El yoga del siglo XXI también viene de Occidente

El edificio de Gottingen del Centro de Investigación Max Planck
Peter van der Veer en un holandés de casi 60 años, director en el Centro de Investigación Max Planck, uno de los más prestigiosos del mundo. La sección de la que se encarga, ubicada en Gottingen, en un edificio precioso, está dedicada al estudio de la diversidad étnica y religiosa. También profesor universitario e investigador sobre religiones comparadas, ha publicado un libro llamado The modern spirit of Asia : the espiritual and the secular in China and India, donde defiende la idea de que el yoga que practicamos en la actualidad ha nacido hace poco, unos 2 siglos, fruto de la interrelación entre ambas culturas, la occidental y la oriental.

Dice este antropólogo holandés que el yoga físico, el hatha yoga que conocemos hoy en día, es fruto de la comunicación que se ha dado entre las dos culturas desde el siglo XIX. O sea que el yoga que practicamos tiene poco de la India, menos de lo que pensamos, y mucho más de Occidente, muchos más de lo que pensamos.

Krishnamacharya
Krishnamacharya, muerto en 1989 a los 101 años, fue el gran yogui que enseñó a los actuales maestros que han popularizado el yoga en Occidente: Iyengar, cuyo particular método siembra Occidente de centros que lo enseñan; Indra Devi, propagadora del yoga en Rusia y América del Sur; Patthabi Jois, fundador del enérgico yoga llamado Asthanga yoga; Desikachar, su hijo, que ha desarrollado el yoga para que sea una medicina natural para los males de nuestro sociedad y nuestro tiempo: el malestar, el estrés, los pequeños achaques, la hipocondría o la ansiedad.

Pues bien, cuando Krishnamacharya, de joven, después de que su padre le hubiera introducido en los textos védicos, quiso conocer las técnica del yoga, tuvo que viajar al monte Kailash, en los Himalayas, en busca de viejos ascetas que pudiesen introducirle en sus métodos de trabajo interior.  De vuelta comenzó a estudiar los Yoga Sutras de Patanjali, pero en ellos no se describe la más mínima postura de yoga, ni tan siquiera una sola técnica de Pranayama. Así que, cuando el Majarajhá de Mysore encargó a Krishnamacharya que enseñase lo que sabía a los jóvenes, él les enseñó una técnica propia basada en firmeza y voluntad, ejercicios físicos, concentración, cantos védicos y un nuevo concepto de salud: la salud como un todo del cuerpo, la mente y el espíritu.

Peter van der Veer, nuestro iconoclasta investigador y antropólogo, parece tener cierta razón cuando dice que el yoga de hoy es la mezcla de esa cultura ancestral, prácticamente desaparecida en la India, y del nuevo concepto de salud integral Occidental, cuyo exponente más importante es la gimnasia sueca.

Pier Henrich Ling, era militar, médico y profesor de esgrima. Él fue el inventor de la gimnasia sueca. Murió en 1832, pero antes quiso encontrar un método natural saludable y equilibrado de educación para los jóvenes. Era  una gimnasia muy completa, llena de ejercicios estáticos y terapéuticos. Una gimnasia también correctora, con estiramientos y mantenimiento de posturas. Peter van der Veer sostiene que el yoga que conocemos y practicamos hoy tanto en Asia como en Occidente es una fusión, una amalgama de cosas que se ha ido fundiendo y sincretizando en sus viajes de ida y vuelta por el mundo con la gimnasia sueca como su columna vertebral, su ingrediente primigenio. Y el sabor principal que deja este yoga del siglo XXI es algo nuevo que busca la humanidad : una nueva espiritualidad y una nueva forma de vivir, dice Peter van der Veer.

Enfermo de polio en un pulmón de acero
Algo debe de haber de cierto. Yo padecí poliomielitis en 1956. Después de haber vencido en un pulmón de acero el ataque asesino de esta enfermedad que surgió en 1887, en Suecia, quedé con importantes secuelas: las piernas paralizadas y una grave desviación de columna. En España entonces no existía la Seguridad Social universal y mis padres, con gran sacrificio, me mandaron a los seis años a un hospital de Suiza especializado en el tratamiento de la polio. Cuando volví, seguí el mismo sistema de recuperación en un gimnasio situado en Madrid y llevado por una enfermera alemana, Isabel Selligman, una mujer muy guapa y generosa, de ojos claros y de piel muy blanca, a la que recuerdo con mucho cariño. El método era una mezcla de baños, estiramientos y gimnasia estática y dinámica que ella llamaba gimnasia sueca.

