El yoga integral de Sri Aurobindo y La Madre, que le ayudó a parir


Sri Aurobindo parece la antítesis de Gandhi. La otra cara de la moneda de la espiritualidad y la política de Gandhi.

Nacidos con dos años de diferencia, ambos eran buscadores espirituales, ambos lucharon por la independencia de la India y a ambos se les ofreció la Presidencia del Consejo Nacional Indio (el Partido del Congreso que lideró la independencia de la India y que sigue gobernando el país), que rechazaron. Ahí se acaban las concordancias.

Gandhi defendía la no violencia y la movilización del pueblo como elementos fundamentales para conseguir echar a los ingleses y Aurobindo creía en la lucha armada. Mientras Gandhi lideraba y vivía entre las impresionantes masas de la India y con ellos recorría a pie los caminos para reivindicar sus derechos, Sri Aurobindo dejó pronto la política y se encerró en una habitación para experimentar en sí mismo el yoga integral.

Gandhi creía que la tradición, los libros sagrados de diferentes religiones y los ascetas eran pilares fundamentales en el desarrollo de la espiritualidad de un ser humano, Aurobindo estaba convencido de que había que construir algo radicalmente nuevo a través de la propia experiencia y le atraía poco la experiencia ajena.


Sri Aurobindo solo mantenía contacto asiduo con La Madre, Mirra Alfassa, una mujer de mirada tímida y huidiza, divorciada dos veces, sin hijos, que fue, desde que le conoció, su compañera y la continuadora de su indagación interior. Como una verdadera madre ella le confortaba, le cuidaba, le adoraba, le traía los alimentos y hacía de puente entre los discípulos y el maestro. Sri Aurobindo solo los veía directamente una vez al año. Ella también gestionaba el Asrham donde Sri Aurobindo vivía en una habitación apartada escribiendo e intentando cambiar “la mente de sus células”.

Madre debía de ser una extraordinaria gestora, pues ella concibió y consiguió llevar a la práctica, con la ayuda de la UNESCO y del Gobierno de la India, la construcción de la ciudad más asombrosa que existe en el mundo: Auroville. Una ciudad en construcción que parece una constelación del espacio y también una célula, y que pretende ser un lugar de convivencia donde las personas puedan desarrollarse espiritualmente y crear el nuevo ser humano que ellos entendían que estaba a punto de nacer.
El yoga integral de Sri Aurobindo gira en torno a la transformación de la vida terrenal como resultado del cambio, incluso físico, del cuerpo y  de la mente, de las propias células. Él deseaba ver el Paraíso en la Tierra, decía: “Mi meta es conocer y también manifestar la divinidad en el mundo, haciendo descender con este fin un Poder todavía inmanifiesto: la Supermente.”

Feuerstein, el gran teórico del yoga, intentando explicar a este yogui de mirada ardiente, apasionada, y casi feroz, cuenta que la Supermente es una especie de Verdad-Conciencia que se halla tras la mente ordinaria: "El yoga integral es una cuestión de la acción sincronizada entre la aspiración personal “desde abajo” y la gracia divina “desde arriba”. Para que esto se produzca lo esencial es la entrega, sin que existan técnicas prescritas, ni mantras, ni posturas o ejercicios de respiración.

Sri Aurobindo, y después Mirra Afassa, La Madre, creían que la conciencia tiene distintos estados, como si fuera un interruptor que da luz u oscuridad, que puede fijar o iluminar distintas realidades. Para ello, para poder acceder a esa mirada distinta, hay que desmontar todo el entramado de pensamiento, emociones, prejuicios, percepciones sensitivas e ideas firmemente arraigadas desde siglos que tendrían su sede en la propia célula, para crear un ser humano nuevo, un ser humano que podría llegar a ser inmortal.

Parece que ninguno de los dos lo consiguió. Sri Aurobindo murió, para gran desconsuelo de Madre, a los 78 años. Ella misma armó un gran revuelo entre sus discípulos, cuando falleció a los 95 años, habiéndoles pedido que no la enterraran porque no estaría muerta, sino cataléptica, por un periodo de tiempo indeterminado pero pasajero.

Esperaron, apenados y ansiosos, pero cada día olía peor. Lo cuenta Satprem en un libro descatalogado: “La mente de las células : o la mutación deseada de la especie”, su discípulo más íntimo, a quién ella había confiado sus pensamientos grabados en cinta. Desolados, después de angustiosas y tristes discusiones entre sus discípulos, tres médicos del Ashram la declararon muerta.

¡Qué historia! ¿Eran Sri Aurobindo y Mirra Afassa dos seres iluminados, la vanguardia de la nueva humanidad, o dos psicóticos que tenían ideas delirantes? Desde luego, eran dos seres extraordinarios que vivieron con toda su verdad interior, con valor, intentando desarrollar su energía espiritual y la expresión más genuina de sí mismos.

¡Que curioso! En nuestros días, 70 años más tarde, Eckhart Tolle nos habla de la necesidad de conseguir una masa crítica suficiente de seres humanos espiritualmente despiertos para que pueda salvarse la humanidad que se encuentra en un momento clave de su historia. También eminentes científicos, médicos, físicos y psicólogos, investigan en la actualidad la sede de la conciencia, basándose en que las leyes de la física cuántica que atañen a la materia también pueden afectar a nuestras células, y en los datos obtenidos de aquellos cientos de miles de personas (según sostiene el investigador Pim van Lommel) que han tenido una experiencia cercana a la muerte en un estado de parada cardiorespiratoria y cerebral y han relatado su experiencia.

