Yuval Noah Harari, un joven y culto profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalém acaba de escribir un libro muy interesante llamado “De animales a dioses: Breve historia de la humanidad”. En él, Harari hace un recorrido por la evolución de nuestra especie, desde nuestros ancestros, seis especies de Homo diferentes que se han extinguido sin que sepamos bien la causa, hasta que solo quedó el Sapiens, que se ha adueñado de la Tierra.
¿Qué le ha hecho al Sapiens el amo de los recursos y del poder partiendo como partía de una situación de inferioridad y fragilidad frente a otras poderosas especies y otros hermanos Homos? Harari hace un recorrido a través de la biología, la paleontología, la economía, la sociología y la psicología en un alarde de cultura y capacidad de unificación de los distintos saberes en síntesis audaces, creativas y estimulantes que nos llevan hasta nuestros días.
El Homo Sapiens es un depredador cuya arma más eficaz es una sutil diferencia en el cerebro, todavía no muy bien estudiada, que le ha permitido comunicarse eficazmente, conservando e incrementando la información generación tras generación, inventar la realidad con ideas y construcciones abstractas cuya eficacia ha venido impulsada por el poderoso motor de la fuerza de las emociones, lo que ha conseguido unir grandes grupos humanos en busca de un mismo objetivo, mezcla de sueño y realidad. Esas ideas, esas construcciones abstractas inexistentes en la realidad pero muy reales en el espíritu humano, son la religión, la filosofía, la patria, el progreso o la libertad.
Harari es brillante, muy culto, entretenido y arriesgado en sus planteamientos. Describe un recorrido insólito de nuestra especie, da explicaciones sorprendentes y oportunas que, cuando las has asimilado, te parecen sencillas y capaces de comprender la historia de nuestros parientes como un todo coherente en evolución.
Desde las cavernas, donde vivían pequeños grupos de cazadores-recolectores en la guerra de guerrillas que mantenían con los mamuts, hasta los grandes edificios de casi un kilómetro de altura donde viven algunos de los 7000 millones de personas que ya somos en la Tierra hemos sido capaces de plantar la única huella que existe en la superficie de la Luna. Hemos vencido enfermedades que han asolado a la humanidad durante siglos y hemos desarrollado nuevas fuentes de energía, desde el fuego de las hogueras de los cazadores recolectores hasta la atómica, la eólica, la eléctrica o la de los mares, domadas por este temerario y valiente terrícola sapiens que ha conseguido no solo no agotarlas sino multiplicarlas.
Desde el tam-tam a internet ha habido un largo y fructuoso camino que, visto en el libro de Harari, nos parece heroico, despiadado, temerario, decidido y extraordinariamente creativo. Hemos pasado de animales a dioses, titula el autor.
Ahora estamos donde estamos, en medio de una encrucijada: ¿Conseguiremos vencer a la muerte, multiplicar nuestra fuerza con ayuda de los ciborgs, esa mezcla entre humano y máquina? ¿Lograremos una mente colectiva, interconectada con todos y con toda la información de la humanidad a través internet, una mente así que nos gobierne? ¿O simplemente aniquilaremos la vida en la Tierra y a nosotros mismos con nuestra agresividad, esclavizando y exterminando a todas las demás especies animales, destruyendo el equilibrio y el medio ambiente?
A estas alturas del libro, Harari, al que no se le pone nada por delante, se pregunta por la felicidad, que parece ser el fondo del asunto. ¿Qué queremos hacer? ¿Qué nos hace felices?
Y para contestar esa pregunta, tendremos que aprender a respondernos ¿cómo es más feliz el Sapiens? ¿Es la riqueza y el poder, o la seguridad el núcleo de su felicidad? ¿La inmortalidad? ¿La bioquímica, produciendo más serotonina dopamina u oxitocina, las hormonas del placer? ¿El sexo? ¿La creencia en la justicia divina?
