Yoguis del Tibet a Occidente

Jehm es un documental realizado en 2002 sobre la historia de la antigua cultura tibetana arrasada por la invasión china, parte de cuyos supervivientes se han refugiado en países de Occidente, fundamentalmente EE.UU., o en la India. Su director es Jeffrey M. Pill, y podemos verlo en Youtube con subtítulos en español gracias al trabajo de Samsaraexit.


Es un documental que merece la pena, a pesar de su larga duración de más de una hora y cuarto, por las impactantes imágenes, de gran valor algunas por su antigüedad y también por las prácticas yóguicas que podemos apreciar por primera vez.

Me parecen interesantes las preguntas que se plantean a lo largo del reportaje: ¿Podrá adaptarse y sobrevivir la espiritualidad yogui del Himalaya, solitaria, exigente y encerrada en cuevas durante siglos, a la diáspora, obligada por la destrucción china, hacia los países occidentales, prósperos, grupales, opulentos y consumistas? ¿Es posible un encuentro entre los occidentales y la austera y silenciosa mentalidad del yogui tibetano a medida que vayamos superando el ansia de bienes materiales y busquemos mayor desarrollo espiritual?

Para aquellas personas que no puedan verlo completo dada su larga duración o por falta de ancho de banda suficiente, he hecho un resumen, junto a un minutaje. De ese modo podemos hacernos una idea de las tesis del reportaje y dirigirnos directamente a los aspectos que nos puedan interesar más.

Primeros minutos:  Introducción. El Tíbet es un pueblo sensible a la impermanencia y al sufrimiento a causa de su historia.

3:55: Como llegó el budismo a Tíbet traído por Padmasambhava, fundiéndose con la religión Bon. El resultado es un budismo híbrido himalayo.

6:15: La vida de los tibetanos literalmente giraba alrededor de sus creencias.

7:00: Muestra el funcionamiento de los monasterios tibetanos. A principios de siglo XX había 6.000 monasterios.

8:00: A través de imágenes de antiguos yoguis y fotografías de los yoguis pintados en los murales del templo Lukhang en Lasa comienza a hablar de los yoguis tibetanos. Ellos querían, sobre todo, experimentar el desarrollo de la mente y la iluminación. Practicaban retiros de meditación en cuevas que podían durar años.

10:25: En 1949 comienza la invasión china. Un millón de tibetanos perdió la vida y se destruyeron casi la totalidad de los 6000 monasterios. Muchos yoguis acompañaron al XIV Dalai Lama en su exilio a la India.

12:40: Vemos al actual Dalai Lama de niño y de joven.

14:31: Declaraciones de Garchen Rimpoche que estuvo 20 años en las cárceles chinas, y de varios lamas más sobre su exilio.

16:42: Visitamos la cueva que usó Naropa (1016 a 1100) en su retiro de meditación.

17:59: Entrevista al Dalai Lama. Analiza los problemas de las sociedades totalitarias y expone como una China demócratica, con libertad de creencias y de conciencia, ayudaría tanto al Tíbet como a los propios ciudadanos chinos.

20:00: Los yoguis del Tibet están desapareciendo en el exilio indio, por falta de estructuras que apoyen sus retiros y medios de vida.

21:15: Contribución de los yoguis al desarrollo de la humanidad.

24:07: Que es lo que define a un yogui en comparación con un monje normal.

25:50: Declaraciones del Dalai Lama, con su habitual sencillez y sentido del humor, afirmando que su mente no logra concentrarse con la misma intensidad que lo hace la de un yogui.

27:00: Se habla del gran yogui Milarepa y se enseña donde meditaba en lo más recóndito del Himalaya.

28:58: Insólita entrevista a yoguis en retiro en las cuevas de Lapchi, donde estuvo Milarepa. Llama la atención la naturalidad y la sencillez con la que explican sus experiencias. Lo verdaderamente difícil no es el control del cuerpo sino el control de la mente, dice uno de ellos.

33:11: El yogui Chenga Rimpoche explica y enseña como se duerme (o como no se duerme en realidad) en un retiro, metido en una caja para no poder caerse de sueño, y como son los retiros de 3 años, 3 meses, 3 semanas y 3 días.

35:13: Primera entrevista a Drubwang Rimpoche, probablemente el yogui más anciano en la actualidad y el más venerado. Es la primera entrevista que concede en su vida. Habla del esfuerzo sobrehumano de la meditación y de la visión de sus vidas pasadas. Oyéndole hablar de manera tan mítica sobre la meditación, me pregunto si para estos hombres que han perdido su tierra la meditación es, además de una forma de progreso espiritual, también la añoranza de su historia y su cultura, como si fuera el símbolo de su civilización aplastada.

38:05: Demostración práctica de Tumo, técnica mediante la cual los yoguis son capaces de generar un calor corporal intenso para soportar el frío helador de las cuevas en el Himalaya. Es la primera vez que se hace una demostración de este tipo delante de una cámara. Se trata de visualizar e incrementar la energía en un punto interno que a todos puede ayudarnos, sin necesidad de llegar a tal nivel de perfeccionamiento, a mejorar nuestra salud general.

40:00: Se nos muestra por primera vez, a través de un yogui experimentado, la práctica esotérica Trulkor que ayuda a incrementar la salud corporal y la duración de la vida. Merece la pena verlo.
Llama poderosamente la atención darnos cuenta de que no tiene nada que ver con el yoga que estamos acostumbrados a practicar en Occidente. También impresiona la naturalidad, autenticidad y candor con la que nos habla el yogui y realiza esta práctica, hasta hace poco secreta. Impresiona y mucho los saltos que da, la seriedad y el estricto orden con que lo realiza.

46:00: Los poderes paranormales que se dice que tienen algunos yoguis altamente realizados. Me recuerdan a las historias de esos milagros míticos que todas las religiones tienen a lo largo de su historia para convencer a los indecisos y dar esperanza. Poderes sobrenaturales que nos elevan sobre “la triste condición humana”.

47:20: Descripción de un hecho sobrenatural que le ocurrió al yogui que lo relata en la cueva donde meditaba Madmasambhava. Impresionantes cuevas solitarias excavadas en medio de las inmensas montañas donde vivían los yoguis durante años. Aquellos hombres, para sobrevivir en condiciones tan extremas, tendrían que tener una voluntad y un determinación inmensas, además de estar acostumbrados a las privaciones. ¿Podríamos nosotros, acostumbrados a una vida cómoda acercarnos minimamente a las prácticas de estos yoguis?

50:30: Incluida la capacidad de controlar el momento de su muerte y posterior renacimiento. 51:38: Se muestra un ejercicio de Pranayama.

54:26: Pero más difícil que el control del cuerpo y los poderes sobrenaturales es mantener una actitud de paz y compasión incluso con los enemigos… Declaraciones del Dalai Lama: “Tu peor enemigo es tu mejor maestro…” Siempre me conquista su inteligencia, su sentido común, su sencilla dignidad, su madurez extraordinaria y, sobre todo, su capacidad de expresión corporal y la serenidad con la que se expresa.

57:03: El sufrimiento, la felicidad y el karma. Dice un yogui hablando de los chinos: "soy muy feliz, en mi corazón no hay más que perdón, no guardo rencor contra nadie", (y esto es muy oriental) lo que un individuo hace es por su karma previo, y todo lo que hace genera un karma. “Cuando realizas actos positivos el resultado es la felicidad”.

58:45: Se muestra la meditación de Los Siete Puntos de Vairochana que nos sirve para controlar y reconducir las emociones negativas. Es fundamentalmente una postura de meditación que facilita la canalización de la energía. 1:00:00: Realizar la Naturaleza de la Mente que es el Buda.

1:02:40: Por una de esas paradojas de la vida la invasión china, que intentaba acabar con la ancestral y escondida cultura del Tibet, ha conseguido que ésta se expanda por Occidente y crezca a lo largo del mundo.

1:05:23: ¿Cómo evolucionará el budismo tibetano y los pocos yoguis himalayos que aún quedan en el exilio al ser afectados por la influencia de las sociedades opulentas de Occidente y sus gentes? Llama la atención las declaraciones de los chicos y chicas americanos sobre su aprendizaje del budismo tibetano. Parecen recitar frases aprendidas que se encuentra lejos de su mentalidad occidental y que tienen que asimilar de memoria para irlas introduciendo en su vida. Están lejos de la naturalidad con que recibirían las enseñanzas los jóvenes del Tíbet. ¿Cómo influirá todo ello en el desarrollo de la cultura tibetana en Occidente?

1:09:00: Finalmente se preguntan: ¿Tenemos derecho a difundir los ancestrales secretos de los yoguis tibetanos en una cultura extraña? ¿No se aprovecharán otros de estos conocimientos para explotar y llevar a engaño a cientos de occidentales atraídos por su fama? ¿Terminará la cultura tibetana disolviéndose en el océano de las miles de tendencias de consumo de la cultura occidental? ¿Podrá sobrevivir el budismo, una cultura que históricamente ha intentado  sobreponerse al sufrimiento de las privaciones materiales, en una cultura basada en el confort material? ¿Evolucionará sobre la base de que ese confort y el consumo de bienes materiales no proporciona por sí mismos la satisfacción espiritual que necesitamos para realizarnos como personas?