De todo esto podemos hablar más adelante.


Samsara : ¿Qué es mejor cumplir todos los deseos o conquistar solo uno?


Eso es lo que le pregunta Apo, su maestro, a Thasin, el protagonista de esta honda película que indaga sobre el deseo, el sexo, el sufrimiento, la espiritualidad y el propio destino.

No son pocas cosas, desde luego. En el contexto de la naturaleza árida del Himalaya, tenaz, de una belleza desnuda muy espiritual, se desarrolla esta historia llena de detalles y delicadas digresiones, como las imagenes de la estepa majestuosa y aparentemente yerma, o el viento omnipresente como si fuera el aliento de Dios.

Podemos verla en Internet gracias a Norma Noemi, aunque sus subtitulos en castellano no siempre son una buena traducción. Si os gusta, merece la pena adquirirla y disfrutarla en pantalla grande, con todo detalle.   

Thasin es un joven monje confinado en un monasterio desde niño, que acaba de cumplir su ordenamiento final con una larga meditación que ha durado 3 años, sentado en la posición del loto en el interior de una cueva. “Creo que has ido demasiado lejos”, le dice su maestro cuando echa abajo la puerta de la cueva.

Entumecido, el cabello largo como el de un penitente, incapaz de moverse, con una debilidad extrema, sin embargo está en éxtasis. Es muy bonito como Pan Nalin, el director de la película, nos lo muestra con pinceladas mínimas, casi sin palabras. Thasin, victorioso, ayudado por los cuidados y la admiración de sus hermanos monjes vuelve al monasterio mientras se extasía a lomos de un caballo mirando el verde intenso de una hoja.

Sin embargo Thasin no termina de recibir los honores que corresponden a su gran hazaña porque el sexo, el deseo, el instinto se interponen en su camino. En un ejercicio inverso al que debería ser el habitual Thasin, enamorado, confuso y emocionado, vivo y extasiado por una mujer bellísima y dulce se va al mundo desde el monasterio tibetano donde ha pasado su infancia y parte de su juventud.

Nada ni nadie le convencen de lo contrario. Ni la visita a la cabaña, suspendida del abismo, donde vive un viejo asceta que le muestra cómo la distracción del sexo, que oculta la muerte, en un juego obsceno, embriagador y extraordinario. Ni tampoco el silencio afligido de su maestro que sabe que no es posible escapar siempre a la tentación cuando no se ha vivido en el mundo.

Thasin huye del monasterio para ver ese mundo y amar a aquella mujer de labios gruesos, de mirada compasiva y al mismo tiempo ardiente. Se integra al mundo en una aldea de campesinos, se vuelve un líder con dificultades para aceptar la realidad de la injusticia que existe desde tiempos inmemoriales, se casa y tiene un hijo con su amada. Se deja llevar por un sexo pacífico y afable con su mujer, y luego es infiel, hipnotizado por el sexo emocionante y teatral de una sensual joven mujer que le busca.

Le pasan cosas, va cumpliendo los deseos que todos llevamos dentro, se pierde en su búsqueda, en la insatisfacción, está triste, siente nostalgia.

Una noche, igual que hizo Siddharta Gautama, el que luego sería el Buda, abandona a su familia mientras duerme, sin tan siquiera despedirse. Ha ido perdiendo la luz, la ilusión y la propia verdad. Quiere volver al monasterio. En el camino mira otra vez una hoja, y la tira sin ver nada, hastiado, con los sentidos sucios. Luego se baña en el mismo río que la primera vez, ahora para dejar atrás el mundo, y se afeita la cabeza desprendiéndose de la melena, crecida durante estos años. Va solo, vestido de monje, huyendo quizá, o listo para conquistar un solo deseo, como le sugería su maestro.

Justo en la valla de piedra que delimita el monasterio le está esperando Pema, su mujer. Parece que viene a buscarle, o quizá a reprocharle que huya, pero en realidad lo que hace es cuestionar su renuncia, su facultad para escoger su destino y abandonarlo todo y a todos. Mientras gira alrededor de su marido Pema le pregunta si Siddharta tenía derecho a dejar como lo hizo a Yashodhara, su esposa, para encontrar la iluminación. Le pregunta si la renuncia de Yashodhara, que no pudo elegir, no era en realidad una renuncia mucho más real que la del príncipe Sidharta, que eligió su destino. ¿Tuvo en cuenta el príncipe Siddharta el sufrimiento, la soledad y la amargura de Yashodhara?

Pema, rodeando la figura sollozante y triste de Thisan, concluye: "Dejar a la familia y a su propio hijo para seguir su camino solo es capaz de hacerlo un hombre, Thisan, solo un hombre".

Esta preciosa película nos enfrenta a dos formas de saciar el hambre espiritual del ser humano: una de ellas trata de dar sentido a la propia vida asumiendo las responsabilidades cotidianas, dedicados a atender lo que la vida nos traiga, formando una familia o atendiendo a los demás, cumpliendo unas obligaciones con bondad, sencillez y entrega; la otra busca la excelencia, la iluminación sublime, ir más allá, apagar la sed de perfección y de Dios renunciando a la tierra, a los lazos, incluso a las propias obligaciones y a la propia responsabilidad si estás no nos permiten culminar nuestro anhelo.

¡Qué contradicción más dolorosa tener que ser cruel para ser compasivo; tener que ser injusto para seguir la propia necesidad interior de justicia! ¿Será que es necesario, como le pasó a Buda abandonando a su familia, o como a Gandhi, tan duro con sus hijos? ¿O será que son historias de hombres y por eso han sido así? ¡Qué difícil es a veces ser plenamente humano!

