Delacroix y el romanticismo

Un día fuimos a ver la exposición de Delacroix, en Madrid, en Caixa Forum, en pleno romanticismo. El nuestro, atemperado y maduro, de pareja que se ama y se admira; el suyo solitario, salvaje y aventurero, triste y desesperado como muestra su autoretrato de 1837. Otro autorretrato, al lado, en la misma exposición y en la misma pose, tres años más tarde, pintado con una frialdad valiente de desesperado, nos muestra a Delacroix mucho más delgado, demacrado, muy triste, algo asustado, rondando la muerte. En su biografía escrita en la pared dice que en 1840 estuvo muy enfermo.

No me gusta especialmente la pintura romántica de Delacroix, creo que ya no me gusta el romanticismo. Yo, aprendiz de yogui, me he adentrado en un camino de intimidad, armonía y conciencia que está muy lejos de esos gestos desesperados, de esos brazos abiertos, de los rostros contraídos, del cuerpo contorsionado, lejos de la fiereza y el exotismo de la vida de Delacroix. Aunque todavía queda la tendencia a la tragedia, a la pasión, al amor y a la muerte. Pero admiro el coraje de Delacroix, su valentía para encarar esa violencia, ese sentimiento trágico, esos escorzos desesperados, esa tortura vital.

Con la misma bravura con la que pinta los efectos de la enfermedad en sí mismo, pinta la fiereza asesina de los mamelucos a caballo con el alfanje en alto lanzándose sobre su enemigo sin mirar la lanza de éste que está a punto de clavársele en el estómago. También impresiona el exotismo de las mujeres, la violencia de los cuerpos desnudos o el cinismo del noble descubriendo el cuerpo de su amante desnuda a su marido, levantando la sábana hasta taparle la cara, como si ella no fuese nada, un objeto.

Salvaje como Lord Byron, cruel también, solitario como Baudelaire, regodeándose en su individualidad y su ser distinto, en su contracorriente, admiro sin embargo su capacidad, su genio, su arrojo, su indiferencia por sí mismo; también admiro su capacidad de trabajo, todos los bocetos que se muestran en la exposición, sus diarios, los cuadros que preparaban otros cuadros, horas y horas de trabajo en su taller, en sus viajes, perfeccionando su arte, ambicioso y consecuente.

Un gran hombre, un romántico, un hombre cargado de cosas, de éxito también, el reverso de la medalla de un yogui. Un hombre en el filo de la navaja, quizá un hombre sin ataduras banales, quizá otra manera de ser un yogui.

Es posible que haya tantas...

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