El camino del yogui y la tentación de la manzana

En nuestra sociedad basada en el consumo (y este tipo de sociedad no solo se expande en los países capitalistas, sino también, y con mayor virulencia todavía, en los países comunistas y en los emergentes) hay tres afirmaciones fundamentales que constituyen su esencia y que se graban en el inconscientes de sus habitantes. Para mí estas premisas son la condición esencial de su funcionamiento y la base filosófica y psicológica en que se apoya y se estructura. Estas creencias dogmáticas crecen en cada uno de nosotros a medida que consumimos y se incrustan en nuestro inconsciente implantadas por la publicidad.

Esta publicidad, cuyo exponente más sutil es la moda, que estimula nuestros deseos, azuza nuestros sueños y nos atosiga dulcemente, está en el metro, en el autobús o en el omnipresente aparato de televisión que está en todos los sitios, como un gran hermano. Se asoma en el paisaje, con carteles que parecen tener vida propia, en nuestros bolsillos donde se esconde Internet y las redes sociales, incrustada como un virus, en lo que llevamos puesto, nosotros mismos personas anuncio. También nos saluda en el glamur de las marcas, o en lo que conversamos y oímos cotidianamente entre nuestros amigos, conocidos o familiares.

Estas tres afirmaciones fundamentales que subyacen en nuestra sociedad y que se alojan en nuestro inconsciente son:
1.- Lo quiero todo
2.- Lo puedo conseguir todo
3.- Tengo derecho a todo
Tres afirmaciones que nos llevan en volandas a la felicidad inducida y al consumo. Veámoslas con un poco de detenimiento y después intentaremos encontrar la manera de superarlas con nuestra maravillosa herramienta del yoga, puesto que son dañinas y peligrosas para las personas y a la larga para la vida.

Lo quiero todo

Lo primero que surge en nosotros como consecuencia de la propaganda es que todo está a nuestro alcance y a todo podemos acceder. Desde el viaje más exótico, comida fabulosa y sofisticada, hasta un alojamiento de ensueño, ya sea por un día o para toda la vida.

Lo quiero todo, claro, es la consecuencia inmediata del convencimiento de que todo podemos obtenerlo: el placer constituido por las sensaciones más sofisticadas o glamurosas posesiones, viajes y aventuras con un peligro planificado, maneras de gastar dinero que nos produzcan sensación de poder, y la autocomplacencia consiguiente. Esta manera de vivir que lo quiere todo es una muestra de poder, una exhibición de capacidad adquisitiva, un colocón de autoestima por el consumo de experiencias que después propagamos por las redes sociales. Entonces, ¿cómo no desearlas, como no quererlas todas?

Así que lo quiero todo, experiencias, sofisticados y caros objetos cuyas marcas nos ayudan a definirnos como pertenecientes a este mundo que pretende sostenerse estimulando la codicia y luego el exhibicionismo. El éxito solo es éxito si los demás lo saben ¡Cómo no quererlo todo si tendemos a definirnos por lo que tenemos y por lo que hacemos! No hay felicidad sin éxito y no hay éxito sin publicidad, sin que lo sepan los demás.


Lo puedo conseguir todo

Quererlo todo sería un problema si no estuviéramos convencidos de que lo podemos conseguir, de que todo está a nuestro alcance. ¡Qué frustración ver lo que nos ofrece la vida, objetos, sensaciones, experiencias y éxito si no tuviéramos la posibilidad de obtenerlo! Por ello la sociedad de consumo intenta convencernos de que podemos conseguir todo lo que queramos. Lo importante es ese convencimiento. Está surgiendo en nuestro inconsciente colectivo el convencimiento de que somos omnipotentes. La clave está en desear con fuerza, tener un pensamiento positivo y no desanimarnos, porque todo es posible y lo podemos conseguir. La desgracia es una rareza que les pasa a otros, y que nosotros debemos descartar, no pensar en ella para centrarnos en lo importante: conseguir éxito y fortuna, ser felices.

Poder conseguirlo todo significa que la dicha y la desdicha están en nuestras manos y son únicamente consecuencia directa de nuestra actitud ante la vida, lo que resulta alienante, porque ignora la realidad y la complejidad de la vida.

Tengo derecho a todo

 Quererlo todo y estar convencidos de poderlo conseguir no sería suficiente si no nos sintiéramos tranquilos al consumir. Necesitamos estar convencidos de nuestro derecho moral a hacerlo. Cuando a más de media humanidad le faltan los medios necesarios para acceder a la salud, el bienestar y la educación, y convencidos en nuestro interior de que los recursos de la Tierra son finitos y no se pueden desperdiciar, es imprescindible una justificación para el consumo innecesario. Por tanto, la justificación para construir nuestra vida sobre la  base del consumo, un consumo que beneficia el inmovilismo, el poder constituido y las grandes corporaciones, es la convicción moral de que tenemos derecho a todo.

Tener derecho a todo es considerar que no existe responsabilidad personal cuando compramos, porque comprar lo que nos dé la gana es un derecho inalienable del individuo que nadie nos puede arrebatar. Y sin embargo comprar es un acto responsable, éticamente significativo, que tiene repercusiones sociales y constituye un aspecto más que nos define como personas.

Sin cargarnos más de la cuenta con el peso de la responsabilidad y sin caer en el dogmatismo, comprar nos interpela. Pregunta por nuestras prioridades y nuestro proyecto de vida: hacia donde queremos ir, cual es el nivel de consumo que queremos permitirnos, qué cosa comprar y en qué abstenernos, si debemos comprar o no comprar más que lo necesario, y donde está nuestra frontera de lo necesario. También nos interpela sobre a quién le damos poder con esa compra, qué estamos favoreciendo con ella.

El consumo y las posesiones excesivas nos distraen, nos entumecen, nos quitan libertad y nos infantilizan. Y quizá lo contrario del consumo sea la renuncia, un acto de la voluntad que acompaña el camino del yogui. Veamos tres aspectos esenciales del camino del yogui en relación con la renuncia:

1.- La libertad de la renuncia

La renuncia, dice la Real Academia de la Lengua, es “hacer dejación voluntaria, dimisión o apartamiento de algo que se tiene, o se puede tener.” Es, por tanto, la otra cara de la moneda de todo lo que acabamos de exponer. Es un maravilloso acto de libertad personal, de afirmación y confianza en uno mismo. Cuando nos podríamos cargar con tantas cosas inútiles, como un peso muerto que acompañaría nuestra vida, renunciar significa darnos libertad, disminuir los fardos que nos acompañan, despojarnos de lo innecesario, perder peso para caminar ligeros e intentar volar espiritualmente.


2.- La fuerza y la luminosidad de la renuncia

Renunciar al placer y al reconocimiento social, que es lo que buscamos en el fondo del consumo, es difícil. Para renunciar es necesario tener las cosas muy claras, definir lo que para nosotros es imprescindible, establecer aquellos pequeños lujos a los que normalmente renunciamos pero que alguna vez necesitamos, y dejar atrás aquellos otros que perjudican nuestro perfeccionamiento como personas. Es una labor de clarificación personal que transforma lo que parecía necesario en prescindible, un acto de purificación personal para limpiarnos de los efectos de lo que ya no necesitamos y, al fin, es un acto de la voluntad para no caer en la tentación, o caer las menos veces posibles, ante los chantajes y las “mordidas” que nos ofrece la vida del consumidor.

Necesitamos la fuerza y  la luminosidad del yogui o la yoguini para aprender a renunciar. Renunciar es un camino costoso pero también en un camino de doble sentido, porque la renuncia aumenta nuestra fuerza y nuestra luminosidad.

3.- La justicia y la solidaridad de la renuncia

Finalmente, la renuncia que practica el yogui o la yoguini es de justicia. No es justo que unos dilapiden lo que otros necesitan. Me refiero a los alimentos, a los medicamentos o a los conocimientos, pero también al derroche de materias primas esenciales en artículos de lujo o consumibles que nos sirven un momento y después pasan a engrosar los vertederos. Esas materias primas esenciales son finitas.

Se nos dice que si no consumimos el paro, la inactividad y la miseria se adueñarán de la humanidad, pero eso no es verdad. ¿Por qué tendríamos que pararnos? ¿Por qué no invertimos en el desarrollo de la parte de la humanidad más pobre? Que consuman ellos los productos esenciales que necesitan, nosotros se los podemos ofrecer y enseñar a cultivar. Podemos producir en su favor, para su desarrollo, y de paso desplegar una civilización interrelacionada y global, donde los problemas y las soluciones sean de todos.

El futuro solo puede ser uno: una humanidad con menos desigualdades, más estable y más austera, donde el consumo, el lujo y la autocomplacencia sean sustituidos por la alegría de una comunicación profunda entre nosotros y con la naturaleza, por el progreso espiritual, el despliegue de la propia creatividad, la promoción de una salud integral, y la investigación y el conocimiento del universo, incluyendo a Dios o a la idea de Dios.

Hrani yoga: el yoga de la alimentación

Este extraño yoga, mal conocido en nuestros días y muy escasamente practicado, fue descrito por Omraam Mikhael Aivanhov, un hombre búlgaro nacido en Macedonia con el siglo XX.


Sin embargo tiene interés, creo yo, verlo con un poco de detenimiento y así intentar contrarrestar la propaganda actual en la manera de alimentarse que crea personas obesas o exageradamente delgadas, muy preocupadas por la manera de cocinar y mezclar los alimentos y poco por el equilibrio y el propósito esencial de  la alimentación que es incrementar nuestra energía y ayudar a desarrollar nuestro organismo.