No estoy muy seguro, pero la película parece decantarse por una de las dos opciones, yo creo que también puedo decantarme por una. Decidme, ¿qué os parece a vosotro/as?

¿Sirve para algo la espiritualidad?

Según vamos practicando yoga se nos hace cada vez más evidente que podemos ir ascendiendo escalones.

Cuando empecé a practicarlo hace ya 30 años (¡Cuánto tiempo y qué rápido ha pasado!), practicar yoga era una extravagancia de locos en mi país, España. Estábamos construyendo la democracia con esfuerzo, miedo e ilusión. Estaba nervioso, angustiado a veces, bebía más de la cuenta cuando acababa el día para relajarme, me sentía aturdido, había engordado. Recordaba los mitos de mi infancia: el yogui austero que necesita poco, atento, libre, delgado y polvoriento, con los ojos como llamas y la actitud serena y compasiva, sentado en el suelo con las piernas cruzadas.

Decidí empezar a practicar yoga para recuperar mi movilidad, muy disminuida por la falta de ejercicio y las secuelas de la poliomielitis. Sobre todo quería adelgazar y volver a sentirme en forma. Con el tiempo lo conseguí.

Luego, poco a poco, el yoga me fue abriendo más y más el mundo…

Desde la posibilidad de utilizar el yoga como un ejercicio físico para darnos vigor, bienestar físico y salud, podemos ir ascendiendo escalones, utilizándolo además como un ejercicio mental para mejorar el funcionamiento de nuestro cerebro, desarrollando la concentración, la capacidad de abstraernos en una tarea, y mejorando nuestra imaginación,  con la creación de imágenes mentales más claras.

Otro escalón más es el psicológico. Menos utilitario a corto plazo, pero quizá más importante para experimentar eso que hemos quedado en llamar felicidad. Consiste en la capacidad de dominar nuestras emociones, aumentar la efectividad y la finura de nuestros sentidos, desarrollar la voluntad y, por tanto, la facultad de hacer lo que queremos hacer. Si decidimos seguir escalando, el yoga conforma una personalidad moldeada en comunicación con nuestro medio, con mayor empatía y más equilibrio, con un inconsciente que se convierte en fuente de inspiración y no de tiranía; con un yo sereno, bien establecido, que nos permite incrementar nuestra autoestima, abrirnos al mundo y sentir compasión, esa de la que hablaba B. Russell, la compasión que le movía por el sufrimiento de la humanidad.

Un escalón más arriba nos sitúa en el nivel de la espiritualidad. Asumido ya el protagonismo sobre nuestra salud, desde un renovado vigor, desde la voluntad, desde la posición de dueños de nosotros mismos y al mismo tiempo entregados a lo que queremos hacer, podemos ver el paisaje de la espiritualidad.

A veces nos resulta excesivo escalar hasta este nivel. Quizá porque nuestra tradición espiritual, o sea nuestra religión, nos lo impide, como pasa estos días con la polémica de algunos católicos con el yoga; o quizá porque creemos que la espiritualidad es algo poco útil, fantasioso y lejano.

¿Sirve para algo la espiritualidad?  La espiritualidad tiene que ver en primer lugar con las preguntas sobre el sentido de la vida: ¿por qué estamos aquí?; ¿tenemos algo ineludible que hacer en la vida?; ¿qué hay detrás de la muerte?
La espiritualidad en segundo lugar tiene que ver con nuestro sistema de valores: ¿Qué es importante para nosotros? Y, por tanto, ¿con que planteamientos nos relacionaremos con los demás?, ¿qué pretendemos conseguir? Construyendo nuestro sistema de valores contestaremos también hacia donde queremos ir, como utilizar nuestro tiempo, nuestras cualidades y nuestras energías.

En tercer lugar la espiritualidad se refiere a la búsqueda de una cierta totalidad, una armonía, un orden o una unidad universal, la sensación interna de pertenencia y finalidad, una explicación del misterio que contemplamos en algunos momentos especiales. A esa diana, a ese centro misterioso que está más allá de lo que cae en sentido algunos lo llamamos Dios.
Por tanto, construir nuestra espiritualidad es útil, aunque pueda parecer un contrasentido y aunque a algunas personas les pueda resultar mezquino hablar de utilidad en relación con la espiritualidad. Construir nuestra espiritualidad es útil y necesario.

Útil porque estas preguntas nos permiten hacer consciente un anhelo humano, imprescindible para saber por donde caminamos y dar sentido a nuestra vida. Útil porque estas preguntas construyen nuestra libertad y nuestra responsabilidad como seres humanos, y  mejoran nuestra autoestima al enfrentarnos valerosamente a lo que no tiene respuesta objetiva sino una respuesta interior que nos ayuda a madurar. Es una difícil respuesta íntima que se da en lo más profundo del ser y que nos implica como consciencia, como habitantes del universo.

Construir nuestra espiritualidad también es necesario, porque si no damos cauce a lo que está en lo más profundo de nosotros alguien lo hará por nosotros, o terminaremos asumiendo las respuestas de gurús pretenciosos, representantes religiosos que hablan directamente con Dios, magos, charlatanes, adoradores de la nada o simples mercaderes de la angustia.

Carl G. Jung decía: 
“Falta todavía por entender que el mysterium magnum no sólo existe en sí mismo sino que a la vez y de modo principal está anclado en el alma humana”.