Harari dice que es muy pronto para sacar conclusiones, el debate apenas acaba de comenzar. Recorre las distintas respuestas que la humanidad se va dando a través de la filosofía desde los sabios griegos. Investiga la necesidad de sentido que alienta la psicología como el proyecto imprescindible para dar significado a nuestra vida, o examina las religiones, deteniéndose en la indiferencia que pregona el budismo como solución ante el sufrimiento y el vaivén de los sentimientos. Finaliza describiendo los sueños de un mundo feliz en la Tierra que desde la ciencia ficción están pasando a ser objetivos factibles al alcance de la investigación y la ciencia.
Es necesario todavía recopilar datos, debatir, estudiar distintas culturas antes de sacar conclusiones. Al final, esta investigación concierne a todo el saber humano, a la filosofía, a la biología, a la medicina, la sociología y la psicología, al conocimiento particular que otorga el arte, la religión o la teología, a la antropología o a la ética, al estudio de la sabiduría como el objetivo final que ha sido una de las metas invariables del Homo Sapiens.
Yo, cuando leo estas cosas, siempre me acuerdo del yoga. Me pregunto, por ejemplo: ¿hacemos yoga en busca de la felicidad? E igual que le pasa a Harari cuando investiga cual es el núcleo de la felicidad humana, yo tengo la sensación de que, aunque todos vamos en busca de la felicidad cuando hacemos yoga, cada uno busca una cosa distinta y lo llama felicidad.
La definición generalmente más aceptada de felicidad es “bienestar subjetivo”. Algunos buscan, sobre todo, sentirse bien con su cuerpo. Las técnicas de hatha yoga proporcionan fortaleza, salud y armonía física, para alcanzar un cuerpo bello y saludable que resulte atractivo. Las superestrellas ya lo saben muy bien y lo proclaman en las redes sociales.
Otros, quizá acuciados por el sufrimiento y la insatisfacción incesantes, lo que buscan es equilibrio psicológico. Desprendimiento como solución a las consecuencias de una sociedad ansiosa a causa del consumo, la competitividad y la persecución del éxito. Las técnicas del yoga mental nos facilitan conocer nuestros deseos inconscientes y nuestros funcionamientos automáticos, herencia de mecanismos surgidos en la infancia, y nos proporcionan una visión cabal, una mirada más objetiva sobre la realidad que se traduce en un conocimiento más profundo y desapegado, lo que mejora nuestra autoestima y, paradójicamente, nuestro rendimiento, nuestra acción sobre el mundo. Lo saben y lo difunden de manera interesada algunos ejecutivos de grandes empresas como un elemento diferenciador en su curriculum.
El yoga también proporciona bienestar, así, en general. Una salud integral que se expresa en vitalidad, equilibrio, alegría y confianza, apertura al entorno, cercanía con los demás, conocimiento interior y expresión de los propios sentimientos y necesidades. El instrumento para conseguirlo es seguir, en la medida en que se pueda, el Octuple Sendero del Yoga. Sobre todo los dos primeros, Yama y Niyama, principios éticos que nos liberan de la carga de nuestros propios actos y nos sitúan en una relación justa con nuestro entorno y con nosotros mismos.
Todo esto nos proporciona felicidad, bienestar subjetivo. El yoga es tan amplio y tan sencillo al mismo tiempo que puede proporcionar a cada uno lo que busca o necesita según sus circunstancias o necesidades del momento. Por eso tiene tanto éxito en la actualidad y satisface a tantos colectivos distintos y a veces antagónicos.
Pero el yoga es capaz de proporcionar una satisfacción interior que va más lejos.
Ascendiendo la escalera a la que nos conduce su práctica llegamos a experimentar un anhelo de perfeccionamiento que va creciendo en nosotros, y también experimentamos la libertad de la conciencia. Llegamos al convencimiento de que todos los actos motivados por el ansia o por la aversión, habituales en nuestra vida cotidiana, condicionan la mente para producir más de lo mismo.
Y se puede llegar más lejos: encontrar verdadera calma, disfrutar de la fantástica libertad de situarse a varios pasos del deseo, del sufrimiento, del ansia y la aversión para mirar desde ahí y encontrar la dulzura y la compasión.
Al fin, podremos desarrollar la verdadera aventura que se encuentra más allá de la felicidad concebida como bienestar subjetivo: la aventura del desarrollo de la conciencia.