A veces ahuyentamos el tedio vital y la angustia con menús largos y estrechos, excesivamente sofisticados, que producen digestiones pesadas y prolongadas, y que nos roban energía más que dárnosla, encadenados por la gastronomía más que alimentados por una nutrición rica, saludable y sencilla, que resulta gozosa cuando nos sentamos a la mesa con hambre.

En otro post hemos visto que para el yoga los alimentos son de tres clases: sáttvicos, rajásicos y tamásicos según sus cualidades energéticas, como cualquier otro elemento de la naturaleza. Pero el Hrani yoga, el yoga de la nutrición, no habla de alimentos, sino que pone el énfasis en la manera de nutrirse, en una actitud saludable y yóguica mientras nos alimentamos.

También hemos podido ver la importancia de la alimentación para tener una larga vida, y cómo nutrirse es más que ingerir alimentos. Es un proceso complejo que incluye actitud, concentración y que está influido por formas de espiritualidad distintas. El ser humano es omnívoro y puede alimentarse de maneras muy variadas según el clima, los alimentos a su disposición, sus creencias, sus sueños, sus deseos y lo que sus sociedades consideran correcto en un momento dado de la historia.

Omraam, nombre compuesto por los mantras sagrados OM y RAM, que le impuso Neem Kalori Baba en su viaje a la India de 1959, fue el fundador en Francia de la Fraternidad Blanca Universal, una asociación para propagar el ideario comunitario de este hombre de barba muy blanca y rasgos armoniosos que se reunía con sus discípulos a la salida del sol para practicar el Surya-yoga, otro tipo de yoga ideado por él.


Cuanto mas nos acercamos al sol, decía, con todo nuestro espíritu y nuestra voluntad, más nos acercamos al Centro del Universo de una manera simbólica. El centro es Dios “porque, en el plano físico el sol es el símbolo de la divinidad”. La salida del sol es un momento mágico que los humanos no sabemos apreciar suficientemente con nuestra prisa y nuestra forma de vida cada vez más alejada de la naturaleza. Cuando sale el sol se produce un silencio grandioso y sereno que los animales, y particularmente los pájaros, guardan y del cual se benefician. Omraam enseñaba a sus discípulos a aprovechar y disfrutar de ese momento todos los días. Este hombre tranquilo, profundamente espiritual, no dejó nada escrito, pero dio más de 5.000 conferencias a lo largo del mundo propagando su pensamiento. Dice que la espiritualidad es una necesidad vital para el ser humano, que el amor es como el agua, da vida, revitaliza y crea diversidad y armonía en nuestra relación con los demás y con la naturaleza, puesto que el amor está en todo. Es una energía cósmica distribuida por todo el universo. También decía algo que parece muy sensato: solo cambiándonos a nosotros mismos individualmente, desarrollando nuestra espiritualidad, cambiaremos la sociedad: “Los hombres no han sabido trasponer al terreno interior todos los progresos que han conseguido en la vida material… Debemos trabajar sobre nosotros mismos”. ¿Cómo hacerlo? Omraam Mikhael Aivanhov dice que una de las maneras más efectivas y fáciles es practicando Hrani yoga con la alimentación. Si no tenemos tiempo para la meditación o para rezar durante la jornada, en realidad tenemos tres veces al día la oportunidad de hacerlo mientras nos alimentamos. Una circunstancia inmejorable, porque podemos no solo alimentar nuestro cuerpo, sino también nuestro equilibrio interior, nuestra vida emocional y espiritual, y nuestro conocimiento de Dios mientras comemos. En una conferencia dada en septiembre de 1954, las cuales impartía siempre sin papeles, dijo: “con Hrani yoga, así es como yo lo llamo, los resultados son muy rápidos. Es el yoga más fácil, el más accesible… Es increíble incluso que los seres inteligentes nunca se hayan dado cuenta de los secretos escondidos en la forma de nutrirse… Es un yoga, porque saber comer exige concentración, atención, autocontrol, y también inteligencia, amor y voluntad." Veamos como se practica el Hrani yoga:
  • Se debe comer en silencio y con recogimiento, creando una atmósfera de paz y de luz. Omraam lamenta nuestra manera habitual de comer: “No hay palabras para expresar el estruendo, la cacofonía, el ruido espantoso que hacen actualmente los hombres cuando están comiendo juntos…Después de una comida así hay que irse a descansar.”
  • Hay que ponerse a la mesa dispuestos para recibir en las mejores condiciones los alimentos preparados por "el laboratorio de la naturaleza" después de haberse lavado las manos y dicho una corta oración, o simplemente con recogimiento, agradecimiento y consciencia de lo que vamos a hacer.
  • El primer bocado hay que masticarlo durante el mayor tiempo posible “hasta que desaparezca en la boca”. Tomar bien este primer bocado es importante porque desencadena un estado armonioso para el resto de la comida.
  • Hay que masticar bien todo el rato porque favorece la digestión. La boca juega un importante papel porque absorbe las partículas etéricas del alimento. Aquí recordamos las afirmaciones de Andrée van Lysebeth sobre la absorción de prana, una energía sutil universal, directamente por la lengua.
  • Al comer hay que detenerse de vez en cuando y respirar profundamente para aumentar la combustión y ayudar a la absorción de materias sutiles que alimenten no solo el cuerpo físico sino el cuerpo vital, que Omraam llama el cuerpo etérico.
  • La concentración es importante no solo para darnos cuenta de lo que estamos ingiriendo, también es importante para focalizar la atención en los productos que comemos, meditando en cómo han sido elaborados, en la cantidad de trabajo humano y de la naturaleza que tienen. Lo saben muy bien los monjes budistas zen que, observando esta misma actitud general, reverencian sus alimentos al punto de no dejar un solo grano de arroz en el cuenco. Y lo saben muy mal, o no lo saben en absoluto (lo que me parece más probable) nuestros políticos, empresarios y ejecutivos, que se reúnen para discutir de política o de negocios mientras comen. Claro, ni comen con provecho ni llegan normalmente a acuerdos de provecho. 
  • Para alimentar el cuerpo astral, la sede de las emociones según Omraam (la inteligencia emocional, diríamos ahora), es importante albergar sentimientos de amor y consideración para con el alimento. “Si el cuerpo astral ha sido alimentado, tenéis todas las posibilidades de suscitar sentimientos de un orden extremadamente elevado: amor por el mundo entero, la sensación de estar feliz y en paz, en armonía con la Naturaleza.” En cambio, dice nuestro yogui búlgaro, si el cuerpo astral no ha sido alimentado, si habéis comido gruñendo, criticando a los demás o enfadados, os manifestareis después con acritud, nerviosismo y parcialidad…”
  • Alimentar el cuerpo mental (hoy hablaríamos de mente racional) también es importante. El iniciado debe esforzarse en estudiar y comprender lo que come, de dónde viene, qué contiene, qué cualidades le corresponden. “De ahí nace en él una claridad y una penetración profunda de la vida y del mundo.”
  • Es importante alimentarse con sobriedad. Comiendo mucho fatigamos al organismo. En cambio si nos levantamos de la mesa con un poco de hambre estimulamos el cuerpo etérico "que encontrará y captará los elementos sutiles de los alimentos, de modo que la sensación de hambre pasará en unos minutos y nos sentiremos más ligeros, más vivos y más capaces de trabajar". En cambio, comer con gula, más de allá de lo necesario, producirá desequilibrio y embotamiento.
Esto es practicar Hrani yoga, una oportunidad mientras comemos. Se puede pensar que comer de esta manera resultará aburrido y monótono. ¿Pero no resulta mucho más aburrido pasarse horas esperando platillos muy adornados, recargados y semivacíos en un menú largo y estrecho? Omraam no es un yogui al uso, y posiblemente nos cueste entender lo que enseña como un tipo de yoga. A mí me parece que, si efectivamente el yoga es, sobre todo, una actitud, una forma de vida y una herramienta para el avance espiritual, este yoga es verdadero y auténtico yoga.

El yoga del siglo XXI también viene de Occidente

El edificio de Gottingen del Centro de Investigación Max Planck
Peter van der Veer en un holandés de casi 60 años, director en el Centro de Investigación Max Planck, uno de los más prestigiosos del mundo. La sección de la que se encarga, ubicada en Gottingen, en un edificio precioso, está dedicada al estudio de la diversidad étnica y religiosa. También profesor universitario e investigador sobre religiones comparadas, ha publicado un libro llamado The modern spirit of Asia : the espiritual and the secular in China and India, donde defiende la idea de que el yoga que practicamos en la actualidad ha nacido hace poco, unos 2 siglos, fruto de la interrelación entre ambas culturas, la occidental y la oriental.

Dice este antropólogo holandés que el yoga físico, el hatha yoga que conocemos hoy en día, es fruto de la comunicación que se ha dado entre las dos culturas desde el siglo XIX. O sea que el yoga que practicamos tiene poco de la India, menos de lo que pensamos, y mucho más de Occidente, muchos más de lo que pensamos.

