Yoga devocional

En esta sección hablaremos de la belleza, del arte, de la admiración, de la fe y de la esperanza, del entusiasmo, del amor que nos acerca y del amor que nos ahonda. De todo aquello que nos llega directamente al corazón, nos emociona y nos hace preguntarnos por nosotros y nuestra responsabilidad como seres, y nos hace asombrarnos con el misterio grandioso en el que estamos metidos. Unos lo llaman Dios, otros lo llaman destino y algunos casualidad o incertidumbre. Pero ante ello, no tenemos más remedio que postrarnos y hacer una reverencia.


1. Samsara es Nirvana y Nirvana es Samsara

Lo más complicado para un yogui que se encuentra en la encrucijada de Cuatro Caminos no es la duda hacia donde dirigirse en esa plaza de Madrid que se abre al mundo en forma de cruz y se desparrama en una algarabía de gentes y culturas. Lo difícil es ceder al ruido y al barullo sin decir nada, ni un solo comentario.

Estupefacto, parado en una esquina que mantiene a la vista los cuatro puntos cardinales, con los ojos brillantes, no elige. A este yogui le resulta fácil no escoger ningún camino: ni el camino del Norte, ni el camino del Sur, ni el camino del Este, ni el camino del Oeste. Se para en una esquina y contempla a todos, su constante fluir, la belleza de su vitalidad. Mira los rostros y los cuerpos, el ritmo distinto de las horas en este enclave del mundo tan concreto y universal.


Por esa plaza camina gente de todo tipo, jóvenes y viejos, árabes y latinos, ancianos castizos que entonan con su naturalidad calmada el exotismo inquieto de las aceras donde hombres anuncio amarillos compran oro y algunos niños cubanos juegan al futbol en las calles adyacentes. Tiendas de música con las puertas abiertas, el alboroto de un mercado de barrio lleno de mercancías, los vendedores de sueños ciegos en forma de cupón de la ONCE. Los ve fluir, se siente con ellos y no escoge, feliz de estar donde está sin entrar en la vorágine.

Le resulta sencillo porque este yogui ha aprendido durante la meditación a hacer lo mismo con sus pensamientos, con sus emociones, con sus deseos. Sin moverse, en calma, atento a la respiración los ha visto transcurrir, caminar hacia el futuro o surgir desde el pasado, en forma de herida o como un deseo violento. Fluyen sus pensamientos mientras está en meditación. Pasan mientras él los ve desde la esquina de su mente con el rabillo del ojo y una sonrisa cuando la cosa marcha bien. La ira, el cansancio, la duda, el aburrimiento, el sexo, el fulgor del silencio en los instantes de contemplación, sin poner nada, el asombro... También el miedo, como siempre, de perro guardián.

Por eso ahora le es relativamente fácil acompasar la respiración y quedarse quieto en una esquina de Cuatro Caminos para mirar en calma, oler, oír, disfrutar de las gentes, de los sentimientos que también caminan con ellos, de la armonía del ritmo. Quedarse quieto, sin intervenir, sensible a los cambios, sabiendo que pone una historia cuando la pone al ver la cadencia sensual de una exótica muchacha, o sabiendo que pone ternura con un sutil sabor metálico de amenaza en la boca ante la dulce cojera y el esfuerzo sin premio de una anciana con el carrito de la compra.

Para este yogui no es difícil pararse y mirar, dejarse rodear de ruido y de vida, de historias contadas en el color de la piel o en la cadencia de un cuerpo, de la belleza de lo irrepetible o de lo instantáneo. Para este yogui lo difícil es no añadir ni un adjetivo de más, ni un juicio a lo que ve, a lo que siente: esto es bueno y esto es malo, esto me afirma y esto me niega, esto es idiota y esto es sabio, esto lo admito y esto lo rechazo.

Quedarse ahí, sin poner nada, asombrarse de cada cosa, del fluir de los vehículos que paran y arrancan como una oleada de sangre, de los tatuajes, de los cruces, de los pantalones levantacolas llevados con fantasía y orgullo, del ritmo. Sin querer nada y atento a todo porque si lo hace así sabe que eso es visión cabal, y armonía, y belleza.

