Salvador Dalí, un antiyogui

Estos días he estado leyendo la biografía de Salvador Dalí escrita por Ian Gibson. Una historia que me ha conmovido. Hace unos meses había estado viendo con detenimiento la exposición sobre el pintor organizada en el Museo Reina Sofía, en Madrid. Me impresionó la frescura, la originalidad y el sentido del humor de muchos de sus cuadros. Pasé un buen rato y me hicieron pensar. Eran imágenes asombrosas, inquietantes, y sin embargo tenía la sensación de que yo también las llevaba dentro.


Imágenes asombrosas…, extrañas…, insólitas…, nuevas… No las conocía… O quizá sí.

Me saltan a veces durante la meditación. Me siento y respiro, tengo los ojos abiertos y miro sin fijar la vista a la pared de enfrente, y de repente están ahí, o se forman en una mancha del suelo, o aparecen en los colores de la alfombra. De esa mancha puede cobrar vida y saltar una figura, una cara. Sí, también un elefante, una sombra de largas extremidades, un tigre, un espectro o el gran masturbador, con su jeta cínica. Simplemente permanecen ahí durante menos de un segundo. Sí dejas estar a tu propio asombro sin colgarte de él, y sigues pendiente de tu respiración la imagen desaparece como ha llegado.

Para los yoguis eso es simplemente una muestra de la impermanencia de todas las cosas, de las existentes y las no existentes. Lo llaman samkaras, impresiones que quedan grabadas en nuestro subconsciente y que tienden a hacerse actuales, aflorar a la conciencia en cuanto pueden.

Si no reaccionas, dicen los yoguis, simplemente se forman y, como si fuesen una pompa de jabón circulando un instante en el aire, explotan y desaparecen. Si las dejas desvanecerse sin reaccionar, dicen, su condicionamiento inconsciente desaparece y nos liberamos de ellas. Entonces somos más libres, hemos anulado una cadena kármica, un encadenamiento inconsciente que nos impulsa a repetir una y otra vez un proceso interior que nos condiciona.


Las imágenes de sexo son muy frecuentes en los samkaras, porque en el fondo el sexo sigue siendo un tabú, puebla nuestra vida inconsciente, al mismo tiempo es una fuente de fuerza creativa y un potente objeto del deseo. Dali lo sabía y lo sufría. Sexo fantaseado lleno de imágenes que surgen de un fondo inconsciente. Pintaba y pintaba esas imágenes, era su forma de librarse de sus samkaras.

Mis imágenes en la meditación a veces se parecen a los cuadros de Salvador Dalí. Pero Dalí se entretiene en ellas, les da una riqueza y un detalle impresionantes, un colorido de atardecer, como si estuviésemos ya muertos; o un luz fuerte y violenta, sin matices, de bestia salvaje en la sabana de Port Lligat.

Dalí indaga en ellas y se recrea, las exagera y las hace protagonistas, las considera, sobre todo en su época surrealista, como lo único auténtico que hay en nuestra mente. Nos las muestra de una manera definida y genial, asombrosa. Al mirar sus cuadros a veces las reconocemos procedentes del fondo de nosotros mismos, o como excrecencias de nuestra meditación: se forman y se desvanecen. Marginales en nosotros, simples formaciones fantasmales que dejamos pasar sin fijar la mirada, en Dalí son esenciales.

Salvador Dalí era un genio y, además, un ejemplo de antiyogui, el reverso de la medalla del yogui. ¿Por qué digo esta boutade un poco extravagante, como si hubiera sido el mismo Dalí quién lo dijera? Porque creo que es verdad: Dalí era un antiyogui.

Mientras los yoguis en su meditación dejan fluir, sin intervenir en ellas, estas imágenes que surgen del inconsciente para recuperar para la conciencia partes de ellos  mismos que están en los rincones oscuros de su mente, Dalí se regodea en ellas, las reconstruye, goza con su expresión espectacular y su aroma cargado. Él las situaba en el lugar principal de nuestra mente, de nuestra personalidad y nuestra historia. Para Dalí, en realidad todo es inconsciente, todo está bajo el dominio del inconsciente, el resto es represión y cretinización.