Krishnamacharya
Krishnamacharya, muerto en 1989 a los 101 años, fue el gran yogui que enseñó a los actuales maestros que han popularizado el yoga en Occidente: Iyengar, cuyo particular método siembra Occidente de centros que lo enseñan; Indra Devi, propagadora del yoga en Rusia y América del Sur; Patthabi Jois, fundador del enérgico yoga llamado Asthanga yoga; Desikachar, su hijo, que ha desarrollado el yoga para que sea una medicina natural para los males de nuestro sociedad y nuestro tiempo: el malestar, el estrés, los pequeños achaques, la hipocondría o la ansiedad.

Pues bien, cuando Krishnamacharya, de joven, después de que su padre le hubiera introducido en los textos védicos, quiso conocer las técnica del yoga, tuvo que viajar al monte Kailash, en los Himalayas, en busca de viejos ascetas que pudiesen introducirle en sus métodos de trabajo interior.  De vuelta comenzó a estudiar los Yoga Sutras de Patanjali, pero en ellos no se describe la más mínima postura de yoga, ni tan siquiera una sola técnica de Pranayama. Así que, cuando el Majarajhá de Mysore encargó a Krishnamacharya que enseñase lo que sabía a los jóvenes, él les enseñó una técnica propia basada en firmeza y voluntad, ejercicios físicos, concentración, cantos védicos y un nuevo concepto de salud: la salud como un todo del cuerpo, la mente y el espíritu.

Peter van der Veer, nuestro iconoclasta investigador y antropólogo, parece tener cierta razón cuando dice que el yoga de hoy es la mezcla de esa cultura ancestral, prácticamente desaparecida en la India, y del nuevo concepto de salud integral Occidental, cuyo exponente más importante es la gimnasia sueca.

Pier Henrich Ling, era militar, médico y profesor de esgrima. Él fue el inventor de la gimnasia sueca. Murió en 1832, pero antes quiso encontrar un método natural saludable y equilibrado de educación para los jóvenes. Era  una gimnasia muy completa, llena de ejercicios estáticos y terapéuticos. Una gimnasia también correctora, con estiramientos y mantenimiento de posturas. Peter van der Veer sostiene que el yoga que conocemos y practicamos hoy tanto en Asia como en Occidente es una fusión, una amalgama de cosas que se ha ido fundiendo y sincretizando en sus viajes de ida y vuelta por el mundo con la gimnasia sueca como su columna vertebral, su ingrediente primigenio. Y el sabor principal que deja este yoga del siglo XXI es algo nuevo que busca la humanidad : una nueva espiritualidad y una nueva forma de vivir, dice Peter van der Veer.

Enfermo de polio en un pulmón de acero
Algo debe de haber de cierto. Yo padecí poliomielitis en 1956. Después de haber vencido en un pulmón de acero el ataque asesino de esta enfermedad que surgió en 1887, en Suecia, quedé con importantes secuelas: las piernas paralizadas y una grave desviación de columna. En España entonces no existía la Seguridad Social universal y mis padres, con gran sacrificio, me mandaron a los seis años a un hospital de Suiza especializado en el tratamiento de la polio. Cuando volví, seguí el mismo sistema de recuperación en un gimnasio situado en Madrid y llevado por una enfermera alemana, Isabel Selligman, una mujer muy guapa y generosa, de ojos claros y de piel muy blanca, a la que recuerdo con mucho cariño. El método era una mezcla de baños, estiramientos y gimnasia estática y dinámica que ella llamaba gimnasia sueca.

Mas tarde, en una recaída, después de la adolescencia, se me ocurrió que el yoga podría ayudarme a mantener una vida activa. Cual no sería mi sorpresa cuando pude darme cuenta de que los asanas de yoga que me enseñaba mi profesor de yoga Miguel Fraile en 1983 ya los conocía. En parte eran los mismos ejercicios de gimnasia sueca que había practicado durante tantos años en mi infancia. Era muy gracioso darme cuenta de que no me costaba nada hacer determinadas posturas que para algunas compañeras de clase eran imposibles. Las que permitían mis condiciones físicas me resultaban fáciles y placenteras, las había hecho una y otra vez con bastante fastidio desde los 8 años. Ahora las hacía con gusto y orgullo. Tuve un insight fantástico, como la resolución de un koan : yo había estado haciendo yoga de niño sin saberlo. Cuando, después de haber leído el Tercer Ojo, de Lobsang Rampa, soñaba de niño con ser un yogui, resultaba que ya lo era.  ¡Y yo sin saberlo!

Peter van der Veer dice que primero fue la gimnasia sueca en Occidente, y que la gimnasia sueca también llegó a la India. El hambre experimental del siglo XX favoreció todos estos viajes de una cultura a otra, y en estos viajes de ida y vuelta se formó una masa compacta, llena de riqueza, experiencia y juventud que es el yoga que se practica en la India y Occidente hoy en día.

Entre gimnasia sueca y Pilates
Será como dice van der Veer,  a mí me da igual. Me siento mitad yogui, mitad sueco, español, suizo, alemán, occidental y oriental, ciudadano del mundo. Agradecido, sano dentro de lo que cabe, un ser humano  que madura, espiritualmente vivo.

Esa es otra cosa que ha investigado este importante y culto antropólogo holandés. El verdadero cambio es la búsqueda espiritual, y el yoga lo representa. Dice que la humanidad desde la época de la Ilustración busca con esfuerzo algo nuevo, libre, que no viene de fuera solo sino que crece en nosotros, un sentido, un ancla para la vida, una esperanza para el dolor de vivir, una ética para la solidaridad universal, un Dios que no vigila sino que vive en los abismos del alma: la espiritualidad.

Vivekananda
El gran introductor del misticismo universalista de Oriente y del yoga en nuestro sociedad occidental, defiende van der Veer, fue Vivekananda cuando se dirigió al Parlamento Mundial de las Religiones que se reunía en Chicago por primera vez en 1893. Había venido recientemente de su India natal, se sentía solo, desconcertado por aquel mundo tan diferente al suyo, un poco apabullado, ya que no tenía costumbre de dirigirse a tanta gente.

En el Congreso había más de 7.000 personas y Vivekananda tuvo eso que se llama miedo escénico. Fue dejando pasar por delante a los demás oradores día tras día. Todos leyeron sus discursos preparados, loando las bondades y las verdades de sus respectivas religiones, sobre todo los cristianos, mayoritarios, que, aunque habían sido ellos los organizadores, parecían sentirse más poseedores de la verdadera verdad. Presentado al fin por el Dr. Barrows, Vivekananda empezó su discurso diciendo: “Hermanos y hermanas de América”. La gente se puso en pie y recibió un atronador aplauso. Esa gente se sentía profundamente conmovida por su sencillez y su cercanía.

El Parlamento Mundial de las Religiones de 1893 con Vivekananda
“Agradezco a algunos de los oradores de esta tribuna que al referirse a los delegados del Oriente les han dicho que esos hombres de lejanos países muy bien pueden reclamar para sí el honor de llevar a las diferentes tierras la idea de tolerancia. Me siento orgulloso de pertenecer a una religión que ha enseñado al mundo no sólo la tolerancia, sino también la aceptación de todos los credos religiosos. No sólo creemos en la tolerancia universal, sino que aceptamos todas las religiones como verdaderas”, dijo Vivekananda en su discurso.

Hábilmente -nos cuenta van der Veer-, aunque sin verdadera conciencia de lo que hacía, Vivekananda, amparado en su éxito en el Parlamento de las Religiones, recorrió Occidente dando conferencias que extendían la tolerancia y el misticismo de Oriente, y luego llevaban a la India la búsqueda y la libertad de Occidente. Vivekananda fue el catalizador de una nueva esperanza: la emergencia de una espiritualidad libre, inspiradora, rica y ecuménica, una aspiración universal que tiene diferentes formas de concretarse en los seres humanos y los pueblos.

El yoga integral de Sri Aurobindo y La Madre, que le ayudó a parir


Sri Aurobindo parece la antítesis de Gandhi. La otra cara de la moneda de la espiritualidad y la política de Gandhi.

Nacidos con dos años de diferencia, ambos eran buscadores espirituales, ambos lucharon por la independencia de la India y a ambos se les ofreció la Presidencia del Consejo Nacional Indio (el Partido del Congreso que lideró la independencia de la India y que sigue gobernando el país), que rechazaron. Ahí se acaban las concordancias.

Gandhi defendía la no violencia y la movilización del pueblo como elementos fundamentales para conseguir echar a los ingleses y Aurobindo creía en la lucha armada. Mientras Gandhi lideraba y vivía entre las impresionantes masas de la India y con ellos recorría a pie los caminos para reivindicar sus derechos, Sri Aurobindo dejó pronto la política y se encerró en una habitación para experimentar en sí mismo el yoga integral.

Gandhi creía que la tradición, los libros sagrados de diferentes religiones y los ascetas eran pilares fundamentales en el desarrollo de la espiritualidad de un ser humano, Aurobindo estaba convencido de que había que construir algo radicalmente nuevo a través de la propia experiencia y le atraía poco la experiencia ajena.


Sri Aurobindo solo mantenía contacto asiduo con La Madre, Mirra Alfassa, una mujer de mirada tímida y huidiza, divorciada dos veces, sin hijos, que fue, desde que le conoció, su compañera y la continuadora de su indagación interior. Como una verdadera madre ella le confortaba, le cuidaba, le adoraba, le traía los alimentos y hacía de puente entre los discípulos y el maestro. Sri Aurobindo solo los veía directamente una vez al año. Ella también gestionaba el Asrham donde Sri Aurobindo vivía en una habitación apartada escribiendo e intentando cambiar “la mente de sus células”.