La práctica del yoga nos pone en posición de enfrentar estas preguntas que todos llevamos enraizadas. El yoga ayuda a que emergan de nuestro interior y las hace propias. El yoga nos pule, aparta la suciedad interna del narcisismo, la vanidad, la codicia o el odio, y nos permite construir un tiempo interno, una calma, una fuerza.

El yoga es unión. Nos une a los demás seres, y al mismo tiempo, paradójicamente, nos impulsa a descubrir nuestro propio destino, ese que sentimos único y nuestro. Es como una llama silenciosa que quema en nuestro interior hasta que no lo afrontamos.

El yoga desarrolla en nosotros una plenitud humana que se llama liberación, una experiencia de libertad, alegría y entrega. Una experiencia nueva y  al mismo tiempo antiquísima que busca la humanidad a lo largo de los siglos.

El reto de vivir 100 años

En estos días  de mayo de 2013 se ha publicado en España el libro “La enzima prodigiosa: una forma de vida sin enfermar”, del autor japonés afincado en EE.UU. Hiromi Shinya, un gran éxito desde su publicación en 2008, con más de 2.000.000 de ejemplares vendidos.

La alta incidencia de cáncer y otras enfermedades en nuestra sociedad desarrollada es un tema que nos preocupa a todos, tanto por los costes económicos como por la sospecha de que hay algo muy venenoso en esta sociedad nuestra basada en el consumo.


Es cierto que se han logrado vencer enfermedades infecciosas y problemas en los recién nacidos, lo que ha permitido que un número cada vez mayor de personas llegue a la vejez. De algo hay que morir, dicen algunos. El cáncer se ha convertido en el gran matarife de una sociedad que se hace cada vez más vieja. Pero no deja de ser una plaga y una amenaza que nos atemoriza, por eso los libros que hablan de cómo vivir con salud una larga vida están teniendo cada vez más éxito.

Hiromi Shinya no es un curandero con fórmulas mágicas. Para nada. Es un importante médico, jefe de la Unidad de Endoscopia del Centro Médico Beth Israel en Nueva York, que atiende también a la familia real japonesa. A través del análisis del colon, un órgano que refleja con gran precisión la salud de la persona, ha llegado a unas conclusiones que deben ser muy eficaces a juzgar por el aspecto saludable de este hombre que tenía 73 años cuando escribió el libro.
  • La proporción de alimentos vegetales en nuestra dieta debe ser un 80%, y los de origen animal un 20% como máximo. Los granos sin refinar deben constituir el 50% de nuestro régimen diario.
  • Debemos masticar cada bocado una media de 50 veces y beber fuera de las comidas de 6 a 10 vasos al día de “agua buena”, que es aquella ionizada, que no tiene cloro y contiene una buena cantidad de minerales.
  • Aconseja descartar la leche y sus derivados (y absolutamente la margarina que la considera veneno puro), el té, el alcohol y el tabaco, junto a la carne de animales con sangre más caliente que la nuestra.
  • Recomienda, quizá influido por su cuna japonesa, ingerir proteínas procedentes del pescado. 
  • La actividad sexual es una fuente de salud que hay que prolongar lo más posible (¡vaya!, menos mal, algo fácil).
  • La última comida hay que hacerla 5 horas antes de acostarse.
  • Es necesario un ejercicio moderado acorde con nuestra edad y características, sin pereza ni exageraciones.
  • Los medicamentos hay que considerarlos perjudiciales porque, aunque a veces sean necesarios, restan energía y desequilibran el organismo.
Aunque algunas conclusiones (hay muchas más, pero éstas podrían considerarse las principales) puedan parecer extrañas y de difícil justificación racional, no es así. El doctor Shinya cree que la clave de la salud está en el trabajo de las 5000 enzimas que funcionan en nuestro cuerpo y, principalmente de la preservación y acrecentamiento de “la enzima prodigiosa”, como periodísticamente la denomina, una enzima madre que puede convertirse en cualquier enzima de las que trabajan en nuestro cuerpo en función de sus necesidades concretas.

Esta enzima madre es un reservorio de salud y una medicina natural, porque Shinya mantiene que los miles de pacientes a los que ha tenido que extirpar un tumor maligno y han seguido su dieta para preservarla y acrecentarla no han vuelto a recaer en ningún caso. Una excelente noticia.


Sri Swami Sivananda Saraswati Maharaj, el fundador de la Divine Life Society, los centros Sivananda que hoy están repartidos por todo el mundo, nacido en 1887, también estudió medicina. Su prodigiosa vida de aventura y entrega a los demás, de gurú, médico y yogui la ha contado él mismo con gracia y ternura, salpicada en sus más de 300 libros. Entre ellos hay uno que tiene mucho que ver con el tema que nos ocupa: “Cómo vivir 100 años”.