Entonces Samsara es Nirvana y Nirvana es Samsara.


2. Bodhidharma, el templo Shaolín y la atención correcta

Bodhidharma ya era viejo cuando llegó a China. Tenía 67 años, dice la tradición. Había hecho un largo viaje por mar siguiendo un mandato de su maestro que le había pedido que predicase el budismo más allá de la India cuando él muriese.

Bodhidharma llegó a la India en el año 527 y se instaló en el templo Shaolín, en el pueblo de Dengfeng, en la provincia de Henan y, aunque era viejo, no tenía prisa.

Cuando le fue concedida una audiencia por el emperador y este se jactó de la cantidad de templos que había creado en su país y del número siempre creciente de monjes que se habían formado bajo su amparo, Bodhidharma respondió que eso pertenecía al mundo de la apariencia y que no había ganado ningún mérito.

Acto seguido se retiró a una cueva al noroeste del templo, donde pasó, dice la tradición, los siguientes nueve años de su vida delante de una pared en meditación.


Como ya era viejo y llevaba bastante tiempo sin moverse, cuando, después de esos nueve años, se levantó, le dolían los miembros entumecidos. Dicen que por esta razón inventó un ejercicio de 18 movimientos, lo que se conoce hoy en día como las 18 Rutinas del Arte Marcial Shaolín.

En este templo de leyenda hay una instrucción esencial para los adeptos y alumnos que la traigo aquí porque me parece que viene muy bien a cuento para poder avanzar, aprender y salir de esta ya larga crisis en la que estamos metidos. Nos viene bien a todos por el respeto, la austeridad y la atención correcta que implica, pero me parece que es fundamental para lo políticos, y debería figurar en un lugar privilegiado de sus despachos.

ORGANÍCESE
  1. Usted abrió, cierre.
  2. Encendió, apague.
  3. Contactó, corte.
  4. Ensució, limpie.
  5. Está usando algo, trátelo con cariño.
  6. Rompió algo, repárelo.
  7. No sabe arreglarlo, llame a alguien que sepa.
  8. Para usar lo que no le pertenece, pida permiso.
  9. Pidió prestado, devuélvalo.
  10. No sabe como funciona, no intervenga.
  11. Es gratis, no lo desperdicie.
  12. No lo convocaron, no se entrometa.
  13. No lo sabe hacer mejor, no critique.
  14. No vino a ayudar, no perturbe.
  15. Prometió, cumpla.
  16. Ofendió, discúlpese.
  17. No le preguntaron, no haga conjeturas.
  18. Habló, asúmalo.

3. Yoga devocional para disfrutar en fin de semana
En este post traigo un video para que nos alegre la vida este fin de semana. Mientras las voces de unos niños cantan el Gayatri mantra, ("Om Bhur Bhuvah Swah, Tat Savitur Varenyam Bhargo Devasya Dheemahi, Dhiya Yo Nah Prachodayat"), delante de nuestros ojos van pasando unas imágenes de belleza y alegría, de seres humanos llenos de expresión que miran a la cámara con sencillez y naturalidad.



Cuando lo veo me pregunto que hay en esas escenas que me emociona.
¿Es el exotismo de sus vestimentas y adornos? ¿Es la expresividad de sus caras? ¿La alegría que se refleja en sus sonrisas? ¿La belleza impresionante de la espontaneidad y la afabilidad de sus expresiones, del colorido y el alboroto de sus atavíos? ¿Será la intensa individualidad de cada una de las personas que aparecen, la naturalidad y la complicidad de seres extraordinariamente vivos en que se muestran unos con otros lo que me emociona?

¿Será la dificultad y la aventura de vivir que se refleja en el rostro de los ancianos lo que me emociona? ¿La espiritualidad y el resplandor en el rostro de los niños con esas orejotas prestas a oír? ¿La complicidad, la gracia y la naturalidad de la acogida serena de las mujeres? ¿Será la sensación del viaje conjunto que hacemos todos, personas y animales, árboles y dragones de la imaginación, dromedarios y mandalas, en este esplendor incomprensible y misterioso? No lo sé.