Madre debía de ser una extraordinaria gestora, pues ella concibió y consiguió llevar a la práctica, con la ayuda de la UNESCO y del Gobierno de la India, la construcción de la ciudad más asombrosa que existe en el mundo: Auroville. Una ciudad en construcción que parece una constelación del espacio y también una célula, y que pretende ser un lugar de convivencia donde las personas puedan desarrollarse espiritualmente y crear el nuevo ser humano que ellos entendían que estaba a punto de nacer.
El yoga integral de Sri Aurobindo gira en torno a la transformación de la vida terrenal como resultado del cambio, incluso físico, del cuerpo y  de la mente, de las propias células. Él deseaba ver el Paraíso en la Tierra, decía: “Mi meta es conocer y también manifestar la divinidad en el mundo, haciendo descender con este fin un Poder todavía inmanifiesto: la Supermente.”

Feuerstein, el gran teórico del yoga, intentando explicar a este yogui de mirada ardiente, apasionada, y casi feroz, cuenta que la Supermente es una especie de Verdad-Conciencia que se halla tras la mente ordinaria: "El yoga integral es una cuestión de la acción sincronizada entre la aspiración personal “desde abajo” y la gracia divina “desde arriba”. Para que esto se produzca lo esencial es la entrega, sin que existan técnicas prescritas, ni mantras, ni posturas o ejercicios de respiración.

Sri Aurobindo, y después Mirra Afassa, La Madre, creían que la conciencia tiene distintos estados, como si fuera un interruptor que da luz u oscuridad, que puede fijar o iluminar distintas realidades. Para ello, para poder acceder a esa mirada distinta, hay que desmontar todo el entramado de pensamiento, emociones, prejuicios, percepciones sensitivas e ideas firmemente arraigadas desde siglos que tendrían su sede en la propia célula, para crear un ser humano nuevo, un ser humano que podría llegar a ser inmortal.

Parece que ninguno de los dos lo consiguió. Sri Aurobindo murió, para gran desconsuelo de Madre, a los 78 años. Ella misma armó un gran revuelo entre sus discípulos, cuando falleció a los 95 años, habiéndoles pedido que no la enterraran porque no estaría muerta, sino cataléptica, por un periodo de tiempo indeterminado pero pasajero.

Esperaron, apenados y ansiosos, pero cada día olía peor. Lo cuenta Satprem en un libro descatalogado: “La mente de las células : o la mutación deseada de la especie”, su discípulo más íntimo, a quién ella había confiado sus pensamientos grabados en cinta. Desolados, después de angustiosas y tristes discusiones entre sus discípulos, tres médicos del Ashram la declararon muerta.

¡Qué historia! ¿Eran Sri Aurobindo y Mirra Afassa dos seres iluminados, la vanguardia de la nueva humanidad, o dos psicóticos que tenían ideas delirantes? Desde luego, eran dos seres extraordinarios que vivieron con toda su verdad interior, con valor, intentando desarrollar su energía espiritual y la expresión más genuina de sí mismos.

¡Que curioso! En nuestros días, 70 años más tarde, Eckhart Tolle nos habla de la necesidad de conseguir una masa crítica suficiente de seres humanos espiritualmente despiertos para que pueda salvarse la humanidad que se encuentra en un momento clave de su historia. También eminentes científicos, médicos, físicos y psicólogos, investigan en la actualidad la sede de la conciencia, basándose en que las leyes de la física cuántica que atañen a la materia también pueden afectar a nuestras células, y en los datos obtenidos de aquellos cientos de miles de personas (según sostiene el investigador Pim van Lommel) que han tenido una experiencia cercana a la muerte en un estado de parada cardiorespiratoria y cerebral y han relatado su experiencia.

De todo esto podemos hablar más adelante.


Samsara : ¿Qué es mejor cumplir todos los deseos o conquistar solo uno?


Eso es lo que le pregunta Apo, su maestro, a Thasin, el protagonista de esta honda película que indaga sobre el deseo, el sexo, el sufrimiento, la espiritualidad y el propio destino.

No son pocas cosas, desde luego. En el contexto de la naturaleza árida del Himalaya, tenaz, de una belleza desnuda muy espiritual, se desarrolla esta historia llena de detalles y delicadas digresiones, como las imagenes de la estepa majestuosa y aparentemente yerma, o el viento omnipresente como si fuera el aliento de Dios.

Podemos verla en Internet gracias a Norma Noemi, aunque sus subtitulos en castellano no siempre son una buena traducción. Si os gusta, merece la pena adquirirla y disfrutarla en pantalla grande, con todo detalle.   

Thasin es un joven monje confinado en un monasterio desde niño, que acaba de cumplir su ordenamiento final con una larga meditación que ha durado 3 años, sentado en la posición del loto en el interior de una cueva. “Creo que has ido demasiado lejos”, le dice su maestro cuando echa abajo la puerta de la cueva.

Entumecido, el cabello largo como el de un penitente, incapaz de moverse, con una debilidad extrema, sin embargo está en éxtasis. Es muy bonito como Pan Nalin, el director de la película, nos lo muestra con pinceladas mínimas, casi sin palabras. Thasin, victorioso, ayudado por los cuidados y la admiración de sus hermanos monjes vuelve al monasterio mientras se extasía a lomos de un caballo mirando el verde intenso de una hoja.

Sin embargo Thasin no termina de recibir los honores que corresponden a su gran hazaña porque el sexo, el deseo, el instinto se interponen en su camino. En un ejercicio inverso al que debería ser el habitual Thasin, enamorado, confuso y emocionado, vivo y extasiado por una mujer bellísima y dulce se va al mundo desde el monasterio tibetano donde ha pasado su infancia y parte de su juventud.

Nada ni nadie le convencen de lo contrario. Ni la visita a la cabaña, suspendida del abismo, donde vive un viejo asceta que le muestra cómo la distracción del sexo, que oculta la muerte, en un juego obsceno, embriagador y extraordinario. Ni tampoco el silencio afligido de su maestro que sabe que no es posible escapar siempre a la tentación cuando no se ha vivido en el mundo.

Thasin huye del monasterio para ver ese mundo y amar a aquella mujer de labios gruesos, de mirada compasiva y al mismo tiempo ardiente. Se integra al mundo en una aldea de campesinos, se vuelve un líder con dificultades para aceptar la realidad de la injusticia que existe desde tiempos inmemoriales, se casa y tiene un hijo con su amada. Se deja llevar por un sexo pacífico y afable con su mujer, y luego es infiel, hipnotizado por el sexo emocionante y teatral de una sensual joven mujer que le busca.

Le pasan cosas, va cumpliendo los deseos que todos llevamos dentro, se pierde en su búsqueda, en la insatisfacción, está triste, siente nostalgia.

Una noche, igual que hizo Siddharta Gautama, el que luego sería el Buda, abandona a su familia mientras duerme, sin tan siquiera despedirse. Ha ido perdiendo la luz, la ilusión y la propia verdad. Quiere volver al monasterio. En el camino mira otra vez una hoja, y la tira sin ver nada, hastiado, con los sentidos sucios. Luego se baña en el mismo río que la primera vez, ahora para dejar atrás el mundo, y se afeita la cabeza desprendiéndose de la melena, crecida durante estos años. Va solo, vestido de monje, huyendo quizá, o listo para conquistar un solo deseo, como le sugería su maestro.

Justo en la valla de piedra que delimita el monasterio le está esperando Pema, su mujer. Parece que viene a buscarle, o quizá a reprocharle que huya, pero en realidad lo que hace es cuestionar su renuncia, su facultad para escoger su destino y abandonarlo todo y a todos. Mientras gira alrededor de su marido Pema le pregunta si Siddharta tenía derecho a dejar como lo hizo a Yashodhara, su esposa, para encontrar la iluminación. Le pregunta si la renuncia de Yashodhara, que no pudo elegir, no era en realidad una renuncia mucho más real que la del príncipe Sidharta, que eligió su destino. ¿Tuvo en cuenta el príncipe Siddharta el sufrimiento, la soledad y la amargura de Yashodhara?

Pema, rodeando la figura sollozante y triste de Thisan, concluye: "Dejar a la familia y a su propio hijo para seguir su camino solo es capaz de hacerlo un hombre, Thisan, solo un hombre".

Esta preciosa película nos enfrenta a dos formas de saciar el hambre espiritual del ser humano: una de ellas trata de dar sentido a la propia vida asumiendo las responsabilidades cotidianas, dedicados a atender lo que la vida nos traiga, formando una familia o atendiendo a los demás, cumpliendo unas obligaciones con bondad, sencillez y entrega; la otra busca la excelencia, la iluminación sublime, ir más allá, apagar la sed de perfección y de Dios renunciando a la tierra, a los lazos, incluso a las propias obligaciones y a la propia responsabilidad si estás no nos permiten culminar nuestro anhelo.

¡Qué contradicción más dolorosa tener que ser cruel para ser compasivo; tener que ser injusto para seguir la propia necesidad interior de justicia! ¿Será que es necesario, como le pasó a Buda abandonando a su familia, o como a Gandhi, tan duro con sus hijos? ¿O será que son historias de hombres y por eso han sido así? ¡Qué difícil es a veces ser plenamente humano!