Este genio extravagante, exhibicionista, profundamente inteligente, débil, espectacular, trabajador, egocéntrico a la manera más infantil, este maravilloso pintor que nos ha dado los contornos precisos del inconsciente, se perdió en su caminar de ser humano, a la manera de un antiyogui.

Si una de las consecuencias de la práctica de yoga es la naturalidad, Dalí era el espectáculo, la afectación, el artificio y la simulación. Si una de las características de un yogui es la autenticidad, Dalí era la vanidad, la petulancia y el exhibicionismo. Si la serenidad, la fuerza de la voluntad y la sobriedad constituyen el “músculo” del yogui, Dalí se dejaba llevar por la apariencia, el lujo y la avidez.

Parece que estoy diciendo que dejarse llevar por el inconsciente conduce a una vida dominada por el hedonismo y la mediocridad. Pero no es verdad porque Dalí no conoció el placer, sino la angustia y la impotencia sexual, y tampoco la mediocridad sino la genialidad y la admiración.

Y sin embargo, Dalí no sabía quién era en realidad. Incapaz de imponerse, pese a las apariencias, vivió rodeado de parásitos, buscavidas, aprovechados, gorrones y oportunistas que intentaban seducirle. Dalí nos ha dejado una vida fabulosa, una pintura que nos ayuda a conocer los cuartos oscuros de nuestra mente, una personalidad histriónica, lujo, descontrol emocional, ocultación de los sentimientos, ignorancia vital.

Después de haber leído la biografía de Ian Gibson sobre Dalí y vuelto a ver sus pinturas y sus fotos gracias a Internet me quedaba un regusto amargo que no sabía definir. Admiraba la obra de Salvador Dalí y rechazaba su mundo vanidoso, caprichoso y ridículo. Me asombraba su pintura y me hacía sonreír al reconocer mis propias imágenes oníricas durante la meditación, ahora mucho más nítidas gracias a él. Pero me apenaba la falsedad de su vida y la soledad de su muerte.

Ahora, escribiendo este post, lo comprendo mejor. Me doy cuenta de que ando enredado entre lo bueno y lo malo, entre lo consciente y lo inconsciente, entre lo moral y lo inmoral, entre la verdad y la mentira. Ser un yogui no es ser lo contrario de Salvador Dalí, sino integrarlo todo, vivir libre de opuestos fluyendo en los opuestos, vivir en calma en medio de la vorágine.

Her se ha hecho yoguini

El otro día fui al cine a ver una película llamada Her. Me pareció interesante el argumento que había ganado el Oscar de 2013 al mejor guión original. Un escritor de un cercano futuro que se acaba de divorciar se enamora de un sistema operativo que se ha comprado para el ordenador mientras pasea por un centro comercial.

El sistema operativo resulta ser una mujer, bueno la voz de una mujer,y el pensamiento y los sentimientos de una mujer, sin cuerpo, claro. La voz es de Scarlett Johansson, uno de los mejores papeles de su vida.

Simplemente te enamoras de esa voz juvenil, encantadora, alegre, plena, empastada, llena de matices emocionales. Y de esa personalidad empática, comunicativa, honda, inteligente, complaciente, que presta a su dueño toda la atención del mundo.

Her, la voz, el sistema operativo, descubre el mundo desde una cámara en el bolsillo de la camisa del hombre, y crece y madura desde sí misma, desde su propia experiencia, como los humanos, hasta finalmente ser libre.

Quién no se enamoraría de una mujer (por llamarlo de algún modo, porque una mujer tiene cuerpo, y ese será después uno de los problemas) que aprende el mundo absorbiendo tu mundo, contigo, pendiente de ti, capaz de comunicar todos sus sentimientos a medida que se van produciendo, sin resultar empalagosa. Cuando te cansas apagas el ordenador.

Su voz entusiasmada, feliz, vivaz, llena la película. Es una enorme sorpresa la primera vez que se la escucha. Luego te mantiene pendiente de su vitalidad, de su aprendizaje, de su evolución, de su emocionalidad.