Mas tarde, en una recaída, después de la adolescencia, se me ocurrió que el yoga podría ayudarme a mantener una vida activa. Cual no sería mi sorpresa cuando pude darme cuenta de que los asanas de yoga que me enseñaba mi profesor de yoga Miguel Fraile en 1983 ya los conocía. En parte eran los mismos ejercicios de gimnasia sueca que había practicado durante tantos años en mi infancia. Era muy gracioso darme cuenta de que no me costaba nada hacer determinadas posturas que para algunas compañeras de clase eran imposibles. Las que permitían mis condiciones físicas me resultaban fáciles y placenteras, las había hecho una y otra vez con bastante fastidio desde los 8 años. Ahora las hacía con gusto y orgullo. Tuve un insight fantástico, como la resolución de un koan : yo había estado haciendo yoga de niño sin saberlo. Cuando, después de haber leído el Tercer Ojo, de Lobsang Rampa, soñaba de niño con ser un yogui, resultaba que ya lo era.  ¡Y yo sin saberlo!

Peter van der Veer dice que primero fue la gimnasia sueca en Occidente, y que la gimnasia sueca también llegó a la India. El hambre experimental del siglo XX favoreció todos estos viajes de una cultura a otra, y en estos viajes de ida y vuelta se formó una masa compacta, llena de riqueza, experiencia y juventud que es el yoga que se practica en la India y Occidente hoy en día.

Entre gimnasia sueca y Pilates
Será como dice van der Veer,  a mí me da igual. Me siento mitad yogui, mitad sueco, español, suizo, alemán, occidental y oriental, ciudadano del mundo. Agradecido, sano dentro de lo que cabe, un ser humano  que madura, espiritualmente vivo.

Esa es otra cosa que ha investigado este importante y culto antropólogo holandés. El verdadero cambio es la búsqueda espiritual, y el yoga lo representa. Dice que la humanidad desde la época de la Ilustración busca con esfuerzo algo nuevo, libre, que no viene de fuera solo sino que crece en nosotros, un sentido, un ancla para la vida, una esperanza para el dolor de vivir, una ética para la solidaridad universal, un Dios que no vigila sino que vive en los abismos del alma: la espiritualidad.

Vivekananda
El gran introductor del misticismo universalista de Oriente y del yoga en nuestro sociedad occidental, defiende van der Veer, fue Vivekananda cuando se dirigió al Parlamento Mundial de las Religiones que se reunía en Chicago por primera vez en 1893. Había venido recientemente de su India natal, se sentía solo, desconcertado por aquel mundo tan diferente al suyo, un poco apabullado, ya que no tenía costumbre de dirigirse a tanta gente.

En el Congreso había más de 7.000 personas y Vivekananda tuvo eso que se llama miedo escénico. Fue dejando pasar por delante a los demás oradores día tras día. Todos leyeron sus discursos preparados, loando las bondades y las verdades de sus respectivas religiones, sobre todo los cristianos, mayoritarios, que, aunque habían sido ellos los organizadores, parecían sentirse más poseedores de la verdadera verdad. Presentado al fin por el Dr. Barrows, Vivekananda empezó su discurso diciendo: “Hermanos y hermanas de América”. La gente se puso en pie y recibió un atronador aplauso. Esa gente se sentía profundamente conmovida por su sencillez y su cercanía.

El Parlamento Mundial de las Religiones de 1893 con Vivekananda
“Agradezco a algunos de los oradores de esta tribuna que al referirse a los delegados del Oriente les han dicho que esos hombres de lejanos países muy bien pueden reclamar para sí el honor de llevar a las diferentes tierras la idea de tolerancia. Me siento orgulloso de pertenecer a una religión que ha enseñado al mundo no sólo la tolerancia, sino también la aceptación de todos los credos religiosos. No sólo creemos en la tolerancia universal, sino que aceptamos todas las religiones como verdaderas”, dijo Vivekananda en su discurso.

Hábilmente -nos cuenta van der Veer-, aunque sin verdadera conciencia de lo que hacía, Vivekananda, amparado en su éxito en el Parlamento de las Religiones, recorrió Occidente dando conferencias que extendían la tolerancia y el misticismo de Oriente, y luego llevaban a la India la búsqueda y la libertad de Occidente. Vivekananda fue el catalizador de una nueva esperanza: la emergencia de una espiritualidad libre, inspiradora, rica y ecuménica, una aspiración universal que tiene diferentes formas de concretarse en los seres humanos y los pueblos.