No estoy muy seguro, pero la película parece decantarse por una de las dos opciones, yo creo que también puedo decantarme por una. Decidme, ¿qué os parece a vosotro/as?

¿Sirve para algo la espiritualidad?

Según vamos practicando yoga se nos hace cada vez más evidente que podemos ir ascendiendo escalones.

Cuando empecé a practicarlo hace ya 30 años (¡Cuánto tiempo y qué rápido ha pasado!), practicar yoga era una extravagancia de locos en mi país, España. Estábamos construyendo la democracia con esfuerzo, miedo e ilusión. Estaba nervioso, angustiado a veces, bebía más de la cuenta cuando acababa el día para relajarme, me sentía aturdido, había engordado. Recordaba los mitos de mi infancia: el yogui austero que necesita poco, atento, libre, delgado y polvoriento, con los ojos como llamas y la actitud serena y compasiva, sentado en el suelo con las piernas cruzadas.

Decidí empezar a practicar yoga para recuperar mi movilidad, muy disminuida por la falta de ejercicio y las secuelas de la poliomielitis. Sobre todo quería adelgazar y volver a sentirme en forma. Con el tiempo lo conseguí.

Luego, poco a poco, el yoga me fue abriendo más y más el mundo…

Desde la posibilidad de utilizar el yoga como un ejercicio físico para darnos vigor, bienestar físico y salud, podemos ir ascendiendo escalones, utilizándolo además como un ejercicio mental para mejorar el funcionamiento de nuestro cerebro, desarrollando la concentración, la capacidad de abstraernos en una tarea, y mejorando nuestra imaginación,  con la creación de imágenes mentales más claras.

Otro escalón más es el psicológico. Menos utilitario a corto plazo, pero quizá más importante para experimentar eso que hemos quedado en llamar felicidad. Consiste en la capacidad de dominar nuestras emociones, aumentar la efectividad y la finura de nuestros sentidos, desarrollar la voluntad y, por tanto, la facultad de hacer lo que queremos hacer. Si decidimos seguir escalando, el yoga conforma una personalidad moldeada en comunicación con nuestro medio, con mayor empatía y más equilibrio, con un inconsciente que se convierte en fuente de inspiración y no de tiranía; con un yo sereno, bien establecido, que nos permite incrementar nuestra autoestima, abrirnos al mundo y sentir compasión, esa de la que hablaba B. Russell, la compasión que le movía por el sufrimiento de la humanidad.

Un escalón más arriba nos sitúa en el nivel de la espiritualidad. Asumido ya el protagonismo sobre nuestra salud, desde un renovado vigor, desde la voluntad, desde la posición de dueños de nosotros mismos y al mismo tiempo entregados a lo que queremos hacer, podemos ver el paisaje de la espiritualidad.

A veces nos resulta excesivo escalar hasta este nivel. Quizá porque nuestra tradición espiritual, o sea nuestra religión, nos lo impide, como pasa estos días con la polémica de algunos católicos con el yoga; o quizá porque creemos que la espiritualidad es algo poco útil, fantasioso y lejano.

¿Sirve para algo la espiritualidad?  La espiritualidad tiene que ver en primer lugar con las preguntas sobre el sentido de la vida: ¿por qué estamos aquí?; ¿tenemos algo ineludible que hacer en la vida?; ¿qué hay detrás de la muerte?
La espiritualidad en segundo lugar tiene que ver con nuestro sistema de valores: ¿Qué es importante para nosotros? Y, por tanto, ¿con que planteamientos nos relacionaremos con los demás?, ¿qué pretendemos conseguir? Construyendo nuestro sistema de valores contestaremos también hacia donde queremos ir, como utilizar nuestro tiempo, nuestras cualidades y nuestras energías.

En tercer lugar la espiritualidad se refiere a la búsqueda de una cierta totalidad, una armonía, un orden o una unidad universal, la sensación interna de pertenencia y finalidad, una explicación del misterio que contemplamos en algunos momentos especiales. A esa diana, a ese centro misterioso que está más allá de lo que cae en sentido algunos lo llamamos Dios.
Por tanto, construir nuestra espiritualidad es útil, aunque pueda parecer un contrasentido y aunque a algunas personas les pueda resultar mezquino hablar de utilidad en relación con la espiritualidad. Construir nuestra espiritualidad es útil y necesario.

Útil porque estas preguntas nos permiten hacer consciente un anhelo humano, imprescindible para saber por donde caminamos y dar sentido a nuestra vida. Útil porque estas preguntas construyen nuestra libertad y nuestra responsabilidad como seres humanos, y  mejoran nuestra autoestima al enfrentarnos valerosamente a lo que no tiene respuesta objetiva sino una respuesta interior que nos ayuda a madurar. Es una difícil respuesta íntima que se da en lo más profundo del ser y que nos implica como consciencia, como habitantes del universo.

Construir nuestra espiritualidad también es necesario, porque si no damos cauce a lo que está en lo más profundo de nosotros alguien lo hará por nosotros, o terminaremos asumiendo las respuestas de gurús pretenciosos, representantes religiosos que hablan directamente con Dios, magos, charlatanes, adoradores de la nada o simples mercaderes de la angustia.

Carl G. Jung decía: 
“Falta todavía por entender que el mysterium magnum no sólo existe en sí mismo sino que a la vez y de modo principal está anclado en el alma humana”.

La práctica del yoga nos pone en posición de enfrentar estas preguntas que todos llevamos enraizadas. El yoga ayuda a que emergan de nuestro interior y las hace propias. El yoga nos pule, aparta la suciedad interna del narcisismo, la vanidad, la codicia o el odio, y nos permite construir un tiempo interno, una calma, una fuerza.

El yoga es unión. Nos une a los demás seres, y al mismo tiempo, paradójicamente, nos impulsa a descubrir nuestro propio destino, ese que sentimos único y nuestro. Es como una llama silenciosa que quema en nuestro interior hasta que no lo afrontamos.

El yoga desarrolla en nosotros una plenitud humana que se llama liberación, una experiencia de libertad, alegría y entrega. Una experiencia nueva y  al mismo tiempo antiquísima que busca la humanidad a lo largo de los siglos.

El reto de vivir 100 años

En estos días  de mayo de 2013 se ha publicado en España el libro “La enzima prodigiosa: una forma de vida sin enfermar”, del autor japonés afincado en EE.UU. Hiromi Shinya, un gran éxito desde su publicación en 2008, con más de 2.000.000 de ejemplares vendidos.

La alta incidencia de cáncer y otras enfermedades en nuestra sociedad desarrollada es un tema que nos preocupa a todos, tanto por los costes económicos como por la sospecha de que hay algo muy venenoso en esta sociedad nuestra basada en el consumo.


Es cierto que se han logrado vencer enfermedades infecciosas y problemas en los recién nacidos, lo que ha permitido que un número cada vez mayor de personas llegue a la vejez. De algo hay que morir, dicen algunos. El cáncer se ha convertido en el gran matarife de una sociedad que se hace cada vez más vieja. Pero no deja de ser una plaga y una amenaza que nos atemoriza, por eso los libros que hablan de cómo vivir con salud una larga vida están teniendo cada vez más éxito.

Hiromi Shinya no es un curandero con fórmulas mágicas. Para nada. Es un importante médico, jefe de la Unidad de Endoscopia del Centro Médico Beth Israel en Nueva York, que atiende también a la familia real japonesa. A través del análisis del colon, un órgano que refleja con gran precisión la salud de la persona, ha llegado a unas conclusiones que deben ser muy eficaces a juzgar por el aspecto saludable de este hombre que tenía 73 años cuando escribió el libro.
  • La proporción de alimentos vegetales en nuestra dieta debe ser un 80%, y los de origen animal un 20% como máximo. Los granos sin refinar deben constituir el 50% de nuestro régimen diario.
  • Debemos masticar cada bocado una media de 50 veces y beber fuera de las comidas de 6 a 10 vasos al día de “agua buena”, que es aquella ionizada, que no tiene cloro y contiene una buena cantidad de minerales.
  • Aconseja descartar la leche y sus derivados (y absolutamente la margarina que la considera veneno puro), el té, el alcohol y el tabaco, junto a la carne de animales con sangre más caliente que la nuestra.
  • Recomienda, quizá influido por su cuna japonesa, ingerir proteínas procedentes del pescado. 
  • La actividad sexual es una fuente de salud que hay que prolongar lo más posible (¡vaya!, menos mal, algo fácil).
  • La última comida hay que hacerla 5 horas antes de acostarse.
  • Es necesario un ejercicio moderado acorde con nuestra edad y características, sin pereza ni exageraciones.
  • Los medicamentos hay que considerarlos perjudiciales porque, aunque a veces sean necesarios, restan energía y desequilibran el organismo.
Aunque algunas conclusiones (hay muchas más, pero éstas podrían considerarse las principales) puedan parecer extrañas y de difícil justificación racional, no es así. El doctor Shinya cree que la clave de la salud está en el trabajo de las 5000 enzimas que funcionan en nuestro cuerpo y, principalmente de la preservación y acrecentamiento de “la enzima prodigiosa”, como periodísticamente la denomina, una enzima madre que puede convertirse en cualquier enzima de las que trabajan en nuestro cuerpo en función de sus necesidades concretas.