Solo sé que ahí todos parecen atentos. Que están donde están, profundamente, y que se expresan con fervor, con todo su aliento y energía. Simplemente se asoman a la cámara y se muestran como son, en el puro presente. Y yo, al sonido de ese mantra machacón, alegre y algo hipnótico, viendo las imágenes del video, siento alegría y admiración, una profunda relajación y veneración por este testimonio sencillo de vida y belleza colgado en Youtube.

El yoga nos enseña a ser el que se es para poder luego trascender esa individualidad asombrosa y única, y asomarnos a lo que, por detrás de ello, se manifiesta: una serenidad oceánica y abarcante, una belleza universal sin motivo, un ritmo.

4. Pranayama en la Tierra

Pájaros volando sobre alveolos pulmonares
Amanece

La bruma sobre el mar comienza a fluir
Los pájaros se sacuden las sombras de la noche y se esparcen por el aire limpio
como si fuera tan fácil volar
Inspiran

El mundo inspira

Late una nube muy roja, como un alveolo inflamado por sangre limpia
El sol aparece dulcemente y luego restalla
Paraliza el cielo
Hace desaparecer la profundidad y el misterio de las estrellas
Ha puesto una pantalla azul, inmensa y plana

El mundo inspira

Se inflama, esplende, se congestiona
hace correr la sangre por sus venas de aire
Prana, luz, voces
La máquina a pleno rendimiento

Luego el mundo exhala
y es la noche, la sequía, el misterio, el cri cri de las cigarras

y yo también exhalo
Me arropo en mi fondo sin fondo
Me recojo en esta pequeña muerte
Este vacío infinito sin gravedad
Como Roy cuando se acaba su tiempo en Blade Runner

Exhalo

Y es el final de un gemido que no cuaja
Esta conformidad, este silencio
Sentimientos diluidos, suspensión, olvido, presencia
La noche en calma del trópico o yo mismo al fondo de mi expiración mientras medito

Exhalo

Los ruidos no afectan al silencio, la fragancia nerviosa de mi mente no me embriaga
A mi lado está la ansiedad, la incertidumbre, el embrujo de la vida, el sexo
Cerca, pero no se me suben
No me envuelven

Exhalo

Inhalación y exhalación
Inspiración y espiración

Ritmo

Tesis y antítesis
Luz y sombra
Vida y muerte
Latido y vacío
Yo y el mundo

Hasta llegar al punto exacto
de una exhalación.

(Para más información ver el post Pranayama: vivir del aire y de los iones)



5. Yoguis y yoguinis junto a Gauguin en busca de la felicidad
En Madrid, España, en el Museo Thyssen, hemos podido disfrutar de una exposición con diversos cuadros de Gauguin donde plasmaba su búsqueda del Paraíso que de vez en cuando él situaba en la Polinesia.

Preciosas pinturas de colores cálidos, marrones, bermellones, burdeos, amarillos, verdes manzana, azul marino, y una perspectiva rota. Son cuadros inconfundibles. En ellos había bellas y jóvenes mujeres caoba desnudas, siempre serias y con cierta dureza en la mirada. A veces, Gauguin intentaba suicidarse en medio del Paraíso.
La sensualidad y la muerte
Gauguin era un rebelde, un desarraigado que iba buscando el Paraíso en la tierra , un hombre valiente y desesperado, una persona de rasgos bipolares que se balanceaba entre la felicidad y la desesperación. Un hombre confuso y un pintor apasionado y cálido, capaz de mirar de frente una realidad que describía maravillosamente con los pinceles y se le escapaba con el pensamiento cuando intentaba darle estabilidad y abstracción. Lo quería entender como un mundo perfecto y salvaje, instintivo y primario, como un símbolo de la felicidad que iba luego perdiendo a borbotones en sus momentos de soledad y sequedad interior. En su búsqueda del Paraíso recorrió Panamá, Tahití, Autona o las Islas Marquesas. Más lejos, cada vez más lejos en su búsqueda de la felicidad.

¿Es posible encontrar la felicidad?