Desde el punto de vista yóguico hasta las estructuras sutiles de la conciencia tienen, a su vez, estructuras sutiles: capas y más capas de sutileza creciente, que a veces pueden dar la impresión de reproducirse hasta el infinito. El yo humano está compuesto de vainas cada vez más sutiles de materia, energía, inteligencia y consciencia. Explorar eso es un objetivo vital que merece la pena.
Ya lo decía William James: solo un velo finísimo separa nuestra consciencia normal en estado de vigilia de amplios mundos inexplorados de consciencia.
Y todavía hay más pasos en la búsqueda del Homo Sapiens espiritualmente despierto. Uno más en esta aventura cuyo objetivo parece estar más allá de la mera felicidad entendida como bienestar subjetivo: la iluminación.
¿Qué le ha hecho al Sapiens el amo de los recursos y del poder partiendo como partía de una situación de inferioridad y fragilidad frente a otras poderosas especies y otros hermanos Homos? Harari hace un recorrido a través de la biología, la paleontología, la economía, la sociología y la psicología en un alarde de cultura y capacidad de unificación de los distintos saberes en síntesis audaces, creativas y estimulantes que nos llevan hasta nuestros días.
El Homo Sapiens es un depredador cuya arma más eficaz es una sutil diferencia en el cerebro, todavía no muy bien estudiada, que le ha permitido comunicarse eficazmente, conservando e incrementando la información generación tras generación, inventar la realidad con ideas y construcciones abstractas cuya eficacia ha venido impulsada por el poderoso motor de la fuerza de las emociones, lo que ha conseguido unir grandes grupos humanos en busca de un mismo objetivo, mezcla de sueño y realidad. Esas ideas, esas construcciones abstractas inexistentes en la realidad pero muy reales en el espíritu humano, son la religión, la filosofía, la patria, el progreso o la libertad.
Harari es brillante, muy culto, entretenido y arriesgado en sus planteamientos. Describe un recorrido insólito de nuestra especie, da explicaciones sorprendentes y oportunas que, cuando las has asimilado, te parecen sencillas y capaces de comprender la historia de nuestros parientes como un todo coherente en evolución.
Desde las cavernas, donde vivían pequeños grupos de cazadores-recolectores en la guerra de guerrillas que mantenían con los mamuts, hasta los grandes edificios de casi un kilómetro de altura donde viven algunos de los 7000 millones de personas que ya somos en la Tierra hemos sido capaces de plantar la única huella que existe en la superficie de la Luna. Hemos vencido enfermedades que han asolado a la humanidad durante siglos y hemos desarrollado nuevas fuentes de energía, desde el fuego de las hogueras de los cazadores recolectores hasta la atómica, la eólica, la eléctrica o la de los mares, domadas por este temerario y valiente terrícola sapiens que ha conseguido no solo no agotarlas sino multiplicarlas.
Desde el tam-tam a internet ha habido un largo y fructuoso camino que, visto en el libro de Harari, nos parece heroico, despiadado, temerario, decidido y extraordinariamente creativo. Hemos pasado de animales a dioses, titula el autor.
Ahora estamos donde estamos, en medio de una encrucijada: ¿Conseguiremos vencer a la muerte, multiplicar nuestra fuerza con ayuda de los ciborgs, esa mezcla entre humano y máquina? ¿Lograremos una mente colectiva, interconectada con todos y con toda la información de la humanidad a través internet, una mente así que nos gobierne? ¿O simplemente aniquilaremos la vida en la Tierra y a nosotros mismos con nuestra agresividad, esclavizando y exterminando a todas las demás especies animales, destruyendo el equilibrio y el medio ambiente?
A estas alturas del libro, Harari, al que no se le pone nada por delante, se pregunta por la felicidad, que parece ser el fondo del asunto. ¿Qué queremos hacer? ¿Qué nos hace felices?
Y para contestar esa pregunta, tendremos que aprender a respondernos ¿cómo es más feliz el Sapiens? ¿Es la riqueza y el poder, o la seguridad el núcleo de su felicidad? ¿La inmortalidad? ¿La bioquímica, produciendo más serotonina dopamina u oxitocina, las hormonas del placer? ¿El sexo? ¿La creencia en la justicia divina?
