El hinduismo afirma que actualmente estamos en la Edad Oscura, Kali Yuga:
“Cuando la sociedad alcance un estado en el que la propiedad otorgue un rango, la riqueza se vuelva la única fuente de virtud, la pasión el único vínculo de unión entre los esposos, la falsedad la fuente del éxito en la vida, el sexo el único medio de satisfacción, y cuando las formas exteriores se confundan con la religión interior entonces -dice el Vishnu Purana-, estamos en Kali Yuga".
O sea, no cabe duda: actualmente estamos en Kali Yuga, la Edad Oscura.
Finalmente la cuarta fase es Kali Yuga, donde nos encontramos ahora, la Edad Oscura. Siento decir que esta fase dura 432.000 años según la concepción del tiempo hindú.
Por el contrario, la concepción del tiempo occidental es lineal. La humanidad parte desde un punto cero y marcha hacia el futuro, que se encuentra abierto, impredecible y misterioso, y que puede ser construido por el hombre. Incluso diría más: El ser humano es el único ser capaz de hacerlo porque tiene conciencia y responsabilidad, él puede conducir el futuro y cambiarlo. La moderna teología cristiana habla de Dios y dice que actúa por medio del ser humano, que Dios mueve silenciosamente la historia a través de éste y de su esfuerzo, y que es libre. O sea, para el mundo occidental el futuro es un enigma que se puede construir.
¡Que distinta es la concepción de una y otra civilización! Una de ellas, quizá fruto de su antigüedad, su larga experiencia de conocimiento y su sentido quietista se muestra fatalista y serena, y niega la posibilidad de cambiar la historia y el futuro. La otra, mucho más joven, esperanzada y violenta, puesto que cree en el cambio provocado, nos hace actores y protagonistas de la historia, y nos sitúa en un estado de tensión insoportable. Mientras una es lenta y rítmica, la otra es rápida y cegadora.
En una, la salvación y el cambio solo pueden ser individuales e íntimos porque se trata de recuperar lo primigenio, lo interno, lo que siempre fuimos, y nace el yoga. En la otra se trata de hacer la revolución, de asumir colectivamente la historia, de participar todos en el altar del progreso. Y nace la rebeldía, el desarrollo y el discurso mesiánico y excluyente.
Muchas veces, dada mi mente occidental, me pregunto quién tendrá razón. Ya sé que es una tontería, pero no lo puedo evitar. Otras veces me pregunto que me gustaría más. ¿Hacia donde diría que va este barco de la humanidad y, en función de eso, qué sentido y qué valores escogería para mí? Luego, más sereno, recuerdo a Gandhi, un hombre extraordinario que vivió en medio de estas dos civilizaciones y decía:
“Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”.
Al mismo tiempo desafiaba a la ignorancia y a los ingleses.
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