Gauguin buscaba la felicidad en el exterior, en esos paisajes de cocoteros, palmeras, perros en libertad y mujeres de piel de ébano bellísimas y un poco taciturnas, indolentes, calladas.

Cierta Psicología Positiva y algunas ideas desarrolladas en libros de autoayuda buscan la felicidad en una manipulación interior. Parece un paso adelante viendo la desesperanza cada vez mayor de Gauguin en medio del Paraíso. El exterior se nos impone, y el calificativo lo ponemos nosotros. Aprender a manejar el volumen de esa interacción entre nosotros y el exterior, darle el calificativo conveniente a la realidad es la llave de la felicidad, dicen ciertos libros de autoayuda. Este pensamiento positivo defiende que da un poco igual lo que nos ocurra, que de nosotros depende que sea bueno o malo. ¡Qué idea tan injusta y que carga tan grande! Si nos atropella un coche y nos rompe las piernas y nos quejamos es que no sabemos aprovecharlo para aprender a andar con las manos.

Estas teorías dicen que, puesto que el exterior no podemos cambiarlo la mayoría de las veces, vamos a cambiar nuestro interior, la manera de acercarnos a la realidad. La felicidad es un aprendizaje, no tiene que ver ni con la suerte, ni con las circunstancias. La vida puede ser maravillosa pase lo que pase, depende de cómo la vivamos en nuestro interior.

Este planteamiento ingenuo y engañoso que algunos libros de autoayuda nos muestran como si fuera un mantra mágico contra la adversidad, y que la mayoría de las veces solo consigue frustrarnos y hacernos sentir impotentes e incapaces de conseguir esa felicidad que parece tan fácil y que depende solo de nosotros, no es desde luego el planteamiento de la Psicología Positiva que desarrolla Seligman, su creador.

Seligman rechaza de entrada el concepto de felicidad como engañoso, ingenuo y contaminado por nuestra sociedad. Prefiere hablar de bienestar o crecimiento, y para ello hace falta desarrollar las 24 Fortalezas de las que hablábamos en el post anterior. La fortaleza interior exige un aprendizaje, disciplina y constancia. No se trata de ponerse las gafas del optimismo ante la realidad para verlo todo de color de rosa.

¿Es el yoga una disciplina para la felicidad?

Para mí el yoga es la mejor herramienta para encarar una vida fructífera y positiva. La felicidad, que el yoga llama sabiduría, plenitud y liberación, samadhi, es visión cabal y perfeccionamiento interior. La felicidad no está en un interior manipulado para ver solo lo bueno, ni en el exterior, intentando conseguir el Paraíso en la tierra. La sabiduría, esa especie de felicidad compasiva y serena, más bien inmutable, sobria y fluida, se obtiene, dice el yoga, viendo la realidad tal cual es, sin calificativos, ni proyecciones, ni rechazos, ni apegos. Aceptando el sufrimiento y el dolor inevitable de la vida de la misma manera que el gozo y el bienestar, con serenidad y reconocimiento, lo que no significa indiferencia, sino fluidez y gracia.

La plenitud, la armonía, la sabiduría, la auténtica felicidad, dice el yoga, viene de la realización, de trabajar para ser lo que somos en potencia: auténticos y desarrollados seres humanos. Seres vivos en proceso de convertirse en personas, como diría también Carl Rogers. Yoguis y yoguinis con un potencial de perfección muy grande gracias a la autoconciencia, la responsabilidad personal, la creatividad, el sentido de la trascendencia y la espiritualidad.


6. De la plaza de Cuatro Caminos a la India
Perdonadme el retraso, pero me fui a la India en volandas. Era un viaje largo tiempo esperado y temido. ¿Cómo sería la India? ¿Respondería a mis ideas preconcebidas, a mis prejuicios, a mis esperanzas, a mis sueños? Todavía no lo sé.

Después de 15 días de viaje, después de haber visitado Delhi, Jaipur, Agra, Orchha, Khajuraho y Vanarasi, no lo sé. Después de cientos de kilómetros en coche, un viaje en tren, otro en avión, después de haber visto el Ganges al atardecer en Vanarasi donde remaba un chico joven, silencioso y muy delgado, no lo sé.