Veamos también algunas conclusiones suyas:
  • "¿Cómo vivir cien años? Vida simple y pensamiento elevado”, dice en la introducción.
  • "Si te has equivocado en el pasado, corrígete para el futuro. Controla la ira, la lujuria, la codicia y el odio."
  • El agua es muy necesaria para beber y limpiar los órganos internos. Como el doctor Shinya,  Sivananda aconseja beber agua fuera de las comidas, antes o 3 horas después.
  • La comida mejor es la de raíces y frutas. Aconseja tomar leche, al contrario que Hiromi Shinya, e igual que él aconseja evitar absolutamente el alcohol, el arroz blanco sin su cáscara, el tabaco, el té y el café.
  •  "La pereza es mala para la salud. Una mente desocupada es el taller del diablo", dice.
  • La preservación de la energía creativa del hombre lleva a la perfección del cuerpo, el rejuvenecimiento y la longevidad. Hay que ser muy cuidadoso y frugal con el sexo.
  • Con cierta ironía afirma: “No te preocupes. Nunca te apures. No comas lo que llamas comidas rápidas. Ten una alimentación nutritiva. Duerme siete horas diarias. Nunca bromees con los médicos y no vayas a la farmacia salvo que sea para obtener un sello o para consultar el directorio. Cuando llegues a los noventa años, podrás hacer lo que quieras.”
  • Tú eres divino -declara en diversos sitios-, vive de acuerdo a ello... Siente y experimenta tu Naturaleza Divina... Tú eres el amo de tu destino... Extrae valor y fuerza espiritual de tu interior, allí hay un vasto e inagotable reservorio de poder y conocimiento. Aprende las formas de aprovechar ese manantial...
  • El secreto de la longevidad la basa principalmente en la discreción en la elección de la comida y la bebida, en la moderación, la sensatez, la castidad y una visión optimista de la vida.
  • Sivananda defiende el ayuno regular y no comer cuando se enferma para que “la fuerza vital” no se ocupe de la digestión sino de curar la enfermedad.
  • Para terminar, entre las muchas recomendaciones que contiene el libro, entresaco ésta: “En la actualidad, la vida es muy compleja. Las personas han adquirido hábitos lujosos. No tienen control sobre sus sentidos. Sus hábitos son muy irregulares. El mismo problema de la comida se ha vuelto muy difícil y tedioso. La gente no tiene el tiempo suficiente como para dedicarse al cultivo del Ser y a pensamientos sobre Dios o el Atman.”
Reunir las conclusiones de ambos investigadores de la salud, cada uno en su tiempo y en sus circunstancias, puede resultarnos útil para darnos cuenta de que no difieren sustancialmente. Proclaman la moderación en general, la austeridad, la ingestión de comida cruda o cocida y “viva”, beber agua buena, hábitos regulares, el esfuerzo diario.

Sin embargo hay también diferencias.

El doctor Hiromi Shinya insiste en el cuidado del cuerpo y, aunque declara la interrelación que existe en todo él y entre sus distintos órganos, se ocupa muy poco de la salud psicológica y espiritual, más allá de abstractas consideraciones sobre buscar la felicidad y una motivación vital que nos empuje a la acción. 

Sri Swami Sivananda considera el cuerpo como “un bote para cruzar el océano de la existencia fenoménica. Por lo tanto, debería mantenerse fuerte y saludable”. Pero no se para ahí.

Sivananda en Maha Samadhi, eligiendo el día de su muerte
Sivananda nos ofrece lo que en general nos ofrece el yoga. El yoga no solo nos ofrece salud y larga vida a través de la dieta, el ejercicio, el orden vital y la frugalidad; también nos ofrece energía a través de la respiración; agudeza mental con los ejercicios de concentración; liberación del deseo, y por tanto de la envidia y de la ira, con la meditación; y sentido trascendente y luminosidad con el desarrollo de nuestra espiritualidad

La sabiduría del yogui Stephen Cope

Stephen Cope es un yogui y profesor de yoga en el Centro Kripalu en Massachusetts en EE.UU., psicoterapeuta y escritor, además de, por lo visto, pianista. Ha escrito varios libros. Entre ellos uno traducido y publicado en español en 2006 por Gaia Ediciones que se titula“La sabiduría del Yoga : guía de la vida extraordinaria para el buscador espiritual”.

Me gustaría hacer aquí un pequeño comentario porque el libro me ha producido una honda impresión. Me ha resultado ameno, incluso divertido a veces, con una gran capacidad de explicar los Yoga Sutras de Patanjali y los fundamentos más profundos y difíciles del yoga de una manera cercana a nuestra mentalidad occidental, racional y al mismo tiempo cada vez más penetrada por lo psicológico y por la búsqueda de una espiritualidad nueva que enraíce en nuestra realidad contemporánea. Ya decía Jung que casi todos los problemas con los que se encontraba en pacientes que estaban en la mitad de la vida eran en última estancia problemas de identidad espiritual.

Stephen Cope nos cuenta la vida de algunos de sus alumnos de yoga, sus problemas, su búsqueda, su entendimiento del yoga y su vida cotidiana de manera cariñosa, sencilla, entretenida, penetrante y luminosa. En este fondo tan humano traza el dibujo de los Yoga Sutras, insertándolos de una manera muy sabia en nuestros problemas cotidianos que se han ido convirtiendo en sufrimiento psicológico e insuficiencia vital.

¡Cómo se lo he agradecido! Me paso la vida intentando impregnar mi vida cotidiana de yoga. Intento acercarlo y dar sentido a través de él a mis anhelos de yogui en Cuatro Caminos, en esta plaza de Madrid, bulliciosa y acogedora, que es un espejo vivo de los problemas y circunstancias de nuestro mundo en crisis.

Intento entender el yoga en lo más íntimo de mi ser, dándole un sentido personal y actual para que sirva como herramienta y luz en las cambios de mi vida, sin conseguirlo a veces.

Creo firmemente que el yoga es una herramienta magnífica para mejorar muchos problemas que traen las personas a mis sesiones de psicoterapia. Leo los Yoga Sutras con detenimiento y veneración, y los comentarios que sabios yoguis han hecho de ellos. Algunos creo entenderlos, otros pienso un poco abatido que no son para mí, ni para este tiempo de prisa y estrés.

