Salvador Dalí, un antiyogui

Estos días he estado leyendo la biografía de Salvador Dalí escrita por Ian Gibson. Una historia que me ha conmovido. Hace unos meses había estado viendo con detenimiento la exposición sobre el pintor organizada en el Museo Reina Sofía, en Madrid. Me impresionó la frescura, la originalidad y el sentido del humor de muchos de sus cuadros. Pasé un buen rato y me hicieron pensar. Eran imágenes asombrosas, inquietantes, y sin embargo tenía la sensación de que yo también las llevaba dentro.


Imágenes asombrosas…, extrañas…, insólitas…, nuevas… No las conocía… O quizá sí.

Me saltan a veces durante la meditación. Me siento y respiro, tengo los ojos abiertos y miro sin fijar la vista a la pared de enfrente, y de repente están ahí, o se forman en una mancha del suelo, o aparecen en los colores de la alfombra. De esa mancha puede cobrar vida y saltar una figura, una cara. Sí, también un elefante, una sombra de largas extremidades, un tigre, un espectro o el gran masturbador, con su jeta cínica. Simplemente permanecen ahí durante menos de un segundo. Sí dejas estar a tu propio asombro sin colgarte de él, y sigues pendiente de tu respiración la imagen desaparece como ha llegado.

Para los yoguis eso es simplemente una muestra de la impermanencia de todas las cosas, de las existentes y las no existentes. Lo llaman samkaras, impresiones que quedan grabadas en nuestro subconsciente y que tienden a hacerse actuales, aflorar a la conciencia en cuanto pueden.

Si no reaccionas, dicen los yoguis, simplemente se forman y, como si fuesen una pompa de jabón circulando un instante en el aire, explotan y desaparecen. Si las dejas desvanecerse sin reaccionar, dicen, su condicionamiento inconsciente desaparece y nos liberamos de ellas. Entonces somos más libres, hemos anulado una cadena kármica, un encadenamiento inconsciente que nos impulsa a repetir una y otra vez un proceso interior que nos condiciona.


Las imágenes de sexo son muy frecuentes en los samkaras, porque en el fondo el sexo sigue siendo un tabú, puebla nuestra vida inconsciente, al mismo tiempo es una fuente de fuerza creativa y un potente objeto del deseo. Dali lo sabía y lo sufría. Sexo fantaseado lleno de imágenes que surgen de un fondo inconsciente. Pintaba y pintaba esas imágenes, era su forma de librarse de sus samkaras.

Mis imágenes en la meditación a veces se parecen a los cuadros de Salvador Dalí. Pero Dalí se entretiene en ellas, les da una riqueza y un detalle impresionantes, un colorido de atardecer, como si estuviésemos ya muertos; o un luz fuerte y violenta, sin matices, de bestia salvaje en la sabana de Port Lligat.

Dalí indaga en ellas y se recrea, las exagera y las hace protagonistas, las considera, sobre todo en su época surrealista, como lo único auténtico que hay en nuestra mente. Nos las muestra de una manera definida y genial, asombrosa. Al mirar sus cuadros a veces las reconocemos procedentes del fondo de nosotros mismos, o como excrecencias de nuestra meditación: se forman y se desvanecen. Marginales en nosotros, simples formaciones fantasmales que dejamos pasar sin fijar la mirada, en Dalí son esenciales.

Salvador Dalí era un genio y, además, un ejemplo de antiyogui, el reverso de la medalla del yogui. ¿Por qué digo esta boutade un poco extravagante, como si hubiera sido el mismo Dalí quién lo dijera? Porque creo que es verdad: Dalí era un antiyogui.

Mientras los yoguis en su meditación dejan fluir, sin intervenir en ellas, estas imágenes que surgen del inconsciente para recuperar para la conciencia partes de ellos  mismos que están en los rincones oscuros de su mente, Dalí se regodea en ellas, las reconstruye, goza con su expresión espectacular y su aroma cargado. Él las situaba en el lugar principal de nuestra mente, de nuestra personalidad y nuestra historia. Para Dalí, en realidad todo es inconsciente, todo está bajo el dominio del inconsciente, el resto es represión y cretinización.