Esta enzima madre es un reservorio de salud y una medicina natural, porque Shinya mantiene que los miles de pacientes a los que ha tenido que extirpar un tumor maligno y han seguido su dieta para preservarla y acrecentarla no han vuelto a recaer en ningún caso. Una excelente noticia.


Sri Swami Sivananda Saraswati Maharaj, el fundador de la Divine Life Society, los centros Sivananda que hoy están repartidos por todo el mundo, nacido en 1887, también estudió medicina. Su prodigiosa vida de aventura y entrega a los demás, de gurú, médico y yogui la ha contado él mismo con gracia y ternura, salpicada en sus más de 300 libros. Entre ellos hay uno que tiene mucho que ver con el tema que nos ocupa: “Cómo vivir 100 años”.

Veamos también algunas conclusiones suyas:
  • "¿Cómo vivir cien años? Vida simple y pensamiento elevado”, dice en la introducción.
  • "Si te has equivocado en el pasado, corrígete para el futuro. Controla la ira, la lujuria, la codicia y el odio."
  • El agua es muy necesaria para beber y limpiar los órganos internos. Como el doctor Shinya,  Sivananda aconseja beber agua fuera de las comidas, antes o 3 horas después.
  • La comida mejor es la de raíces y frutas. Aconseja tomar leche, al contrario que Hiromi Shinya, e igual que él aconseja evitar absolutamente el alcohol, el arroz blanco sin su cáscara, el tabaco, el té y el café.
  •  "La pereza es mala para la salud. Una mente desocupada es el taller del diablo", dice.
  • La preservación de la energía creativa del hombre lleva a la perfección del cuerpo, el rejuvenecimiento y la longevidad. Hay que ser muy cuidadoso y frugal con el sexo.
  • Con cierta ironía afirma: “No te preocupes. Nunca te apures. No comas lo que llamas comidas rápidas. Ten una alimentación nutritiva. Duerme siete horas diarias. Nunca bromees con los médicos y no vayas a la farmacia salvo que sea para obtener un sello o para consultar el directorio. Cuando llegues a los noventa años, podrás hacer lo que quieras.”
  • Tú eres divino -declara en diversos sitios-, vive de acuerdo a ello... Siente y experimenta tu Naturaleza Divina... Tú eres el amo de tu destino... Extrae valor y fuerza espiritual de tu interior, allí hay un vasto e inagotable reservorio de poder y conocimiento. Aprende las formas de aprovechar ese manantial...
  • El secreto de la longevidad la basa principalmente en la discreción en la elección de la comida y la bebida, en la moderación, la sensatez, la castidad y una visión optimista de la vida.
  • Sivananda defiende el ayuno regular y no comer cuando se enferma para que “la fuerza vital” no se ocupe de la digestión sino de curar la enfermedad.
  • Para terminar, entre las muchas recomendaciones que contiene el libro, entresaco ésta: “En la actualidad, la vida es muy compleja. Las personas han adquirido hábitos lujosos. No tienen control sobre sus sentidos. Sus hábitos son muy irregulares. El mismo problema de la comida se ha vuelto muy difícil y tedioso. La gente no tiene el tiempo suficiente como para dedicarse al cultivo del Ser y a pensamientos sobre Dios o el Atman.”
Reunir las conclusiones de ambos investigadores de la salud, cada uno en su tiempo y en sus circunstancias, puede resultarnos útil para darnos cuenta de que no difieren sustancialmente. Proclaman la moderación en general, la austeridad, la ingestión de comida cruda o cocida y “viva”, beber agua buena, hábitos regulares, el esfuerzo diario.

Sin embargo hay también diferencias.

El doctor Hiromi Shinya insiste en el cuidado del cuerpo y, aunque declara la interrelación que existe en todo él y entre sus distintos órganos, se ocupa muy poco de la salud psicológica y espiritual, más allá de abstractas consideraciones sobre buscar la felicidad y una motivación vital que nos empuje a la acción. 

Sri Swami Sivananda considera el cuerpo como “un bote para cruzar el océano de la existencia fenoménica. Por lo tanto, debería mantenerse fuerte y saludable”. Pero no se para ahí.

Sivananda en Maha Samadhi, eligiendo el día de su muerte
Sivananda nos ofrece lo que en general nos ofrece el yoga. El yoga no solo nos ofrece salud y larga vida a través de la dieta, el ejercicio, el orden vital y la frugalidad; también nos ofrece energía a través de la respiración; agudeza mental con los ejercicios de concentración; liberación del deseo, y por tanto de la envidia y de la ira, con la meditación; y sentido trascendente y luminosidad con el desarrollo de nuestra espiritualidad

La sabiduría del yogui Stephen Cope

Stephen Cope es un yogui y profesor de yoga en el Centro Kripalu en Massachusetts en EE.UU., psicoterapeuta y escritor, además de, por lo visto, pianista. Ha escrito varios libros. Entre ellos uno traducido y publicado en español en 2006 por Gaia Ediciones que se titula“La sabiduría del Yoga : guía de la vida extraordinaria para el buscador espiritual”.

Me gustaría hacer aquí un pequeño comentario porque el libro me ha producido una honda impresión. Me ha resultado ameno, incluso divertido a veces, con una gran capacidad de explicar los Yoga Sutras de Patanjali y los fundamentos más profundos y difíciles del yoga de una manera cercana a nuestra mentalidad occidental, racional y al mismo tiempo cada vez más penetrada por lo psicológico y por la búsqueda de una espiritualidad nueva que enraíce en nuestra realidad contemporánea. Ya decía Jung que casi todos los problemas con los que se encontraba en pacientes que estaban en la mitad de la vida eran en última estancia problemas de identidad espiritual.

Stephen Cope nos cuenta la vida de algunos de sus alumnos de yoga, sus problemas, su búsqueda, su entendimiento del yoga y su vida cotidiana de manera cariñosa, sencilla, entretenida, penetrante y luminosa. En este fondo tan humano traza el dibujo de los Yoga Sutras, insertándolos de una manera muy sabia en nuestros problemas cotidianos que se han ido convirtiendo en sufrimiento psicológico e insuficiencia vital.

¡Cómo se lo he agradecido! Me paso la vida intentando impregnar mi vida cotidiana de yoga. Intento acercarlo y dar sentido a través de él a mis anhelos de yogui en Cuatro Caminos, en esta plaza de Madrid, bulliciosa y acogedora, que es un espejo vivo de los problemas y circunstancias de nuestro mundo en crisis.

Intento entender el yoga en lo más íntimo de mi ser, dándole un sentido personal y actual para que sirva como herramienta y luz en las cambios de mi vida, sin conseguirlo a veces.

Creo firmemente que el yoga es una herramienta magnífica para mejorar muchos problemas que traen las personas a mis sesiones de psicoterapia. Leo los Yoga Sutras con detenimiento y veneración, y los comentarios que sabios yoguis han hecho de ellos. Algunos creo entenderlos, otros pienso un poco abatido que no son para mí, ni para este tiempo de prisa y estrés.

¡Las cosas que dice Patanjali! ¡Lo extraordinario que puede parecer el yoga en estos aforismos tan comprimidos! ¡Lo difícil que parece! ¡Lo misterioso! ¡Lo milagroso! Y después viene la duda, y la tentación del descreimiento, tan occidentales.

No será para tanto, me digo a veces, desalentado. O me digo: a mi con una versión descafeinada me basta, la radicalidad del yoga no es para estos tiempos. Pues resulta que como nos lo explica Stephen Cope no resulta radical. Y al mismo tiempo resulta que sí es para tanto y también profundamente para nuestro tiempo, para nuestras inquietudes y necesidades psicológicas y espirituales de seres humanos en un país desarrollado (bueno, más o menos) del siglo XXI.

Y lo más curioso es que no hay mucha diferencia entre la búsqueda de aquellos yoguis antiguos y nuestra propia búsqueda actual. Las conclusiones de los yoguis antiguos son las conclusiones que Stephen Cope va desgranando a lo largo del libro apoyándose en los Yoga Sutras.

Unas explicaciones claras, bien entrelazadas, que se leen solas por la sencillez, la naturalidad y la impecabilidad con la que las enlaza, enraizadas en lo cotidiano y en los descubrimientos de la moderna psicología, sin alejarse una milésima de la esencia del yoga.

Estas son las conclusiones de los yoguis antiguos:

  • La realidad ordinaria en que vive la mayoría no es más que una construcción complicada basada en errores de percepción sutiles, pero importantes.
  • Los actos torpes que surgen de una mente encadenada producen sufrimiento para nosotros mismos y para los demás.
  • Las cadenas se convierten en incapacidades.
  • El proceso de desenredarse no es sencillo. Requiere un esfuerzo considerable y el cultivo de la introspección y de la habilidad mental y física
  • Al desenredarnos descubrimos que la mente a sus niveles sutiles sigue unas leyes distintas de la mente corriente.
  • Libres de las cadenas, aprendemos a dejarnos guiar por la sabiduría luminosa de la mente despierta, tomando decisiones que producen felicidad para nosotros mismos, para los demás y al mundo.