¡Las cosas que dice Patanjali! ¡Lo extraordinario que puede parecer el yoga en estos aforismos tan comprimidos! ¡Lo difícil que parece! ¡Lo misterioso! ¡Lo milagroso! Y después viene la duda, y la tentación del descreimiento, tan occidentales.

No será para tanto, me digo a veces, desalentado. O me digo: a mi con una versión descafeinada me basta, la radicalidad del yoga no es para estos tiempos. Pues resulta que como nos lo explica Stephen Cope no resulta radical. Y al mismo tiempo resulta que sí es para tanto y también profundamente para nuestro tiempo, para nuestras inquietudes y necesidades psicológicas y espirituales de seres humanos en un país desarrollado (bueno, más o menos) del siglo XXI.

Y lo más curioso es que no hay mucha diferencia entre la búsqueda de aquellos yoguis antiguos y nuestra propia búsqueda actual. Las conclusiones de los yoguis antiguos son las conclusiones que Stephen Cope va desgranando a lo largo del libro apoyándose en los Yoga Sutras.

Unas explicaciones claras, bien entrelazadas, que se leen solas por la sencillez, la naturalidad y la impecabilidad con la que las enlaza, enraizadas en lo cotidiano y en los descubrimientos de la moderna psicología, sin alejarse una milésima de la esencia del yoga.

Estas son las conclusiones de los yoguis antiguos:

  • La realidad ordinaria en que vive la mayoría no es más que una construcción complicada basada en errores de percepción sutiles, pero importantes.
  • Los actos torpes que surgen de una mente encadenada producen sufrimiento para nosotros mismos y para los demás.
  • Las cadenas se convierten en incapacidades.
  • El proceso de desenredarse no es sencillo. Requiere un esfuerzo considerable y el cultivo de la introspección y de la habilidad mental y física
  • Al desenredarnos descubrimos que la mente a sus niveles sutiles sigue unas leyes distintas de la mente corriente.
  • Libres de las cadenas, aprendemos a dejarnos guiar por la sabiduría luminosa de la mente despierta, tomando decisiones que producen felicidad para nosotros mismos, para los demás y al mundo.

Stephen Cope me anima, me estimula a adentrarme cada vez más profundamente en la práctica del radja yoga o yoga mental, el yoga real, como se llama clásicamente. Dice:

"El yo humano está compuesto de envolturas cada vez más sutiles de materia, energía, inteligencia y consciencia… El mapa de Patanjali brinda una de las herramientas más sofisticadas del mundo para navegar por este territorio interior desconocido”

Es cierto, pero sin un buen experto en mapas resulta muy difícil llegar a donde queremos ir. Stephen Cope, con su libro, ilumina el mapa para nuestro tiempo, hace fácil lo difícil, acerca el yoga más sublime y liberador a nuestra mentalidad, nos trasmite fe y esperanza, nos ilumina. Gracias.


De Cuatro Caminos a la India


Perdonadme el retraso, pero me fui a la India en volandas. Era un viaje largo tiempo esperado y temido. ¿Cómo sería la India? ¿Respondería a mis ideas preconcebidas, a mis prejuicios, a mis esperanzas, a mis sueños? Todavía no lo sé.

Después de 15 días de viaje, después de haber visitado Delhi, Jaipur, Agra, Orchha, Khajuraho y Vanarasi no lo sé. Después de cientos de kilómetros en coche, un viaje en tren, otro en avión, después de haber visto el Ganges al atardecer en Vanarasi donde remaba un chico joven, silencioso y muy delgado, no lo sé.

La India tiene una aureola. Ir a la India no es ir a cualquier sitio. Yo iba en busca de un mito. Iba a cumplir el sueño de mi madre que, a pesar de ser su deseo más ferviente, nunca pudo viajar a la India, e iba a darle realidad a mis propios mitos: los de los yoguis desnudos que no necesitan nada, omnipotentes casi, porque de tan estoicos se ha hecho independientes de las circunstancias y las limitaciones.

También buscaba el mito de la belleza completa y el asombro místico que, pensaba, solo puede existir en la India. Una mezcla de alegría, melancolía y luz. Y el mito de un visión diferente de la muerte y de la vida donde no gobernamos nosotros sino que nos acompaña la magia, el milagro, la suerte, el destino, el karma, la fatalidad y el grandioso sinsentido de Dios que juega consigo mismo y hace lo que le da la gana.

La India me pareció magnífica, asombrosa, ambigua y profunda, desesperante y, a veces, insoportable. Me resultó dolorosa e inquietante. Para mí fue difícil disfrutarla y muy fácil asombrarme.

En Delhi vuelan las águilas como aquí los gorriones. Y el olor de la India es como un sello, una estampación que la define inconfundiblemente. Es verdad, la India huele en su totalidad como un ser vivo. Un olor inconfundible e indefinible que impregna el aire, seco, grave, profundo, exótico, poderoso y permanente.

Nos levantábamos en el hotel Le Meridien, el mejor hotel en el que he estado en mi vida, abríamos la puerta de la habitación para ir a desayunar y estaba ahí, en el patio lujosísimo donde daban todas las habitaciones y por donde subían y bajaban los ascensores que terminaban hundiéndose en una fuente: era el olor de la India. Salíamos de los restaurantes y ahí estaba, fuera donde fuera.

Amanecía y se recrudecía el olor, como una respiración. Las ciudades que visitábamos se vestían de ese olor, el aire del campo tenía ese olor, detrás de los aromas penetrantes de los platos de comida llenos de salsas de colores estaba ese olor como si fuera un espíritu. Detrás del sudor de sus gentes estaba él, detrás del hedor a pis y basura de las calles; y si pudiera oler a los elefantes, a los camellos o a los tigres también encontraría ese olor que viste el aire, le dibuja y le hace denso y preciso, evocador y vehemente, un punto violento.