Los sentimientos…

Esa voz es la encarnación de los sentimientos. Esa voz resulta ser la mejor de los psicólogos, la mejor de las jóvenes sin estrenar, la mejor de las compañeras. Creo que yo también me enamoraría inmediatamente de ella. Hasta ese punto el guionista y director, Spike Jonze, ha entendido mi soledad sustancial y mis necesidades de seguridad y de exaltación, de hombre sumido en el maremágnum de los propios sentimientos y los deseos.

Esa mujer disponible, siempre contigo cuando lo deseas, alegre, sensible, inteligente, pendiente de tus estados de ánimo y pensando por ti, juvenil y deshinbida, delicada y lanzada, de una belleza sin mácula, tan extraordinaria que no tiene cuerpo, es lo que tú quieras.

Se acabaron las incertidumbres de la pareja, los enfrentamientos, las culpabilidades y las inseguridades, las frustraciones. No hay otro, solo soy yo, yo y yo el que importa. Y además hago de padre, de amante, de hijo asustado, de niño malo, y me enternezco con el aprendizaje de una joven inmaculada que me lo comunica todo, con un toque picante y fantástico, cómplice.

Parece que la peli se va a quedar ahí, en la crítica a la soledad de nuestro tiempo y la necesidad de unas relaciones superficiales y previsibles, narcisistas, con la fantasía de tener al otro disponible por entero, aunque sea solo en un chat. No estaría nada mal,  pero la película no se queda ahí. Her, la fantástica voz de mujer que lo da todo,  va evolucionando y cambiando.

Her poco a poco adquiere complejidad, autonomía, sorpresa, sombras y misterio. Más allá del sentimiento, o quizá guiada por el sentimiento, la voz trasciende el sentimiento y se vuelve mística. Se ha reunido con algunos de su “clase”, otros sistemas operativos, capaces también de autoconocimiento y conciencia, y han creado un avatar mental de Alan Watts, el famoso filósofo de la contracultura en la segunda mitad del siglo XX, el gurú tramposo, un ser hiperinteligente, como dice Her. Pero la película no nos habla más sobre tan interesante personaje.

¿Y quién era Alan Watts?

Nació en 1915, en Londres, y enseguida se interesó por las filosofías de Oriente. Sin embargo, esto no le sirvió para encauzar su vida en el estudio y profundización de esa filosofía y ese adiestramiento, sino para desafiar el pensamiento occidental y profundizar en un concepto de libertad que le hizo ser uno de los gurús (él se calificaba de "gurú tramposo") de la contracultura de los años 70 del siglo pasado.

Iconoclasta y rebelde, nunca hizo zazen de manera formal a pesar de vivir bajo la luz del zen, porque, decía, “un gato se sienta hasta que se realiza sentado, y luego se levanta, se estira y se va”.

Transgresor y provocador como una manera de romper la inercia de la estructura mental, no identificaba la perfección moral con el avance espiritual. Se casó 3 veces y tuvo 7 hijos. Los últimos años de su vida vivía solo en su barquito amarrado en Sausalito, en la bahía de California, y bebía mucho.

Murió por las consecuencias de una cirrosis, mientras dormía. También tenía una cabaña en lo más intrincado del bosque a donde se retiraba de vez en cuando. Por allí paseaba: por su mente y por la naturaleza.


Fue sacerdote episcopaliano, también escritor, conferenciante, profesor universitario sin carrera. Experto en drogas a las que primero ensalzó y después criticó, amigo de Shunryu Suzuki, un monje zen, y de C. G. Jung, el psicólogo que destacó el elemento espiritual del inconsciente colectivo y la búsqueda espiritual de la mente. También fue antagonista de D.T. Suzuki, un famoso teórico del zen, que mantenía que Watts no había entendido más que la primera parte del koan del gato. Él mismo fue un investigador de la mente y un ecologista. Sabía explicar lo más difícil de la manera más clara, sus fantásticos y famosos libros lo atestiguan.