Harari dice que es muy pronto para sacar conclusiones, el debate apenas acaba de comenzar. Recorre las distintas respuestas que la humanidad se va dando a través de la filosofía desde los sabios griegos. Investiga la necesidad de sentido que alienta la psicología como el proyecto imprescindible para dar significado a nuestra vida, o examina las religiones, deteniéndose en la indiferencia que pregona el budismo como solución ante el sufrimiento y el vaivén de los sentimientos. Finaliza describiendo los sueños de un mundo feliz en la Tierra que desde la ciencia ficción están pasando a ser objetivos factibles al alcance de la investigación y la ciencia.
Yo, cuando leo estas cosas, siempre me acuerdo del yoga. Me pregunto, por ejemplo: ¿hacemos yoga en busca de la felicidad? E igual que le pasa a Harari cuando investiga cual es el núcleo de la felicidad humana, yo tengo la sensación de que, aunque todos vamos en busca de la felicidad cuando hacemos yoga, cada uno busca una cosa distinta y lo llama felicidad.
La definición generalmente más aceptada de felicidad es “bienestar subjetivo”. Algunos buscan, sobre todo, sentirse bien con su cuerpo. Las técnicas de hatha yoga proporcionan fortaleza, salud y armonía física, para alcanzar un cuerpo bello y saludable que resulte atractivo. Las superestrellas ya lo saben muy bien y lo proclaman en las redes sociales.
Otros, quizá acuciados por el sufrimiento y la insatisfacción incesantes, lo que buscan es equilibrio psicológico. Desprendimiento como solución a las consecuencias de una sociedad ansiosa a causa del consumo, la competitividad y la persecución del éxito. Las técnicas del yoga mental nos facilitan conocer nuestros deseos inconscientes y nuestros funcionamientos automáticos, herencia de mecanismos surgidos en la infancia, y nos proporcionan una visión cabal, una mirada más objetiva sobre la realidad que se traduce en un conocimiento más profundo y desapegado, lo que mejora nuestra autoestima y, paradójicamente, nuestro rendimiento, nuestra acción sobre el mundo. Lo saben y lo difunden de manera interesada algunos ejecutivos de grandes empresas como un elemento diferenciador en su curriculum.
Todo esto nos proporciona felicidad, bienestar subjetivo. El yoga es tan amplio y tan sencillo al mismo tiempo que puede proporcionar a cada uno lo que busca o necesita según sus circunstancias o necesidades del momento. Por eso tiene tanto éxito en la actualidad y satisface a tantos colectivos distintos y a veces antagónicos.
Pero el yoga es capaz de proporcionar una satisfacción interior que va más lejos.
Ascendiendo la escalera a la que nos conduce su práctica llegamos a experimentar un anhelo de perfeccionamiento que va creciendo en nosotros, y también experimentamos la libertad de la conciencia. Llegamos al convencimiento de que todos los actos motivados por el ansia o por la aversión, habituales en nuestra vida cotidiana, condicionan la mente para producir más de lo mismo.
Y se puede llegar más lejos: encontrar verdadera calma, disfrutar de la fantástica libertad de situarse a varios pasos del deseo, del sufrimiento, del ansia y la aversión para mirar desde ahí y encontrar la dulzura y la compasión.
Al fin, podremos desarrollar la verdadera aventura que se encuentra más allá de la felicidad concebida como bienestar subjetivo: la aventura del desarrollo de la conciencia.
Desde el punto de vista yóguico hasta las estructuras sutiles de la conciencia tienen, a su vez, estructuras sutiles: capas y más capas de sutileza creciente, que a veces pueden dar la impresión de reproducirse hasta el infinito. El yo humano está compuesto de vainas cada vez más sutiles de materia, energía, inteligencia y consciencia. Explorar eso es un objetivo vital que merece la pena.
Ya lo decía William James: solo un velo finísimo separa nuestra consciencia normal en estado de vigilia de amplios mundos inexplorados de consciencia.
Y todavía hay más pasos en la búsqueda del Homo Sapiens espiritualmente despierto. Uno más en esta aventura cuyo objetivo parece estar más allá de la mera felicidad entendida como bienestar subjetivo: la iluminación.