En la India el karma existe. Yo no lo había visto nunca, creía que era un cuento indio fruto de la ignorancia, aunque atrayente. Aquí, en mi tierra, en Madrid, en mi plaza de Cuatro Caminos, no existía. Advertía que aquí es posible construirse una vida, perseverar, pedir ayuda con relativos buenos resultados, encauzarse, insistir, buscar, dar sentido. Si no ocurre así, es una injusticia que hay que corregir.

En la India el karma existe. La gente se muere en las calles sin solución, la pobreza inconcebible está en cualquier sitio y te persigue sin esperanza, las castas siguen existiendo como un poder oculto, inabarcable y sobrenatural de la condición humana. Todos barren y nadie recoge en las calles; los ciclistas, las motos y los risckshaw se doblegan ante los chóferes de los Toyota de los turistas o los grandes todo terrenos, mis compañeros los cojos se arrastran por las aceras polvorientas, los leprosos se ganan la vida con la lepra, los comerciantes te intentan engañar con el precio sabiendo que es un juego que tú también tienes que jugar. Tienen su karma y pertenecen a una casta. Casi nadie pide, aunque pida. De una manera muy dulce exigen porque tienen derecho, insisten e insisten, es su destino.

En la India la desgracia está a la misma altura que la dicha, incluso tiene un estatus superior. La monstruosidad convive con la belleza, la crueldad es una manifestación de dios, el calor es agobiante, la basura vive junto a la magnificencia de sus edificios asombrosos, etéreos, abiertos, oníricos, medio derrumbados a veces. Todo es extraordinario, grandioso e incomprensible. Te puedes adecuar, admirarte, repudiarlo o simplemente pasar por delante sin conmoverte, pero no lo puedes entender. Quizá por eso es un país tan difícil de ver, tan asombroso, tan espantoso, tan indignante.

Y también está la dulzura de sus gentes en la intentona por conseguir algo sin la protesta de no conseguirlo, tirada en las calles, sin amargura, resignada y atenta. Está la belleza esplendorosa y refleja de sus saris llenos de colorido, de las gruesas y nobles trenzas del pelo que divide la espalda de muchas de sus mujeres, las aparatosas narices de los hombres, sus dientes blancos y su mirada intensa sobre el fondo pardo y cálido de su piel, como una manifestación del esplendor y la grandeza sagrada de la realidad, esotérica y misteriosa, una manifestación de un dios tremendo, lejos de toda medida, solo accesible a los iniciados.

Esta concepción grandiosa de la realidad, en perpetuo cambio, fluida, sin calificativos de buena o mala, donde todo es necesario y constituye una manifestación de Dios se palpa en toda la India. Fabulosos tesoros y riquezas surgen entre la pobreza más absoluta, donde la gente vive y muere en las calles. La crueldad y la injusticia, la explotación, los disturbios y las actitudes mafiosas conviven con el ascetismo extremo del yoga, con personas que no necesitan nada, y con ahimsa, la no violencia, y el respeto a la vida seguido de manera radical.

En la India puede ocurrir cualquier cosa, y cualquier afirmación que hagamos puede ser verdad, pero sólo será verdad algunas veces. Este país ha entendido mejor que nadie la profunda dialéctica de la realidad que se explica a través de su religión, el hinduismo. Brhama, Shiva y Visnhú personifican respectivamente al dios creador, al dios destructor y al dios preservador del equilibrio interno de esta dialéctica. La creación y la destrucción son dos aspectos de la realidad. Ambas son fundamentales para la vida y han de estar equilibradas.

El orden y el caos están íntimamente interrelacionados y deben guardan un equilibrio que preserva Visnhú. La belleza y la armonía más exquisita conviven con la fealdad, más aún, con la monstruosidad, pues no se puede calificar de otra manera la extraordinaria anormalidad de algunas actitudes o personas que vemos en las calles. En la India te puedes esperar cualquier cosa, por eso es tan difícil relajarse.

¿Qué quedará de mi viaje? Ahora me atormenta la sensación de que no le he aprovechado lo suficiente, que no he sabido disfrutar sino solo sobrevivir, que no he logrado conectar. ¿Pero es posible conectar con la India en un primer encuentro? ¿Es posible dejarse ir y aceptar la lejanía mítica de la India, la convivencia de la basura y la magnificencia, del caos, de la opresión que ejercen los pobres, los pedigüeños, los lisiados, los guías y los vendedores?

¿Es posible dejarse ir y disfrutar de tanta belleza que se manifiesta en medio de tanto padecimiento, sin un solo adorno, sin conciencia de sí misma ni en el que la lleva, sin más premio que esa crueldad extrema y grandiosa de aparecer entre los mendigos, en los ojos de los niños harapientos o en las mujeres mínimas acuclilladas en las aceras con sus saris rotos y luminosos? ¿Es posible disfrutar de la belleza en la rueda infinita del sufrimiento de la vida, en el Ganges putrefacto surcado por barquitas mínimas con una flor y una vela encendida que se adentran a la deriva mientras anochece?

No lo sé. Todavía siento que está formándose en mi cerebro y en mi alma la imagen primordial del viaje, su sentido, el fijador que lo estabilice, la forma de apropiarme de él, de hacerlo mío y que ejerza su capacidad transformadora. Veo las fotos y no son todavía mis fotos. Ahondo en mis recuerdos, en mi alma y no hay nada firme, solo una sensación brumosa y al mismo tiempo grandiosa, como los amaneceres en Delhi.