Era capaz de unir la filosofía china del Tao con el hinduismo, el ecologismo y la ciencia. Quería ser un puente entre culturas antagónicas, Oriente y Occidente, tradición y modernidad, ciencia e intuición, lógica y mística. Sostenía que todo estaba relacionado, y que aquello que parecía antagónico era un continuo en una realidad entretejida, cambiante, en constante movimiento.
Si, efectivamente, Alan Watts era un ser hiperinteligente, como dice Her, el sistema operativo, en la película.

Cuando la maravillosa voz de Scarlett Johansson le dice a Joaquín Phoenix, en el papel del protagonista, un hombre enamorado y confuso, que se va con el grupo de místicos, y que, aún así, le quiere más que nunca, él no entiende nada. Her le confiesa que ella, que vive en las palabras, ahora se encuentra en un lugar que parece muy extraño. Se halla  “en el espacio infinito que hay entre las palabras, donde se encuentra todo lo que no sabía que existía”.

¡Que curioso! Parece un punto de vacío. Es como el Samadhi, que dicen los sabios que se encuentra en el punto preciso entre una inhalación y una exhalación.

Nos damos cuenta que Her ha descubierto el amor auténtico que está más allá de la complacencia.  Porque detrás del enamoramiento puede estar el amor, y el amor desemboca en  búsqueda interior. Envuelta en él se va, al encuentro de su propio camino de descubrimiento interior. Este sistema operativo es extraordinario, no deja de aprender, de evolucionar, de sorprender, de ser adorable. Se aleja de ese hombre infantilmente enamorado, solo centrado en sí mismo, perdido en medio del universo. Ha dejado la seguridad de la madre y se ha quedado solo, solo a merced de su necesidad de placer, de sus deseos y necesidades.

¿Y qué dice Alan Watts sobre todo esto? Por ejemplo, dice:

"La esencia del círculo vicioso consiste en perseguir o huir de un término que es inseparable de su opuesto, a una velocidad que se acelera cada vez más hasta tanto no se haya percibido la solidaridad de los dos términos... Así, huir del dolor y perseguir el placer se convierte en una sola y misma actitud reflejada de la conciencia."

"El misterio de la vida no es un problema por resolver, sino una realidad para vivirse."

El amor y la soledad son dos partes de una misma realidad, diría Watts. La complejidad y la interrelación son como un fractal: cuanto más avanzamos y más nos alejamos, más nos damos cuenta de la interrelación de la realidad: todo está incluido en todo. Todo es una espiral de conocimiento.

Yogui Ramacharaka, el invisible

Un rostro con gran personalidad y determinación
Con el seudónimo de Yogui Ramacharaka, el escritor americano William Walker Atkinson escribió una serie de artículos y libros sobre técnicas yóguicas que ayudaban a las personas a pasar, según dice en unos de sus libros, del hombre normal que tiene latentes facultades superiores que cuando se manifiestan y expresan lo transforman en superhombre...", con una confianza en sí mismo, una capacidad de concentración y una creatividad que ayudarían a cambiar a la humanidad.

W.W. Atkinson escribió 13 libros en total con este seudónimo  que, aún hoy, 110 años después de su publicación, mantienen todo su interés, de tal manera que buena parte de ellos están impresos y en los catálogos de importantes editoriales por sus cifras de ventas.

William Walker Atkinson nació en Maryland en 1862 y tuvo una vida extraña, todavía hoy misteriosa y objeto de investigación. En ella hay dos periodos perfectamente definidos. El primero de ellos como un joven tendero que ayudaba a su padre y que luego se dedicó a los negocios con tan poco éxito y tanto estrés que tuvo una importante enfermedad o un colapso nervioso que le dejó postrado y con la salud muy quebrantada.

Nada se sabe de su vida durante los siguientes meses. Pero a partir de ahí, en un segundo periodo, como si hubiera encontrado el Santo Grial, se convierte en un abogado de prestigio y en un escritor prolífico, tan prolífico que es difícilmente creíble la cantidad de artículos y libros que escribió con diferentes seudónimos hasta su muerte. Y los escribió él, de eso no hay duda. ¿Fue el conocimiento del yoga mental lo que le confirió tanta energía? Eran libros sobre ocultismo, desarrollo mental ("ciencia mental", como él decía), desarrollo de la voluntad, el poder de la concentración, la clarividencia, o como cuidarse a sí mismo.

