfrutarla en pantalla grande, con todo detalle.   

Thasin es un joven monje confinado en un monasterio desde niño, que acaba de cumplir su ordenamiento final con una larga meditación que ha durado 3 años, sentado en la posición del loto en el interior de una cueva. “Creo que has ido demasiado lejos”, le dice su maestro cuando echa abajo la puerta de la cueva.

Entumecido, el cabello largo como el de un penitente, incapaz de moverse, con una debilidad extrema, sin embargo está en éxtasis. Es muy bonito como Pan Nalin, el director de la película, nos lo muestra con pinceladas mínimas, casi sin palabras. Thasin, victorioso, ayudado por los cuidados y la admiración de sus hermanos monjes vuelve al monasterio mientras se extasía a lomos de un caballo mirando el verde intenso de una hoja.

Sin embargo Thasin no termina de recibir los honores que corresponden a su gran hazaña porque el sexo, el deseo, el instinto se interponen en su camino. En un ejercicio inverso al que debería ser el habitual Thasin, enamorado, confuso y emocionado, vivo y extasiado por una mujer bellísima y dulce se va al mundo desde el monasterio tibetano donde ha pasado su infancia y parte de su juventud.

Nada ni nadie le convencen de lo contrario. Ni la visita a la cabaña, suspendida del abismo, donde vive un viejo asceta que le muestra cómo la distracción del sexo, que oculta la muerte, en un juego obsceno, embriagador y extraordinario. Ni tampoco el silencio afligido de su maestro que sabe que no es posible escapar siempre a la tentación cuando no se ha vivido en el mundo.

Thasin huye del monasterio para ver ese mundo y amar a aquella mujer de labios gruesos, de mirada compasiva y al mismo tiempo ardiente. Se integra al mundo en una aldea de campesinos, se vuelve un líder con dificultades para aceptar la realidad de la injusticia que existe desde tiempos inmemoriales, se casa y tiene un hijo con su amada. Se deja llevar por un sexo pacífico y afable con su mujer, y luego es infiel, hipnotizado por el sexo emocionante y teatral de una sensual joven mujer que le busca.

Le pasan cosas, va cumpliendo los deseos que todos llevamos dentro, se pierde en su búsqueda, en la insatisfacción, está triste, siente nostalgia.

Una noche, igual que hizo Siddharta Gautama, el que luego sería el Buda, abandona a su familia mientras duerme, sin tan siquiera despedirse. Ha ido perdiendo la luz, la ilusión y la propia verdad. Quiere volver al monasterio. En el camino mira otra vez una hoja, y la tira sin ver nada, hastiado, con los sentidos sucios. Luego se baña en el mismo río que la primera vez, ahora para dejar atrás el mundo, y se afeita la cabeza desprendiéndose de la melena, crecida durante estos años. Va solo, vestido de monje, huyendo quizá, o listo para conquistar un solo deseo, como le sugería su maestro.

Justo en la valla de piedra que delimita el monasterio le está esperando Pema, su mujer. Parece que viene a buscarle, o quizá a reprocharle que huya, pero en realidad lo que hace es cuestionar su renuncia, su facultad para escoger su destino y abandonarlo todo y a todos. Mientras gira alrededor de su marido Pema le pregunta si Siddharta tenía derecho a dejar como lo hizo a Yashodhara, su esposa, para encontrar la iluminación. Le pregunta si la renuncia de Yashodhara, que no pudo elegir, no era en realidad una renuncia mucho más real que la del príncipe Sidharta, que eligió su destino. ¿Tuvo en cuenta el príncipe Siddharta el sufrimiento, la soledad y la amargura de Yashodhara?

Pema, rodeando la figura sollozante y triste de Thisan, concluye: "Dejar a la familia y a su propio hijo para seguir su camino solo es capaz de hacerlo un hombre, Thisan, solo un hombre".

Esta preciosa película nos enfrenta a dos formas de saciar el hambre espiritual del ser humano: una de ellas trata de dar sentido a la propia vida asumiendo las responsabilidades cotidianas, dedicados a atender lo que la vida nos traiga, formando una familia o atendiendo a los demás, cumpliendo unas obligaciones con bondad, sencillez y entrega; la otra busca la excelencia, la iluminación sublime, ir más allá, apagar la sed de perfección y de Dios renunciando a la tierra, a los lazos, incluso a las propias obligaciones y a la propia responsabilidad si estás no nos permiten culminar nuestro anhelo.

¡Qué contradicción más dolorosa tener que ser cruel para ser compasivo; tener que ser injusto para seguir la propia necesidad interior de justicia! ¿Será que es necesario, como le pasó a Buda abandonando a su familia, o como a Gandhi, tan duro con sus hijos? ¿O será que son historias de hombres y por eso han sido así? ¡Qué difícil es a veces ser plenamente humano!

No estoy muy seguro, pero la película parece decantarse por una de las dos opciones, yo creo que también puedo decantarme por una. Decidme, ¿qué os parece a vosotro/as?