Ahora en mi plaza de Cuatro Caminos, en Madrid, en España, vuelvo a mi cordura y a mi costumbre. Al anochecer me dejo ir en la meditación y contemplo mi mente ya más calmada, enriquecida y extrañada, asombrada y cansada, y a mi alma melancólica por aquella gracia y aquel enigma, conforme y sin embargo todavía irritada.

Yoguis y yoguinis junto a Gauguin en busca de la felicidad

En Madrid, España, en el Museo Thyssen, hemos podido disfrutar de una exposición con diversos cuadros de Gauguin donde plasmaba su búsqueda del Paraíso que de vez en cuando él situaba en la Polinesia.

Preciosas pinturas de colores cálidos, marrones, bermellones, burdeos, amarillos, verdes manzana, azul marino, y una perspectiva rota. Son cuadros inconfundibles. En ellos había bellas y jóvenes mujeres caoba desnudas, siempre serias y con cierta dureza en la mirada. A veces, Gauguin intentaba suicidarse en medio del Paraíso.
La sensualidad y la muerte
Gauguin era un rebelde, un desarraigado que iba buscando el Paraíso en la tierra , un hombre valiente y desesperado, una persona de rasgos bipolares que se balanceaba entre la felicidad y la desesperación. Un hombre confuso y un pintor apasionado y cálido, capaz de mirar de frente una realidad que describía maravillosamente con los pinceles y se le escapaba con el pensamiento cuando intentaba darle estabilidad y abstracción. Lo quería entender como un mundo perfecto y salvaje, instintivo y primario, como un símbolo de la felicidad que iba luego perdiendo a borbotones en sus momentos de soledad y sequedad interior. En su búsqueda del Paraíso recorrió Panamá, Tahití, Autona o las Islas Marquesas. Más lejos, cada vez más lejos en su búsqueda de la felicidad.

¿Es posible encontrar la felicidad?

Gauguin buscaba la felicidad en el exterior, en esos paisajes de cocoteros, palmeras, perros en libertad y mujeres de piel de ébano bellísimas y un poco taciturnas, indolentes, calladas.

Cierta Psicología Positiva y algunas ideas desarrolladas en libros de autoayuda buscan la felicidad en una manipulación interior. Parece un paso adelante viendo la desesperanza cada vez mayor de Gauguin en medio del Paraíso. El exterior se nos impone, y el calificativo lo ponemos nosotros. Aprender a manejar el volumen de esa interacción entre nosotros y el exterior, darle el calificativo conveniente a la realidad es la llave de la felicidad, dicen ciertos libros de autoayuda. Este pensamiento positivo defiende que da un poco igual lo que nos ocurra, que de nosotros depende que sea bueno o malo. ¡Qué idea tan injusta y que carga tan grande! Si nos atropella un coche y nos rompe las piernas y nos quejamos es que no sabemos aprovecharlo para aprender a andar con las manos.

Estas teorías dicen que, puesto que el exterior no podemos cambiarlo la mayoría de las veces, vamos a cambiar nuestro interior, la manera de acercarnos a la realidad. La felicidad es un aprendizaje, no tiene que ver ni con la suerte, ni con las circunstancias. La vida puede ser maravillosa pase lo que pase, depende de cómo la vivamos en nuestro interior.

Este planteamiento ingenuo y engañoso que algunos libros de autoayuda nos muestran como si fuera un mantra mágico contra la adversidad, y que la mayoría de las veces solo consigue frustrarnos y hacernos sentir impotentes e incapaces de conseguir esa felicidad que parece tan fácil y que depende solo de nosotros, no es desde luego el planteamiento de la Psicología Positiva que desarrolla Seligman, su creador.

Seligman rechaza de entrada el concepto de felicidad como engañoso, ingenuo y contaminado por nuestra sociedad. Prefiere hablar de bienestar o crecimiento, y para ello hace falta desarrollar las 24 Fortalezas de las que hablábamos en el post anterior. La fortaleza interior exige un aprendizaje, disciplina y constancia. No se trata de ponerse las gafas del optimismo ante la realidad para verlo todo de color de rosa.

¿Es el yoga una disciplina para la felicidad?

Para mí el yoga es la mejor herramienta para encarar una vida fructífera y positiva. La felicidad, que el yoga llama sabiduría, plenitud y liberación, samadhi, es visión cabal y perfeccionamiento interior. La felicidad no está en un interior manipulado para ver solo lo bueno, ni en el exterior, intentando conseguir el Paraíso en la tierra. La sabiduría, esa especie de felicidad compasiva y serena, más bien inmutable, sobria y fluida, se obtiene, dice el yoga, viendo la realidad tal cual es, sin calificativos, ni proyecciones, ni rechazos, ni apegos. Aceptando el sufrimiento y el dolor inevitable de la vida de la misma manera que el gozo y el bienestar, con serenidad y reconocimiento, lo que no significa indiferencia, sino fluidez y gracia.

La plenitud, la armonía, la sabiduría, la auténtica felicidad, dice el yoga, viene de la realización, de trabajar para ser lo que somos en potencia: auténticos y desarrollados seres humanos. Seres vivos en proceso de convertirse en personas, como diría también Carl Rogers. Yoguis y yoguinis con un potencial de perfección muy grande gracias a la autoconciencia, la responsabilidad personal, la creatividad, el sentido de la trascendencia y la espiritualidad.