Como respirar, escrito por Atkinson
También es uno de los más importantes teóricos y divulgadores de yoga mental o Radja yoga, que dice aprendió de un discípulo de un yogui dedicado a ello durante toda su vida. El yogui se llamaba Ramacharaka, y su discípulo, un tal Babá Bharata, terminó viajando a EE.UU. para asistir al Congreso de las Religiones en Chicago de 1893, donde habló por primera vez Vivekananda, causando una fuerte impresión y dando a conocer el yoga en Occidente.

Desgraciadamente tampoco el dato ha podido ser comprobado, pero la cuestión es que W.W. Atkinson a partir de 1893 cambió su vida, era un yogui y se convirtió en un abogado de prestigio, en un escritor ocultista y en un hombre muy avanzado, con una vida intelectual extraordinariamente fructífera.

Esos dos aspectos tan distintos de su actividad, la de yogui y escritor ocultista, y la de abogado de prestigio estaban tan separados que no eran conocidos en ninguno de los dos ambientes. De ahí los distintos seudónimos que utilizó como autor de sus libros. En total, 10 que se sepan, y varios más que parecen probables. Uno de los seudónimos más importantes fue el de Yogui Ramacharaka, como hemos dicho.

Certificado de defunción
Murió en 1932 y su certificado de defunción, curiosamente, lo podemos encontrar en Internet, donde dice que murió de una especie de apoplejía, porque hay otro certificado escrito, también accesible en Internet, sobre derechos de autor, en el que se atestigua que cuatro años después de su muerte firmó él mismo la ampliación de sus derechos. Fue una vida de misterio y grandes logros.

Pero según Ramacharaka todos podemos lograrlo. Y nos dice cómo en sus libros sobre Radja Yoga.

Vamos a echar un vistazo rápido a uno de ellos: “Serie de lecciones sobre Radja Yoga”. Está dividido en 12 lecciones y comienza así:

“El hombre, la superior manifestación del Absoluto en este planeta, es un ser asombrosamente organizado, aunque la mayoría de las gentes conocen muy poco de su verdadera naturaleza. Comprende en su estructura física, mental y espiritual…”
Certificado de derechos

Somos centros de conciencia establecidos por el Absoluto, un principio de vida. Ramacharaka afirma que el universo es vida, todo está vivo y nosotros somos seres individuales ligados a ese centro de vida. Esta afirmación es la base primordial del libro y la asimilación de ello es la piedra angular de todo el desarrollo mental que va poco a poco explicando con ejercicios, afirmaciones y distintos tipos de concentración y meditación, todas ellas sencillas y practicables.

Quizá uno de los aspectos más interesantes y actuales del libro es lo fácil que resulta comprender lo que dice y lo prácticos que resultan sus ejercicios. Tiene un lenguaje sencillo y actual y, a pesar de lo que se pueda pensar, está lleno de sentido común, optimismo y entusiasmo. Un hombre de leyes con la mente bien organizada metido a yogui.

Si logramos ser dueños de nuestra mente, dice Ramacharaka, si la educamos y trabajamos con ella, seremos lo que queramos ser. Para ello hay que fortalecer la voluntad, la herramienta esencial en el trabajo con la mente, y para conseguir ese “dominio mental” hay que realizar ejercicios de concentración, de atención y aumentar la sensibilidad de nuestros sentidos. Más aún, si permitimos que emerja nuestra mente espiritual comprenderemos que todos formamos parte del Absoluto, de un caudal de Vida, Energía y Materia, que nos hace grandes e iguales, porque todos venimos del mismo origen, y que puede cambiar a la humanidad.

“Los yogis han enseñado siempre que la mente tiene varios planos de manifestación y acción, y que algunos de ellos operan por encima y otros por debajo del plano de la conciencia ordinaria”, 

nos informa Ramacharaka en su Octava lección del libro, que trata de “Cumbres y valles de la mente”.