Stephen Cope me anima, me estimula a adentrarme cada vez más profundamente en la práctica del radja yoga o yoga mental, el yoga real, como se llama clásicamente. Dice:

"El yo humano está compuesto de envolturas cada vez más sutiles de materia, energía, inteligencia y consciencia… El mapa de Patanjali brinda una de las herramientas más sofisticadas del mundo para navegar por este territorio interior desconocido”

Es cierto, pero sin un buen experto en mapas resulta muy difícil llegar a donde queremos ir. Stephen Cope, con su libro, ilumina el mapa para nuestro tiempo, hace fácil lo difícil, acerca el yoga más sublime y liberador a nuestra mentalidad, nos trasmite fe y esperanza, nos ilumina. Gracias.


De Cuatro Caminos a la India


Perdonadme el retraso, pero me fui a la India en volandas. Era un viaje largo tiempo esperado y temido. ¿Cómo sería la India? ¿Respondería a mis ideas preconcebidas, a mis prejuicios, a mis esperanzas, a mis sueños? Todavía no lo sé.

Después de 15 días de viaje, después de haber visitado Delhi, Jaipur, Agra, Orchha, Khajuraho y Vanarasi no lo sé. Después de cientos de kilómetros en coche, un viaje en tren, otro en avión, después de haber visto el Ganges al atardecer en Vanarasi donde remaba un chico joven, silencioso y muy delgado, no lo sé.

La India tiene una aureola. Ir a la India no es ir a cualquier sitio. Yo iba en busca de un mito. Iba a cumplir el sueño de mi madre que, a pesar de ser su deseo más ferviente, nunca pudo viajar a la India, e iba a darle realidad a mis propios mitos: los de los yoguis desnudos que no necesitan nada, omnipotentes casi, porque de tan estoicos se ha hecho independientes de las circunstancias y las limitaciones.

También buscaba el mito de la belleza completa y el asombro místico que, pensaba, solo puede existir en la India. Una mezcla de alegría, melancolía y luz. Y el mito de un visión diferente de la muerte y de la vida donde no gobernamos nosotros sino que nos acompaña la magia, el milagro, la suerte, el destino, el karma, la fatalidad y el grandioso sinsentido de Dios que juega consigo mismo y hace lo que le da la gana.

La India me pareció magnífica, asombrosa, ambigua y profunda, desesperante y, a veces, insoportable. Me resultó dolorosa e inquietante. Para mí fue difícil disfrutarla y muy fácil asombrarme.

En Delhi vuelan las águilas como aquí los gorriones. Y el olor de la India es como un sello, una estampación que la define inconfundiblemente. Es verdad, la India huele en su totalidad como un ser vivo. Un olor inconfundible e indefinible que impregna el aire, seco, grave, profundo, exótico, poderoso y permanente.

Nos levantábamos en el hotel Le Meridien, el mejor hotel en el que he estado en mi vida, abríamos la puerta de la habitación para ir a desayunar y estaba ahí, en el patio lujosísimo donde daban todas las habitaciones y por donde subían y bajaban los ascensores que terminaban hundiéndose en una fuente: era el olor de la India. Salíamos de los restaurantes y ahí estaba, fuera donde fuera.

Amanecía y se recrudecía el olor, como una respiración. Las ciudades que visitábamos se vestían de ese olor, el aire del campo tenía ese olor, detrás de los aromas penetrantes de los platos de comida llenos de salsas de colores estaba ese olor como si fuera un espíritu. Detrás del sudor de sus gentes estaba él, detrás del hedor a pis y basura de las calles; y si pudiera oler a los elefantes, a los camellos o a los tigres también encontraría ese olor que viste el aire, le dibuja y le hace denso y preciso, evocador y vehemente, un punto violento.

En la India el karma existe. Yo no lo había visto nunca, creía que era un cuento indio fruto de la ignorancia, aunque atrayente. Aquí, en mi tierra, en Madrid, en mi plaza de Cuatro Caminos, no existía. Advertía que aquí es posible construirse una vida, perseverar, pedir ayuda con relativos buenos resultados, encauzarse, insistir, buscar, dar sentido. Si no ocurre así, es una injusticia que hay que corregir.

En la India el karma existe. La gente se muere en las calles sin solución, la pobreza inconcebible está en cualquier sitio y te persigue sin esperanza, las castas siguen existiendo como un poder oculto, inabarcable y sobrenatural de la condición humana. Todos barren y nadie recoge en las calles; los ciclistas, las motos y los risckshaw se doblegan ante los chóferes de los Toyota de los turistas o los grandes todo terrenos, mis compañeros los cojos se arrastran por las aceras polvorientas, los leprosos se ganan la vida con la lepra, los comerciantes te intentan engañar con el precio sabiendo que es un juego que tú también tienes que jugar. Tienen su karma y pertenecen a una casta. Casi nadie pide, aunque pida. De una manera muy dulce exigen porque tienen derecho, insisten e insisten, es su destino.

En la India la desgracia está a la misma altura que la dicha, incluso tiene un estatus superior. La monstruosidad convive con la belleza, la crueldad es una manifestación de dios, el calor es agobiante, la basura vive junto a la magnificencia de sus edificios asombrosos, etéreos, abiertos, oníricos, medio derrumbados a veces. Todo es extraordinario, grandioso e incomprensible. Te puedes adecuar, admirarte, repudiarlo o simplemente pasar por delante sin conmoverte, pero no lo puedes entender. Quizá por eso es un país tan difícil de ver, tan asombroso, tan espantoso, tan indignante.

Y también está la dulzura de sus gentes en la intentona por conseguir algo sin la protesta de no conseguirlo, tirada en las calles, sin amargura, resignada y atenta. Está la belleza esplendorosa y refleja de sus saris llenos de colorido, de las gruesas y nobles trenzas del pelo que divide la espalda de muchas de sus mujeres, las aparatosas narices de los hombres, sus dientes blancos y su mirada intensa sobre el fondo pardo y cálido de su piel, como una manifestación del esplendor y la grandeza sagrada de la realidad, esotérica y misteriosa, una manifestación de un dios tremendo, lejos de toda medida, solo accesible a los iniciados.

Esta concepción grandiosa de la realidad, en perpetuo cambio, fluida, sin calificativos de buena o mala, donde todo es necesario y constituye una manifestación de Dios se palpa en toda la India. Fabulosos tesoros y riquezas surgen entre la pobreza más absoluta, donde la gente vive y muere en las calles. La crueldad y la injusticia, la explotación, los disturbios y las actitudes mafiosas conviven con el ascetismo extremo del yoga, con personas que no necesitan nada, y con ahimsa, la no violencia, y el respeto a la vida seguido de manera radical.

En la India puede ocurrir cualquier cosa, y cualquier afirmación que hagamos puede ser verdad, pero sólo será verdad algunas veces. Este país ha entendido mejor que nadie la profunda dialéctica de la realidad que se explica a través de su religión, el hinduismo. Brhama, Shiva y Visnhú personifican respectivamente al dios creador, al dios destructor y al dios preservador del equilibrio interno de esta dialéctica. La creación y la destrucción son dos aspectos de la realidad. Ambas son fundamentales para la vida y han de estar equilibradas.

El orden y el caos están íntimamente interrelacionados y deben guardan un equilibrio que preserva Visnhú. La belleza y la armonía más exquisita conviven con la fealdad, más aún, con la monstruosidad, pues no se puede calificar de otra manera la extraordinaria anormalidad de algunas actitudes o personas que vemos en las calles. En la India te puedes esperar cualquier cosa, por eso es tan difícil relajarse.

¿Qué quedará de mi viaje? Ahora me atormenta la sensación de que no le he aprovechado lo suficiente, que no he sabido disfrutar sino solo sobrevivir, que no he logrado conectar. ¿Pero es posible conectar con la India en un primer encuentro? ¿Es posible dejarse ir y aceptar la lejanía mítica de la India, la convivencia de la basura y la magnificencia, del caos, de la opresión que ejercen los pobres, los pedigüeños, los lisiados, los guías y los vendedores?

¿Es posible dejarse ir y disfrutar de tanta belleza que se manifiesta en medio de tanto padecimiento, sin un solo adorno, sin conciencia de sí misma ni en el que la lleva, sin más premio que esa crueldad extrema y grandiosa de aparecer entre los mendigos, en los ojos de los niños harapientos o en las mujeres mínimas acuclilladas en las aceras con sus saris rotos y luminosos? ¿Es posible disfrutar de la belleza en la rueda infinita del sufrimiento de la vida, en el Ganges putrefacto surcado por barquitas mínimas con una flor y una vela encendida que se adentran a la deriva mientras anochece?

No lo sé. Todavía siento que está formándose en mi cerebro y en mi alma la imagen primordial del viaje, su sentido, el fijador que lo estabilice, la forma de apropiarme de él, de hacerlo mío y que ejerza su capacidad transformadora. Veo las fotos y no son todavía mis fotos. Ahondo en mis recuerdos, en mi alma y no hay nada firme, solo una sensación brumosa y al mismo tiempo grandiosa, como los amaneceres en Delhi.

Ahora en mi plaza de Cuatro Caminos, en Madrid, en España, vuelvo a mi cordura y a mi costumbre. Al anochecer me dejo ir en la meditación y contemplo mi mente ya más calmada, enriquecida y extrañada, asombrada y cansada, y a mi alma melancólica por aquella gracia y aquel enigma, conforme y sin embargo todavía irritada.