Este genio extravagante, exhibicionista, profundamente inteligente, débil, espectacular, trabajador, egocéntrico a la manera más infantil, este maravilloso pintor que nos ha dado los contornos precisos del inconsciente, se perdió en su caminar de ser humano, a la manera de un antiyogui.

Si una de las consecuencias de la práctica de yoga es la naturalidad, Dalí era el espectáculo, la afectación, el artificio y la simulación. Si una de las características de un yogui es la autenticidad, Dalí era la vanidad, la petulancia y el exhibicionismo. Si la serenidad, la fuerza de la voluntad y la sobriedad constituyen el “músculo” del yogui, Dalí se dejaba llevar por la apariencia, el lujo y la avidez.

Parece que estoy diciendo que dejarse llevar por el inconsciente conduce a una vida dominada por el hedonismo y la mediocridad. Pero no es verdad porque Dalí no conoció el placer, sino la angustia y la impotencia sexual, y tampoco la mediocridad sino la genialidad y la admiración.

Y sin embargo, Dalí no sabía quién era en realidad. Incapaz de imponerse, pese a las apariencias, vivió rodeado de parásitos, buscavidas, aprovechados, gorrones y oportunistas que intentaban seducirle. Dalí nos ha dejado una vida fabulosa, una pintura que nos ayuda a conocer los cuartos oscuros de nuestra mente, una personalidad histriónica, lujo, descontrol emocional, ocultación de los sentimientos, ignorancia vital.

Después de haber leído la biografía de Ian Gibson sobre Dalí y vuelto a ver sus pinturas y sus fotos gracias a Internet me quedaba un regusto amargo que no sabía definir. Admiraba la obra de Salvador Dalí y rechazaba su mundo vanidoso, caprichoso y ridículo. Me asombraba su pintura y me hacía sonreír al reconocer mis propias imágenes oníricas durante la meditación, ahora mucho más nítidas gracias a él. Pero me apenaba la falsedad de su vida y la soledad de su muerte.

Ahora, escribiendo este post, lo comprendo mejor. Me doy cuenta de que ando enredado entre lo bueno y lo malo, entre lo consciente y lo inconsciente, entre lo moral y lo inmoral, entre la verdad y la mentira. Ser un yogui no es ser lo contrario de Salvador Dalí, sino integrarlo todo, vivir libre de opuestos fluyendo en los opuestos, vivir en calma en medio de la vorágine.

4 comentarios:

  1. A la vuelta del verano me encuentro con dos nuevos post tuyos. Los veo así al pronto y sacudo la cabeza como diciendo, ¿y esto? Uno está encabezado como Hoy ha muerto BSK Iyengar, el otro Salvador Dalí, un antiyogui.

    Comienzo a leer el de Iyengar, ya con más calma, y conceptos como simetría y precisión, sentido vital, desarrollo del alma espiritual, estabilidad emocional, disciplina, cuidado del cuerpo, claridad…autorrealización, se van posados en mi mente, y ahí siguen cuando leo el post de Dalí, se entrecruzan los datos que tengo de uno y de otro, y como en un juego de palabras en el que hay que buscar la correlación o consonancia me dejo en que casen, en que coincidan o no.

    Que personalidades ambos, que fuerza y que impronta en el gesto, que maneras tan singulares de estar en el mundo y de llegarnos cada uno con lo suyo, al fin y al cabo, en ambos se muestra la fuerza para trasmitir.
    Gracias por tenernos al tanto con el blog

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. . Si, es verdad, tan distintos y cada uno con su fuerza y su forma de ver el mundo. No me había dado cuenta de la paradoja que resulta de que estén tan seguidos ambos post. Gracias por señalarlo, Concha, y por tu comentario.

      Eliminar
  2. Nunca lo había pensado así, pero tienes toda la razón, Dalí era un antiyogui. Me ha parecido muy enriquecedor tu punto de vista, y me ha hecho reflexionar. Gracias

    ResponderEliminar
  3. Si, hay muchos antiyoguis en nuestra sociedad exhibicionista y narcisista; y también muchos yoguis, buscadores del equilibrio interior, del dominio del deseo y el progreso espiritual. Lo segundo es mucho más interesante. Un saludo, gata negra.

    ResponderEliminar