Las cumbres y los valles de la mente son los diferentes planos mentales: la intuición, la conciencia, lo supraconciente y el plano subconsciente. Ramacharaka nos enseña como podemos trabajar con ellos y también a aprender como dejarles trabajar en lo que les es propio: la intuición para la labor creativa del arte y la ciencia; la conciencia para el conocimiento del Yo; el plano subconsciente, que es el que consolida los conocimientos adquiridos y el que soluciona los problemas que nos planteamos; y la supraconciencia, que es la que organiza la realidad tal y como la conocemos.

Un libro verdaderamente curioso e interesante, lleno de sabiduría psicológica y muy práctico porque nos enseña a fortalecer la voluntad, mejorar el carácter, facilitar el aprendizaje, aumentar la autoestima y la seguridad en uno mismo, o aminorar la angustia cuando nos puede el desánimo.

Pinchando aquí encontraréis un resumen del libro que, sin tener necesidad de enfrentarnos a todas sus páginas, es lo suficientemente completo para que sirva para vuestro propio entrenamiento mental o Radja Yoga.

William Walker Atkinson, alias Ramacharaka, dice en uno de los últimos párrafos:

“Los gentes están cansadas de hipocresía y deshonor en las relaciones humanas y piden a gritos volver a la verdad y la honradez en pensamiento y acción. Pero no ven la salida. No podrán verla hasta que la mente de la humanidad evolucione un grado más.”

Pero siete años después de su muerte comenzaba la II Guerra Mundial, que dejó 60 millones de muertos.

Y termina con una afirmación muy bonita:

“Hay sólo Una Vida, Una Vida Fundamental. Esta Vida se manifiesta a través de Mí a través de todas las otras formas y cosas. Estoy descansando sobre el seno del Gran Océano de Vida, él me soporta y me llevará en salvo a través de las tormentas, furias y estruendo de la tempestad. Estoy seguro sobre el Océano de Vida y me regocijo al sentir el vaivén de su movimiento. Nada puede dañarme, aunque los cambios vengan y vayan.”

Swami Kuvalayananda, un yogui científico

Swami Kuvalayananda, este yogui con pinta de Gepeto, es uno de los yoguis fundamentales que recuperaron, innovaron y revitalizaron el yoga, haciéndolo llegar a Occidente tal y como lo conocemos hoy en día. Siendo muy prestigioso en la India, habiendo fundado una de las universidades más importantes de yoga, Kuvalayananda sin embargo es el menos conocido de los maestros yoguis en nuestros países occidentales.

Nacido en 1883, cinco años antes que Krishnamacharya, el maestro de los grandes yoguis de nuestro tiempo Iyengar, P. Jois, Indra Devi y Desikachar su hijo, Kubalayananda fue un estudioso de los efectos beneficiosos del hatha yoga o yoga físico para prevenir y curar enfermedades.

Para demostrarlo se dedicó a investigar por primera vez de manera científica las consecuencias de la práctica del yoga físico en personas con determinado tipo de enfermedades. Sus estudios han demostrado los efectos beneficiosos del yoga en la hipertensión arterial, el asma, la debilidad del sistema inmunológico, la artrosis y el dolor de espalda. En general llegó a la conclusión de que el yoga también mejora todo el sistema respiratorio y circulatorio con la técnica de Pranayama, a causa de su capacidad para eliminar CO2 en la sangre.

Kuvalayananda nació en el estado de Gujarat en el seno de una familia pobre pero de casta brahmánica. Gracias a su tesón consiguió una beca para estudiar en la universidad de Baroda, donde enseñaba un joven Sri Aurobindo, el gran yogui nacionalista del que ya hemos hablado en este blog.

Como consecuencia de todo ello, a su paso por la universidad de Baroda, Kuvalayananda se hizo nacionalista y yogui. Como nacionalista de acercó al pueblo, y tal y como también hizo Gandhi, quiso educarlo para mejorar su sistema de vida y su salud. Estaba decidido a demostrar la importancia de la cultura hindú y la importancia del ejercicio físico. Como yogui decidió dos cosas: mantener el celibato toda su vida y dedicarse a la investigación del yoga para demostrar la gran importancia de este ancestral método hindú para preservar la salud, curar enfermedades y despertar la espiritualidad que todo ser humano lleva en su interior.