La India tiene una aureola. Ir a la India no es ir a cualquier sitio. Yo iba en busca de un mito. Iba a cumplir el sueño de mi madre que, a pesar de ser su deseo más ferviente, nunca pudo viajar a la India, e iba a darle realidad a mis propios mitos: los de los yoguis desnudos que no necesitan nada, omnipotentes casi, porque de tan estoicos se ha hecho independientes de las circunstancias y las limitaciones.

También buscaba el mito de la belleza completa y el asombro místico que, pensaba, solo puede existir en la India. Una mezcla de alegría, melancolía y luz. Y el mito de un visión diferente de la muerte y de la vida donde no gobernamos nosotros sino que nos acompaña la magia, el milagro, la suerte, el destino, el karma, la fatalidad y el grandioso sinsentido de Dios que juega consigo mismo y hace lo que le da la gana.

La India me pareció magnífica, asombrosa, ambigua y profunda, desesperante y, a veces, insoportable. Me resultó dolorosa e inquietante. Para mí fue difícil disfrutarla y muy fácil asombrarme.

En Delhi vuelan las águilas como aquí los gorriones. Y el olor de la India es como un sello, una estampación que la define inconfundiblemente. Es verdad, la India huele en su totalidad como un ser vivo. Un olor inconfundible e indefinible que impregna el aire, seco, grave, profundo, exótico, poderoso y permanente.

Nos levantábamos en el hotel Le Meridien, el mejor hotel en el que he estado en mi vida, abríamos la puerta de la habitación para ir a desayunar y estaba ahí, en el patio lujosísimo donde daban todas las habitaciones y por donde subían y bajaban los ascensores que terminaban hundiéndose en una fuente: era el olor de la India. Salíamos de los restaurantes y ahí estaba, fuera donde fuera.

Amanecía y se recrudecía el olor, como una respiración. Las ciudades que visitábamos se vestían de ese olor, el aire del campo tenía ese olor, detrás de los aromas penetrantes de los platos de comida llenos de salsas de colores estaba ese olor como si fuera un espíritu. Detrás del sudor de sus gentes estaba él, detrás del hedor a pis y basura de las calles; y si pudiera oler a los elefantes, a los camellos o a los tigres también encontraría ese olor que viste el aire, le dibuja y le hace denso y preciso, evocador y vehemente, un punto violento.

En la India el karma existe. Yo no lo había visto nunca, creía que era un cuento indio fruto de la ignorancia, aunque atrayente. Aquí, en mi tierra, en Madrid, en mi plaza de Cuatro Caminos, no existía. Advertía que aquí es posible construirse una vida, perseverar, pedir ayuda con relativos buenos resultados, encauzarse, insistir, buscar, dar sentido. Si no ocurre así, es una injusticia que hay que corregir.

En la India el karma existe. La gente se muere en las calles sin solución, la pobreza inconcebible está en cualquier sitio y te persigue sin esperanza, las castas siguen existiendo como un poder oculto, inabarcable y sobrenatural de la condición humana. Todos barren y nadie recoge en las calles; los ciclistas, las motos y los risckshaw se doblegan ante los chóferes de los Toyota de los turistas o los grandes todo terrenos, mis compañeros los cojos se arrastran por las aceras polvorientas, los leprosos se ganan la vida con la lepra, los comerciantes te intentan engañar con el precio sabiendo que es un juego que tú también tienes que jugar. Tienen su karma y pertenecen a una casta. Casi nadie pide, aunque pida. De una manera muy dulce exigen porque tienen derecho, insisten e insisten, es su destino.

En la India la desgracia está a la misma altura que la dicha, incluso tiene un estatus superior. La monstruosidad convive con la belleza, la crueldad es una manifestación de dios, el calor es agobiante, la basura vive junto a la magnificencia de sus edificios asombrosos, etéreos, abiertos, oníricos, medio derrumbados a veces. Todo es extraordinario, grandioso e incomprensible. Te puedes adecuar, admirarte, repudiarlo o simplemente pasar por delante sin conmoverte, pero no lo puedes entender. Quizá por eso es un país tan difícil de ver, tan asombroso, tan espantoso, tan indignante.