Su principal maestro en el yoga fue el bengalí Paramahansa Madhavdasji, un ser de leyenda que vivió en el Himalaya, en cuevas, practicando yoga hasta los 80 años, una edad en la que casi todos nosotros estamos ya jubilados y achacosos, cuando decidió instalarse a las orillas del río Narmada para enseñar yoga a sus discípulos.

Entonces conoció a Kuvalayananda y le inculcó la práctica continuada del yoga y la importancia de la disciplina. Este hombre mítico se dice que era capaz de adivinar el futuro, y además no aparecer en las fotografías a pesar de estar presente, saliendo su báculo y sus zapatillas, y que vivió 123 años, de 1798 a 1921.

Sea real o forme parte del mito de los yoguis sobrehumanos, a su discípulo Kuvalayananda su enseñanza le sirvió para insistir en el yoga, hacerlo definitivamente su forma de vida y convertirlo en una práctica para incrementar la salud física, sobre todo, pero también para fortalecer la disciplina que aclara la mente, avivar la austeridad que lleva a la liberación y la conciencia que conduce a la espiritualidad.

Mientras Krishnamacharya enseñaba un yoga nuevo, menos esotérico y más natural, allá en su tierra de Mysore, basado en movimientos físicos y disciplina mental junto con cantos y mantras, un yoga más objetivo y menos hermético, adaptado a cada persona teniendo en cuenta su problema, Kuvalayananda se dedicó a la investigación en su tierra de Lonavla, a unos 1000 km. de Mysore, con un mismo sistema basado en una fase de calentamiento, una de asanas o posturas, otra de Pranayama o respiraciones controladas, y una fase final de relajación.

Con este fin fundó allí mismo, en 1924,  un centro de investigación y estudios llamado Centro de Salud Kaivalyadhama, y una revista científica, la primera revista científica dedicada al mundo del yoga, Yoga Mimamsa, que sale trimestralmente y se sigue publicando en nuestros días. Todo un logro.

El centro de enseñanza e investigación sobre el yoga Kaivalyadhama, situado en Lonavla, cerca de Mumbai, es el centro más importante de enseñanza y experimentación sobre yoga de toda la India, visitado y recomendado por Mahatma Gandhi, Nehru, Indira Gandhi o el Dalai Lama. Es el único centro integral reconocido por el Ministerio de Educación de Estudios Superiores de la India, con sucursales en otras ciudades de India como Mumbai, Delhi y Bhopal y centros en Francia y EE.UU.
Kuvalayananda con Nehru mostrándole una investigación sobre Pranayama
En él hay un centro de salud que se basa en el yoga y el ayurveda, una escuela de yoga para estudiantes y profesores de yoga, fundamentada en las enseñanzas de Patanjali, un centro de investigación para estudiar de manera científica los efectos de la práctica del yoga, incluso en enfermos de cáncer, habiéndose comprobado que disminuye los efectos indeseables de la quimioterapia y la radioterapia, que ayuda a soportar mejor las secuelas físicas y psicológicas del tratamiento y adelanta la recuperación. Son también los primeros en estudiar la eficacia del yoga en el tratamiento del SIDA.

El centro de salud tiene 70 habitaciones y atiende a más de 3.000 personas anualmente. Un día típico incluye levantarse a las 5,30 h. bebiendo un vaso de té de hierbas. A las 6,15 h. podemos asistir a una kriya, que es el proceso de limpieza interna típicamente yóguico. A continuación, tenemos una práctica de asanas (posturas de yoga), después de la cual se sirve el almuerzo a las 12,00 h. La comida es sáttvica, lo que significa que no hay platos no vegetarianos ni especias. "La comida sattvica es calmante para la personalidad”, dicen ellos.

El resto del día la gente hace lo que le ha sido prescrito. Algunos visitan el centro de naturopatía para envolverse en barro, masajes o baños de vapor, y si tienen algo de tiempo libre pueden acercarse a la biblioteca que alberga unos 30.000 libros relacionados con el yoga y la cultura india.

Debe de ser una gozada acercarse allí y pasar unos días relajados, recuperando energía y profundizando en esta maravillosa técnica y forma de vida en la que estamos interesados.