Y también está la dulzura de sus gentes en la intentona por conseguir algo sin la protesta de no conseguirlo, tirada en las calles, sin amargura, resignada y atenta. Está la belleza esplendorosa y refleja de sus saris llenos de colorido, de las gruesas y nobles trenzas del pelo que divide la espalda de muchas de sus mujeres, las aparatosas narices de los hombres, sus dientes blancos y su mirada intensa sobre el fondo pardo y cálido de su piel, como una manifestación del esplendor y la grandeza sagrada de la realidad, esotérica y misteriosa, una manifestación de un dios tremendo, lejos de toda medida, solo accesible a los iniciados.

Esta concepción grandiosa de la realidad, en perpetuo cambio, fluida, sin calificativos de buena o mala, donde todo es necesario y constituye una manifestación de Dios se palpa en toda la India. Fabulosos tesoros y riquezas surgen entre la pobreza más absoluta, donde la gente vive y muere en las calles. La crueldad y la injusticia, la explotación, los disturbios y las actitudes mafiosas conviven con el ascetismo extremo del yoga, con personas que no necesitan nada, y con ahimsa, la no violencia, y el respeto a la vida seguido de manera radical.

En la India puede ocurrir cualquier cosa, y cualquier afirmación que hagamos puede ser verdad, pero sólo será verdad algunas veces. Este país ha entendido mejor que nadie la profunda dialéctica de la realidad que se explica a través de su religión, el hinduismo. Brhama, Shiva y Visnhú personifican respectivamente al dios creador, al dios destructor y al dios preservador del equilibrio interno de esta dialéctica. La creación y la destrucción son dos aspectos de la realidad. Ambas son fundamentales para la vida y han de estar equilibradas.

El orden y el caos están íntimamente interrelacionados y deben guardan un equilibrio que preserva Visnhú. La belleza y la armonía más exquisita conviven con la fealdad, más aún, con la monstruosidad, pues no se puede calificar de otra manera la extraordinaria anormalidad de algunas actitudes o personas que vemos en las calles. En la India te puedes esperar cualquier cosa, por eso es tan difícil relajarse.

¿Qué quedará de mi viaje? Ahora me atormenta la sensación de que no le he aprovechado lo suficiente, que no he sabido disfrutar sino solo sobrevivir, que no he logrado conectar. ¿Pero es posible conectar con la India en un primer encuentro? ¿Es posible dejarse ir y aceptar la lejanía mítica de la India, la convivencia de la basura y la magnificencia, del caos, de la opresión que ejercen los pobres, los pedigüeños, los lisiados, los guías y los vendedores?

¿Es posible dejarse ir y disfrutar de tanta belleza que se manifiesta en medio de tanto padecimiento, sin un solo adorno, sin conciencia de sí misma ni en el que la lleva, sin más premio que esa crueldad extrema y grandiosa de aparecer entre los mendigos, en los ojos de los niños harapientos o en las mujeres mínimas acuclilladas en las aceras con sus saris rotos y luminosos? ¿Es posible disfrutar de la belleza en la rueda infinita del sufrimiento de la vida, en el Ganges putrefacto surcado por barquitas mínimas con una flor y una vela encendida que se adentran a la deriva mientras anochece?

No lo sé. Todavía siento que está formándose en mi cerebro y en mi alma la imagen primordial del viaje, su sentido, el fijador que lo estabilice, la forma de apropiarme de él, de hacerlo mío y que ejerza su capacidad transformadora. Veo las fotos y no son todavía mis fotos. Ahondo en mis recuerdos, en mi alma y no hay nada firme, solo una sensación brumosa y al mismo tiempo grandiosa, como los amaneceres en Delhi.

Ahora en mi plaza de Cuatro Caminos, en Madrid, en España, vuelvo a mi cordura y a mi costumbre. Al anochecer me dejo ir en la meditación y contemplo mi mente ya más calmada, enriquecida y extrañada, asombrada y cansada, y a mi alma melancólica por aquella gracia y aquel enigma, conforme y sin embargo todavía irritada.

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